72 horas en Bariloche: mi experiencia inolvidable en la Patagonia argentina
El nombre de esta ciudad es un derivado de Vuriloche, que en lengua mapuche significa “gente del otro lado de la montaña”. Créditos: María Laura Morot

¿River o Boca? ¿Medialunas de grasa o de manteca? ¿mate o café? La mayoría de los argentinos tienen una posición muy fuerte sobre lo que les gusta y, a veces, discuten (amistosamente) con quienes no están de acuerdo con ellos. No obstante, si hay algo en lo que muchos coinciden es en los destinos turísticos más bonitos del país. En ese listado imaginario siempre figuran las cataratas de Iguazú, el glaciar Perito Moreno y, por supuesto, San Carlos de Bariloche

Pero… ¿Qué tiene Bariloche que lo hace tan especial? Viniendo del norte de sudamérica, esa pregunta me vino a la cabeza muchas veces. No fue sino hasta que un viaje sorpresa a la ciudad que me causaba tanta intriga que comencé a investigar sobre sus parajes, historia y cultura. A medida que iba descubriendo sus lagos cristalinos y montañas cubiertas de nieve, la emoción de una nueva aventura iba en aumento. Y fue mejor de lo que pude haber imaginado. 

Primer día: goulash calentito y un recorrido por el Centro Cívico

Hacía muchísimo viento, pero el azul profundo del lago Nahuel Huapi resplandecía como brillantina bajo el sol de la tarde. Ese fue el primer paraje que nos sorprendió cuando íbamos de camino al hotel. También fue el primero que consiguió un lugar en el carrete de mi cámara porque lo veíamos cada vez que salíamos al balcón del apartamento 3F de Belgrano Decks.

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El lago Nahuel Huapi es el tercero más grande de Argentina. Créditos: María Laura Morot

Llegamos a la ciudad a eso de las dos de la tarde, así que estábamos deseosos por comer un buen almuerzo… Porque spoiler alert: el servicio de las low-cost como Flybondi no incluye los alimentos. 

Caminamos hacia el centro, pero en el trayecto vimos el anuncio de Manush, una cervecería y gastropub cuyas mesitas al aire libre nos llamaron la atención. Las paredes y la barra de madera me hicieron sentir que estaba en uno de esos acogedores chalets suizos a los que la gente va después de esquiar. Aunque su fuerte es la cerveza artesanal, aquí se come con gusto, especialmente si eliges algo calentito como la hamburguesa patagónica o el goulash. Además, la hospitalidad de sus empleados te deja una sonrisa en la cara.

Después fuimos a dar un paseo por el Centro Cívico. Ya había leído sobre esta zona; está compuesto por una plaza y rodeado por edificios de piedra y de madera entre los cuales se encuentra el de la municipalidad. 

Justo al lado se encuentra la calle Mitre, una vía peatonal que está llena de tiendas que venden souvenirs de todo tipo y, lo más esperado por todos, las chocolaterías. Para mi pesar solo nos dio tiempo de echarle un vistazo a los imanes y a las camisetas que, a mi parecer, eran algo costosas. Si para tí los recuerditos son indispensables, te recomiendo que no compres el primero que se te cruce por enfrente. Camina, pregunta y vuelve a preguntar porque tal vez consigas un mejor precio en otro lado.

Para cerrar, nos fuimos andando por las calles empinadas acompañados por esos últimos rayos de sol que pintan las cosas de dorado y las hacen ver más bonitas. 

Segundo día: chocolate patagónico, aerosillas y la historia del llao llao

“¡Menos mal que traje mi abrigo de invierno!”, pensé cuando salimos a la calle la mañana siguiente. Era domingo y, cuando subí la vista hacia el cielo azul, me acordé de todas las estrellas que vi la noche anterior. Eso no ocurre en Buenos Aires que, como toda gran ciudad, está llena de contaminación lumínica. 

Nuestro plan era ir a un sitio nuevo. ¿Qué tal el Cerro Otto? ¿O mejor el Lago Gutiérrez? Una escucha tantas cosas que es difícil decidir. Aunque soy una defensora de usar el transporte público para mezclarse con los locales, el grupo optó por consultar qué ofrecían algunos operadores turísticos.

Adventure Center era uno de los pocos negocios que no estaban cerrados. De nuevo nos encontramos con esa amabilidad que parece ser un denominador común en provincias como Río Negro. La decisión fue sencilla; el Circuito Chico para la tarde y el Cerro Tronador para el día siguiente. El primero costó alrededor de 20 dólares por persona y el segundo 51. 

Antes de hacer paseo por el Circuito Chico, que salía a las tres de la tarde, volvimos a la calle Mitre. Finalmente dimos con lo que yo más esperaba; las chocolaterías. Para mí, la más bonita es Mamushka porque es imposible no tomarle fotos a su anuncio con figuritas que dan vuelta sin parar, deleitarse con sus clásicos empaques rojos o suspirar con el olor que sale de sus puertas. Sus bombones rellenos son, sin dudas, los souvenirs patagónicos que más disfruté.

Ahora sí, llegó la hora de hacer el Circuito Chico. Consta de tres paradas que son ideales para quienes van por primera vez a Bariloche; el Cerro Campanario, Punto Panorámico y la Capilla San Eduardo

  • En el Cerro Campanario pagamos unos dólares para subirnos a la aerosilla. Esta es la mejor opción para llegar a la cima porque al subir puedes repasar la vegetación típica del lugar y, al bajar, hay una vista increíble del lago Nahuel Huapi. En los dos miradores de la cumbre me sorprendió cómo el azul del cielo contrasta con el marrón de las montañas.

