Existe un concepto en literatura que resulta ser iluminador cuando lo aplicamos a diversas experiencias que tenemos los seres humanos a lo largo de nuestra vida: el extrañamiento. Es simple. Cuando tomamos distancia de nuestra vida rutinaria se produce como una salida de nosotros mismos y se nos abre la mágica posibilidad de mirarnos desde afuera. Se trata de desautomatizar nuestra mirada y salir a la conquista de nuevos horizontes de sentido. Un viaje es eso, un paso al costado. Muchos profetas del viajar dicen que «los viajes te cambian la cabeza» y no es poco lo que hay de cierto en esta afirmación. Viajar es mover la vista de nuestro cotidiano para poder mirar nuestra vida desde otra perspectiva. Y, al mismo tiempo, exponernos a una cotidianidad ajena. A mí los viajes (como el que realizamos a la Gruta India, Misiones) siempre, o casi siempre, me dan un sacudón.
5 escapadas de fin de semana desde Buenos Aires
Esa mañana teníamos planeado viajar bien temprano. Fran me dejó la hoja de ruta a Iguazú sobre la mesa de la cocina, al lado de la jarra de café que todavía estaba caliente. Dedicó, como es habitual, varias horas a planificar el viaje. Tiene un sentido de la orientación y un manejo extraordinario de los tiempos en kilómetros, además de ser rígido y disciplinado. Marcó las paradas para cargar combustible y los lugares a donde nos convenía hacer noche. Sabe de los imprevistos porque siempre se manifiestan pero él se sorprende igual y se frustra. Yo no. Me serví el café casi tibio y me quedé inmóvil un rato.
El silencio de la madrugada en un pueblo es majestuoso, desde la vereda de nuestra casa se sentía el rodar de la bicicleta sin aceitar de un canillita del diario local pero no la veíamos cerca. Ordenamos los bolsos en el motorhome, llenamos la heladera de comida y algunas golosinas que iban a endulzar la idea de seguir unos kilómetros más cuando los chicos estén ya cansados de viajar. Y una vez más, nadie nos vió escapar de la rutina. El recuerdo de cada viaje que hacemos dura toda la vida y cada vez que lo revivamos contando las anécdotas Vicente siempre va a tener tres años y Alfonso cinco.
El motorhome es nuestro, es una camioneta Ford Transit que usábamos para reparto de mercadería y un día tomamos la radical decisión de convertirla en nuestra casa rodante. Una vez que empezamos lo que en la jerga rodantera se llama “transformación” ya no había vuelta atrás. Con un pucho en una mano y la amoladora en la otra, el maestro Lucio Reverdito dijo que una vez que cortara la chapa para poner la ventana ya no iba a ser el mismo vehículo. Una camioneta menos en las rutas de reparto significaba menos ingresos monetarios. Realmente uno atraviesa una metamorfosis personal en ese proceso.

Logramos bajar las escaleras del departamento con los chicos a upa y acostarlos en sus camas del motorhome sin que se despertaran. Cuando se cierra la última puerta de la camioneta, justo en ese momento, se manifiesta la mágica intimidad del encuentro.
Hay sensaciones que son casi indecibles porque es un crispar muy íntimo de los sentidos, pero lo voy a intentar transmitir con una analogía muy simple. Es el instante en que se hace de noche y desde adentro de la carpa de los campamentos de la infancia se baja el cierre y una casa de tela se vuelve el espacio más íntimo y seguro.
Primera parada: Parque Iberá, Corrientes
Salimos de Entre Ríos por la ruta nacional 14. Tomamos la Provincial 119 para atravesar Corrientes: Curuzú Cuatía, Mariano Loza, hasta llegar a Mercedes. No manejar de noche fue uno de los mandamientos del viaje y todo fue perfecto porque antes de la tardecita ya habíamos rodado 40 kilómetros de asfalto por la ruta provincial 40 y otros 80 del ripio que nos llevarían hasta el Parque Iberá, nuestra primera parada.
El camino de tierra es agreste y los seres humanos somos solo visitantes. Los animales autóctonos dominan. Están en todos lados: carpinchos, yacarés, ciervos de los pantanos, aguará guazú -que son una mezcla de zorros con hienas- y una infinita e impactante variedad de flora y fauna, además de muchísimos mosquitos.

