
Lima es la segunda ciudad más grande en el mundo construida sobre un desierto. Tiene de sedienta, de frenética y de indómita. Y tiene también una planificación urbana que durante años la plantó de espaldas al mar.
Viví cinco años aquí, y la gocé en su ritmo costeño, relajado y provinciano en verano, y la padecí en los inviernos largos, grises y húmedos cubiertos de neblina. En todas esas temporadas, su malecón fungió de atrapasueños: me acercaba a él para repeler la nostalgia, para buscar ese despojo y esa infinitud que solo un horizonte de mar puede dar o para embriagar la mente con los atardeceres más lindos que se pueden ver sobre el Pacífico.
Las obras en la ciudad parecen haber reconocido finalmente el potencial de la única capital de Sudamérica que se cierne sobre el mar: un teleférico en construcción conectará el malecón de Miraflores con las playas, la ciclovía que recorre la costa se ha extendido y cadenas de hoteles apuestan cada vez más por edificios con esa panorámica.
Porque mi postal preferida de la ciudad es la que pone el foco en el mar, te recomiendo los tres hoteles 5 estrellas con la mejor vista de Lima:

Bastaría con los detalles: la bandeja de bienvenida en la habitación con los insumos y la receta para preparar un chilcano, los alfajores en la mesa de luz por las noches, la bañadera con una invitación a un baño de sales relajantes o las postales de Lima para enviar a la vieja usanza. Pese a eso, además, se jacta de una pastelería exquisita en el desayuno buffet, tiene bicicletas y scooters a disposición de los huéspedes, la pileta en el último piso es climatizada y la fastuosidad de su estilo republicano la envuelven a una en la pompa de glorias ajenas. No quedan dudas de que se está en un hotel cinco estrellas. Pero, como con eso no basta cuando se busca la perfección, todas la suites Ocean View tiene una disposición en diagonal al malecón, con dos sofás de frente a la visual más romántica de Lima: el verdor del Parque Domodossola, el clásico restaurante La Rosa Naútica adentrándose en el mar y el ritual vespertino de los surfers con el sol poniéndose detrás.

Tiene 18 pisos y tuve la fortuna de quedarme en el 17, en una suite que debe ofrecer -en estado de quietud y sin riesgos- la misma visión que tienen quienes vuelan en parapente por el Malecón de la Reserva. Está ubicado a la izquierda del centro comercial Larcomar, casi colgando del acantilado, y con toda la Costa Verde extendiéndose a sus anchas. Bajo sus ventanales se vislumbra la línea ondulante que dibuja el mar adentrándose en las playas de piedras. Si acaso existe una vista perfecta para sentarse a escribir una novela o unas memorias, ésta es. No apta para personas que sufran de vértigo.

Nunca me hospedé acá, pero mientras vivía en Lima fui socia de su magnífico Health Club, el único que logró que acudiera tres meses seguidos a un gimnasio gracias a que podía correr en la cinta o hacer musculación mirando al mar. También, pasar la tarde en la piscina vidriada y con bar, orientada hacia donde se pone el sol. Con una ubicación estratégica en la esquina que une la Av. Larco con el Malecón de la Reserva, hospedarse aquí es sin duda garantía de una gran vista.
12 horas en Lima: un viaje para enamorarse de la capital peruana