Acá paro un momento para advertirte que revises cuánto cuesta el ticket para la aerosilla, ya que las tarifas para los extranjeros y los residentes (argentinos o no) son diferentes. 

  • Punto Panorámico es uno de los miradores más conocidos de esta ruta. Acá seguimos frente al Nahuel Huapi, pero te prometo que no te vas a cansar de tomarle fotos.
  • La última parada fue la Capilla San Eduardo. Aunque estaba cerrada, lo más interesante de este tramo fue ver el mítico hotel Llao Llao a lo lejos y descubrir que su nombre proviene de un hongo comestible. 

De regreso, me distraje viendo las playas de agua dulce que están a un lado del camino y me imaginé volviendo en verano para refrescarme con esa agua tan pura. Para cerrar con broche de oro, fuimos a Zirosha, donde me comí un lemon pie que tenía la combinación perfecta de base crocante, crema de limón y merengue. 

Tercer día: un camino rocoso y una sorpresa ensordecedora

El Cerro Tronador es un volcán activo que está “atravesado” por la línea imaginaria que separa a Chile de Argentina. Además, es un vestigio de los glaciares que cubrieron esta provincia hace miles de años. Interesante, ¿no? Estos datos no los encontré yo, los supe gracias a Mario, nuestro guía. 

Antes de resumir esta experiencia, hay algunos detalles que no sabía y que me parecen cruciales si decides elegir esta excursión:

  • No es para todo el mundo. Al principio, las condiciones de la ruta 40 son impecables. No obstante, llega un punto en que el camino se vuelve sumamente rocoso y no te sentirás muy cómodo si apoyas la cabeza en tu asiento. 
  • La entrada y todos los gastos que realices dentro del Parque Nacional Nahuel Huapi solo se pueden abonar en efectivo. ¿La razón? Es probable que pases la mayor parte del día sin señal telefónica o internet. 
  • En el camino hay baños gratuitos y pagos. Aprovecha los primeros si quieres ahorrar algo de dinero.
  • Este paseo es promocionado como un recorrido por los glaciares de Bariloche. Sí verás algunos, pero no cometas el error de imaginar el típico pedazo de hielo que flota en un lago de agua azul… Para eso está el Perito Moreno

Con el panorama claro, continuamos. 

Este día hicimos muchas paradas. Por un lado, en el mirador del Lago Mascardi vimos la isla en forma de corazón, mientras que en algún lugar dentro del bosque, ya se avistaba el famoso Cerro Tronador y el Ventisquero Negro, que, aunque no lo parezca, no es más que uno de sus glaciares. 

Después de unas tres o cuatro horas, llegamos al Camping Los Vuriloches. Las opciones para almorzar son sencillas y, como no puede ser de otra manera, idóneas para la montaña; lentejas, tallarines caseros, sopa de calabaza. Para mantener el tono autóctono de este viaje yo pedí una clásica milanesa de pollo con puré de papas.  

El espectáculo final ocurre al llegar, finalmente, al Cerro Tronador. Lo primero que me llamó la atención es el intenso color cían del lago que se encuentra a sus pies. Es tan vibrante que parece de mentira. Además, la manera en la que el sol cae sobre la montaña me recordó a la época decembrina en Caracas. Es difícil de explicar, pero se genera una especie de bruma que difumina los detalles y hace que todo parezca una fotografía. 

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El Cerro Tronador obtiene su nombre de los sonidos que se escuchan cuando se desprenden partes del glaciar que lo cubre. Créditos: María Laura Morot

En este primer acercamiento ocurrió algo que no habría salido tan bien si lo hubiésemos planeado. De la nada una parte del glaciar que cubre el Cerro se desprendió. No pensé que el impacto del pedazo sobre la piedra fuera tan potente, pero el estruendo que escuchamos me demostró lo contrario. Esta es la razón por la cual el cerro se llama Tronador.  

Para mi sorpresa nos faltaba una última parada en la que estuvimos mucho más cerca del Cerro. En este rincón nos mojamos las manos en uno de los ríos que nacen en su ápice. También nos atrevimos a subir algunos metros de un sendero cuya inclinación fue motivo suficiente para bautizarlo como Garganta del Diablo.

Todo lo bueno tiene un final. Sin embargo, en el camino de regreso luché con el sueño para grabar en mi memoria la belleza del parque nacional. Todavía me acuerdo de los rayos del sol que se colaban entre los árboles del bosque, los árboles con manzanas verdes tan chiquitas que parecían de juguete y las coloridas hosterías que bordean la ruta. 

Hasta la próxima, Bariloche

Todos tenían razón, Bariloche es un destino que no tiene comparación. Ya sea en invierno o en verano, la pureza de sus paisajes son como un respiro de aire limpio que deja encantada a cualquier persona, incluyéndome. 

Me habría gustado que mi viaje a Bariloche hubiese sido un poco más largo. Sé que me faltó ir a sitios como isla Victoria para visitar el bosque de arrayanes, probar la comida de Colonia Suiza y navegar hasta Puerto Blest para contemplar la Cascada de los Cántaros. Lo bueno es que ya tengo un candidato para mis próximas vacaciones.