Era la primera vez que visitábamos esta reserva natural de —y esto, querido lector, léelo pausado y tomando dimensión del dato— un millón 300 mil hectáreas. No supimos hasta el día siguiente que el parque estaba compuesto por diferentes portales, y nosotros sin planearlo habíamos entrado al de Laguna Iberá, junto al pueblo Colonia Carlos Pellegrini.
Estaba cayendo la noche cuando cruzamos el puente de acceso a la Laguna. Es un puente antiguo de base de madera y barandas de hierro verde que, literalmente, chillaba a medida que lo íbamos transitando. Vicente y Alfonso iban pegados a la ventana y cada tanto nos miraban buscando seguridad. A pesar de las planificaciones previas, cuando el destino es un lugar que nunca visitaste es inevitable vivir momentos de incertidumbre y de un dulce miedo a lo desconocido. Hay variables que no se pueden planear y obstáculos que se van resolviendo durante el viaje.
No lo sabíamos con exactitud pero al final del camino, en los márgenes de la laguna, estaba El Camping Municipal Iberá. Un espacio hermoso, prolijo y cuidado que ofrece quinchos con parrilla y, algo importantísimo para quien viaja en motorhome, ¡varios tomacorrientes!. Pocos minutos después de estacionar en una de las parcelas y enchufar el motorhome se apagaron todas las luces artificiales del lugar y quedamos bajo la custodia de la noche con su manto estrellado.
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Un celebrado imprevisto en el camino
Porque nos conquistó Iberá y nos quedamos hasta pasado el mediodía, porque frenamos a contemplar cada animal que nos cruzábamos por la ruta 41 camino a Misiones, porque los chicos se pusieron un poco inquietos, nos corrimos bastante del itinerario pautado.
Ya estaba entrada la tarde y no teníamos pensado dónde parar. Ningún lugar nos convencía para quedarnos a dormir hasta que encontramos un cartel enorme que cruzaba de lado a lado el camino de tierra colorada de la ruta 12 y que decía: «Gruta India a 7 km».

Gruta India, un tesoro natural con relevancia para la historia de la humanidad
No tuvimos mucho tiempo para analizar las variables de la decisión así que entramos. Era casi de noche. El camino angosto y torcido se perdía en la naturaleza y formaba un túnel oscuro. No había señal de teléfono. Fue entonces cuando sentimos que estábamos cruzando los límites de nuestra zona de confort. Al salir del conducto natural todavía había luz, y el Parque Provincial Gruta India nos recibió esplendoroso con su olor a tierra mojada.
Teníamos poco tiempo para recabar información acerca de cómo funcionaba el lugar y la mujer que atendía la cantina nos dijo que los prestadores de servicio se iban durante la noche y solo quedaban los acampantes y un sereno que era el celador del camping. Elegimos un lugar para estacionar justo al lado de los baños porque ahí señoreaba el único poste de luz que quedaría prendido toda la noche. Después de cansarnos de perseguir sapos enormes, nos refugiamos en nuestra casa itinerante y nos despedimos hasta el otro día.
Muy temprano a la mañana, el ruido del agua desplomándose contra las piedras nos guió hasta la cascada. Camino abajo descubrimos una gran pileta natural y, arriba a la izquierda, una inmensa cueva de piedra que resultó ser importantísima para la historia de la humanidad. Nos metimos adentro, bien al fondo, y el silencio era frío y absoluto.

A mediados del siglo pasado, la arqueóloga Antonia Rizzo y su grupo investigadores descubrieron que en la profundidad de la gruta Tres de Mayo, como se la conocía antes, habitó el asentamiento humano más antiguo del nordeste argentino. A través de un estudio radiocarbónico de los restos de esqueletos de personas y una gran variedad de instrumentos hechos de hueso y piedra que se recuperaron en la gruta, se confirmó la existencia de un hombre temprano cazador, recolector y pescador que vivió hace más de 4 mil años.
Pasamos el día chapoteando en la laguna. Vicente y Alfonso se reían desbocadamente dejando salir esa alegría pura que llega desde la más profunda vivencia de los sentidos. Misiones alberga muchos tesoros naturales y la Gruta India es un rincón más que vale la pena vivir.