
“¡Quiero ir a Holbox!”, le dije un día entre semana a Agus por WhatsApp. Llevaba meses viendo videos de esa isla. Desde cómo es vivir ahí y tener una cafetería hasta en los que aparece gente que aparentemente camina sobre el mar (gracias a la ilusión que crea un banco de arena). Minutos después me escribió Erick, —a quien siempre saludo con un “¿en qué parte del mundo estás?”—, para invitarme a pasar unos días en el Hotel Villas Flamingos que, por supuesto, se encuentra en el destino que quería visitar. Me emocioné muchísimo. ¡Qué suerte, casualidad o manifestación (como prefieras verlo)!
Llegar a este destino en Quintana Roo, México, es cosa de varias horas y transportes, si sales desde la CDMX, como yo, debes tomar un vuelo a Cancún. Y de ahí ir en carretera hasta el poblado de Chiquilá (son como dos horas de camino). Si tienes suerte llegarás justo antes de que el ferry abandone el muelle; no te preocupes, en temporada alta los traslados llegan a realizarse cada media hora. (Nota de viaje: el costo del Holbox Express Ferry es de $300 pesos por adulto y $180 pesos por niño).
Cuándo viajar a Holbox: la mejor época del año
Había dejado mi cama a las 4:00 am y era la hora de la comida, “¡qué ganas de un ceviche de pescado!” Una vez en Holbox tomamos el último transporte del recorrido, pero ya con olor a mar e inmersos en el clima delicioso del Caribe mexicano previo a la temporada de lluvias. En la isla no hay autos, locales y turistas se mueven en carritos de golf; así llegamos al Hotel Villa Flamingos, en la reserva natural de Yum-Balam, aunque también puedes hacerlo en bicicleta.
Hay que comenzar diciendo que el lobby de este complejo de 41 habitaciones es obra de Alejandro D’Acosta, un reconocido arquitecto mexicano que basa su obra en la sustentabilidad y el rescate del entorno. Desde el primer momento sientes cómo la estructura abierta de bambú entretejido se funde con la naturaleza. Y no tienes que esperar a llegar al mar para pisar la suave arena blanca, ya está bajo tus pies.

Cada habitación (o bungalow) es distinta. Algunas tienen alberca privada y jardines, mientras que otras cuentan con terrazas con vista al mar. Me quedé en uno de los Bungalows Cielo, en un segundo y tercer nivel, frente al océano.
La decoración eco-chic se distingue por crear espacios limpios, con colores de la naturaleza y muebles de madera natural o que dejan ver el paso del tiempo. Al entrar al bungalow, la primera impresión es de amplitud por las paredes blancas; mientras que el techo con vigas le da un estilo rudimentario. Al interior están todas las amenidades de un hotel de lujo, pero lo verdaderamente emocionante se encuentra en los otros espacios. Una terraza con camastros, sillas y una hamaca. Y en la parte trasera, una regadera al aire libre, pero con privacidad, para darte una ducha bajo las estrellas.
En el segundo nivel del bungalow hay un jacuzzi privado con vista al mar, que no se puede desaprovechar. Desde ahí vi alguno de los atardeceres «color toronja» que ocurrieron durante mi estancia. Si te cansas del agua puedes recostarte en las hamacas que se encuentran alrededor del jacuzzi y para que no te molestes por moverte de ahí, hay amenidades como un mini bar.

Comida frente al océano
Después de explorar nuestras habitaciones, tuvimos una primera comida con los pies en la arena y platillos para compartir al centro de la mesa. El Mangle Beach Bar ofrece todo lo que podrías pedir en un restaurante de playa, desde guacamole hasta pulpo a la parrilla.
Te adelanté que desde el jacuzzi del “Bungalow Cielo” se ven atardeceres increíbles, pero para comenzar mis días en Holbox lo presencié en primera fila. El Hotel Villas Flamingos tiene una localización privilegiada frente al banco de arena y puedes caminar varios metros con el agua salada ligeramente arriba de las rodillas. También es posible recostarte en una hamaca, a la orilla de la alberca y desde ahí ver cómo el cielo cambia de color, además de las siluetas oscurecidas de las personas y aves que parecen caminar sobre el agua, algo hermoso.
Esa noche celebramos una cena en un tipi. Esta es una de las experiencias que se ofrecen en el complejo, muy pedida por parejas, pues está de más decir que es romántica, pero también es buen plan entre amigos. Nos sentamos en torres de cojines y mientras escuchábamos las olas, nos ofrecieron una tabla de quesos y carnes frías, además de vino blanco. Para después continuar con un salmón bañado en una holandesa de chipotle y acompañado con un risotto de espárragos. Y de postre: crème brûlée, uno de los placeres de Amelie que pude disfrutar en el mejor momento.

Si te vas a dormir temprano, te recomiendo que despiertes con el amanecer y si tienes suerte puedes ver flamencos en el mar. Y si no, siempre puedes salir a buscarlos. Además de realizar otras actividades como nado con tiburón ballena (en temporada) y recorridos en la madrugada para ver la bioluminiscencia, un espectáculo natural de luces. O simplemente tirarte al sol y disfrutar de la tranquilidad de una isla en el Catamarán Tequila.







