Kinich: 32 años de sabor, historia y sostenibilidad en el corazón de Izamal
Platillos en Kinich / Foto: Sofia Segura

En el corazón amarillo de Izamal, donde las calles están llenas de historia, misticismo y el sol parece haber decidido quedarse a vivir, hay un rincón que late al ritmo de los fogones tradicionales, las manos sabias y una filosofía de respeto por la tierra. Se trata de Kinich, un restaurante que desde 1993 se ha convertido en un estandarte de la cocina yucateca tradicional y un modelo a seguir en sostenibilidad y compromiso comunitario.

Kinich: donde cada platillo cuenta una historia

Más que un restaurante, Kinich es una declaración de amor por Yucatán. Su cocina, basada en ingredientes locales y técnicas ancestrales, rescata recetas heredadas de generación en generación: cochinita pibil cocida en horno de tierra, papadzules, sopa de lima, panuchos, poc chuc… cada platillo es una invitación a viajar en el tiempo, a saborear la identidad profunda de la península.

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Foto: Sofia Segura

Rodeado por muros de piedra, vegetación exuberante y techos de palma, el espacio invita a una pausa: aquí se come sin prisa, se conversa sin interrupciones, y se vive la experiencia con los cinco sentidos. No por nada la UNESCO reconoció a Kinich por su Excelencia en el rescate, salvaguarda y promoción de la cocina tradicional mexicana.

Un modelo de sostenibilidad con sabor a futuro

Kinich no solo honra el pasado, también se compromete con el futuro. Con un modelo de sostenibilidad integral basado en tres pilares —rescate cultural, conservación de la naturaleza y cohesión social— el restaurante ha logrado fusionar tradición y ecología de forma ejemplar.

Desde el uso exclusivo de ingredientes del huerto agroecológico Kinich, hasta la cocina cero residuos, el compostaje, el reciclaje y la eliminación total de plásticos de un solo uso, cada decisión está pensada para cuidar el entorno y fortalecer la economía local. Su compromiso lo ha llevado a formar parte de plataformas como sinplastico.org, impulsada por Greenpeace México, y a recibir el distintivo de Empresa Socialmente Responsable.

El equipo de Kinich no solo cocina, también aprende, enseña y comparte. A través de capacitaciones constantes, visitas educativas y un ambiente de trabajo basado en el respeto, Kinich promueve un desarrollo humano integral. Además, su red de proveedores está compuesta 100% por productores locales, generando un círculo virtuoso de impacto positivo.

También ofrecen experiencias inmersivas como talleres de recados, herbolaria maya, desayunos en el huerto y clases de cocina con saberes ancestrales, que permiten a los visitantes conectar profundamente con la cultura yucateca.

Kanché: coctelería, vistas y esencia contemporánea

En 2023, Kinich amplió su universo gastronómico con Kanché, un bar y restaurante ubicado justo detrás del restaurante principal. Con una vista privilegiada a la pirámide Kinich Kak Mó y un concepto que mezcla lo tradicional con lo vanguardista, Kanché ofrece una carta innovadora, basada también en ingredientes locales y una coctelería de autor que honra los sabores del sureste mexicano.

Aquí, cada trago es una exploración botánica, una experiencia sensorial que se marida con la magia del entorno y la calidez del servicio.

Kinich también ha expandido su visión a la hospitalidad, ofreciendo alojamientos como el Hostal Yum Kin y Aldea Itzamatul, pensados para quienes quieren quedarse a vivir un poco más de Izamal. Lugares con encanto, todos los servicios y ese toque de autenticidad que caracteriza a cada uno de sus proyectos.

Kinich: una experiencia que trasciende la mesa

Después de 32 años, Kinich no solo sigue cocinando con el corazón: se ha convertido en un referente nacional e internacional por su visión integral. Es un espacio donde el pasado se honra, el presente se disfruta y el futuro se cuida.

En cada tortilla recién hecha, en cada plato servido, en cada historia compartida bajo las palmas del techo, Kinich sigue demostrando que la gastronomía puede ser deliciosa, consciente y transformadora.

Y lo mejor es que está justo ahí, en Izamal, esperando con los brazos —y los fogones— abiertos.