Oli en Posada Ayana: una historia de cielos, pájaros y luces
fotografías por Jorge Chagas y Susie Elberse

Uruguay tiene un pueblito en donde todo pasa, aunque disimuladamente. José Ignacio es hogar de algunas de las movidas más interesantes del Este, escondidas tras un velo de calma inquebrantable. Restaurantes y festivales, tiendas de diseño y alojamientos de lujo.

Uno de estos últimos es Posada Ayana, proyecto de Edda y Robert Kofler. La tierra charrúa robó los corazones de la pareja austríaca, que decidió construir una propuesta de hospitalidad para recibir a los viajeros más exigentes. La apuesta parece haber funcionado: Posada Ayana es referente en hotelería en Uruguay y su nombre resuena en las revistas de turismo, arquitectura y lifestyle más importantes del mundo.

Probablemente, el atractivo más grande de Ayana -superando incluso a la arquitectura exquisita-  sea la privacidad que ofrece. Desde afuera es imposible imaginar el lujo que la posada alberga, camuflada en el perfil bajo del pueblo. Los cuartos, todos distintos, son pocos y los amenities de la casa (barra y restaurante, una de las piletas más lindas de la zona, masajes) están disponibles exclusivamente para huéspedes.

Pero allí no termina la cosa, porque la posada de los Kofler tiene un Skyspace de James Turrell. El famosísimo artista estadounidense accedió a diseñar su primera instalación sudamericana, inspirado por los cielos de José Ignacio y la pasión de Edda y Robert. Ta Khut, el nombre del Skyspace uruguayo, es una experiencia difícil de definir en palabras, una nueva forma de ver el cielo. Intentar describirlo sería esforzarse en vano (conozco los límites de mi pluma) y aún si se lograra, mataría parte de su mística. Así que dejamos esto: vayan. 

¿Y ahora sí, se acabó? No, además del Ta Khut, Ayana tiene nueva atracción, el restaurante de temporada de Olivia Saal. Y tiene sentido que hayan elegido a la joven cocinera-pastelera para esta aventura gastronómica: empezamos a conocer a La Chica Pájaro -el nombre artístico de Oli- en Uruguay y en José Ignacio, de la mano de Fernando Trocca en Mostrador Santa Teresita. Años y años de pastelería veraniega, de esas medialunas revolucionarias, de frutas, dulce de leche y mieles locales. 

Cuando Olivia abrió Oli, su restaurante en Buenos Aires, suspendió los trabajos de temporada. Una decisión que cualquiera que conozca su proyecto porteño, siempre estallado de clientes, catalogaría como lógica, cuanto menos. Ya con unos añitos encima, decidió volver a sus orígenes gastronómicos con esta propuesta efímera que se puede disfrutar hasta el 25 de febrero.

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Olivia Saal. fotografías por Jorge Chagas y Susie Elberse

Volver a los lugares que uno ama siempre hace bien. Oli está comodísima en el Este y lo hace notar en su cocina. Hay nostalgia y sentido de pertenencia, que se entiende ni bien los platos llegan a la mesa. Para quienes llevamos a Uruguay en el corazón, es emocionante. 

El equipo armó el restaurante en tiempo récord: carpa, alfombras rojas y una cantidad incontable de lámparas de papel, todas distintas y traídas desde Austria. Hay aroma a hierbas quemadas que giran por el espacio y una playlist variopinta diseñada con un oído afiladísimo. 

Todavía flasheados por la experiencia Turrell, nos sentamos en una de las mesas. Día raro, había poca gente (están haciendo un soldout tras otro). No importa, así lo preferimos. Llegan rápido las aguas y la clásica inquisición de “¿cuánto hambre tienen?”, tras dejar la elección de los platos en manos de la cocina. No tenemos miedo, adelante con todo lo que quieran, pero que el vino sea uruguayo, por favor. 

Empezamos con un pan y manteca. ¿Y cuán emocionante puede ser un pan de manteca? Bueno, pregúntenselo a Oli. Manteca batida con vainilla y caviar por encima, pan de fermentación natural bien fresco. Sale servido en la concha de una ostra con un cuchillito con moño rojo. Todo coquette.

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empanadillas de langostinos. fotografías por Jorge Chagas y Susie Elberse

Seguimos con empanadillas de langostinos, con alma de chiringuito playero, y un fuera de carta también fuera de serie: estofado de sirí, un cangrejo azul típico de la Laguna de Rocha. Su carne tierna, zucchinis de colores, apio fresco y mucha hierba. “Tiene gusto a comida de abuela”, dicen cuando lo traen. Tienen razón.

El tartare de pesca blanca es una forma bien actual de presentar el producto local y los chipirones con provenzal y rúcula, una bien clásica. A todo esto, las copas se riegan con albariño, la blanca estrella en el Este, de Compañía Uruguaya de Vinos del Mar, un proyecto de Michelini i Muffato. Duraznos blancos y amarillos bien frescos, acidez fantástica y esa notita salina que identifica tan claramente a los vinos marítimos. 

Pasamos a los platos más grandes, que en la carta se encuentran bajo el título “satisfactorios”. Los muchachos te avisan cómo viene la cosa desde el minuto cero y no mienten. 

Ñoquis soufflé con tartufo. Si hubiera armado el pedido yo, probablemente los hubiera obviado. ¿Ñoquis a metros de la playa? ¿Para qué? Menos mal que no lo hice, porque nos habríamos perdido de una joya. Nubes bañadas en manteca trufada, sutil y nada invasiva. Oli nos cuenta que es el plato que más sale, especialmente en los clientes que vuelven. Y sí.

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Ñoquis soufflé con tartufo. fotografías por Jorge Chagas y Susie Elberse

Los mejillones a la portuguesa son un viaje directo a la infancia, a las vacaciones en estas playas, a las compras en el puerto de Punta. Salen con papas fritas crocantes, crocantísimas. También probamos los tomates. Ay, Uruguay, cómo envidiamos los argentinos tus tomates. En el plato hay de todos colores y formas (rojos, naranjas, amarillos, violetas, verdes), nadando en sus jugos, vinagre de tomates y aceite de hierbas.

Momento de los postres. Guardarse lugar es obligatorio cuando se trata de La Chica Pájaro. La torta húmeda de chocolate con ganache de banana y salsa Charlotte está buenísima, pero todos los laureles se los lleva el profiterol especiado -frito- con helado de sambayón, salsa de dulce de leche y frambuesas frescas. Quiero mil.

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profiterol especiado. fotografías por Jorge Chagas y Susie Elberse

Llegamos primeros, nos vamos últimos. Estallados y felices. Elogios a Olivia, por materializar tan bien su idea; a su equipo, por la calidez del servicio, y a Posada Ayana, por crear un espacio con tanta magia. Quedan poquitos días: si andan por el Este, háganse un favor y peguenle una visita.