Punta Cana: donde el Caribe se fusiona con el lujo 
Punta Cana: donde el Caribe se fusiona con el lujo 
Punta Cana. Foto: Hyatt

“Bienvenida a casa”. Con esas palabras, y una sonrisa, el equipo del Hyatt Secrets Royal Beach en Punta Cana me recibe como si regresara a un lugar que ya conocía, aunque fuera la primera vez que ponía un pie allí. La bienvenida se siente como un abrazo al corazón y la promesa tácita de una estancia inolvidable.

El ambiente cálido me envuelve de inmediato y con él llega una punzada de felicidad. Desde ese primer instante, entiendo que aquí el lujo no se mide en ostentaciones, sino en el placer de no tener prisa y el gozo de lo simple de la vida.

Aquí, el check-in no es ese trámite tedioso que se tolera antes de comenzar las vacaciones; es el inicio del viaje. Sentada en un lobby de lujo, con una bebida refrescante en la mano, mientras mis compañeros de viaje eligen entre una cerveza Presidente o un cubalibre de ron Barceló, una anfitriona me describe un universo de posibilidades: ocho restaurantes, once bares, zonas de relajación que parecen sacadas de una postal y un catálogo de actividades que resulta imposible memorizar. “¿Cómo se supone que uno puede hacer, comer y disfrutar todo esto en una semana de vacaciones?”, me pregunto.

Vivir el sueño caribeño

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Foto: Hyatt

El recorrido hasta la habitación ya dejaba claro por qué este es considerado un resort de lujo: cada detalle, desde la arquitectura hasta los aromas, parece diseñado para complacer.

Pero no fue hasta que llegué al único rincón donde el sofisticado diseño de Hyatt no impone su estética -la playa-, que comprendí la verdadera esencia del lugar. Allí, el Caribe se revelaba en su forma más pura. 

Agradecí las políticas sostenibles de la marca que me permitieron sentir la naturaleza vibrar sin restricciones. Palmas que se mecen con el viento, cocos que caen a su tiempo, pequeños animales playeros que aparecen y desaparecen entre el sargazo, conchas esparcidas por toda la arena. Todo en armonía. Todo como debe ser. Fue ahí, con los pies hundidos en la arena y escuchando el rumor del oleaje, donde sentí que estaba dentro del ‘sueño caribeño’.

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Epicentro del turismo global

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Foto: Hyatt

Basta con observar la infinidad de blanca arena y las aguas turquesas para comprender, sin necesidad de cifras, por qué República Dominicana se ha convertido en un epicentro del turismo global.

Aun así, los números impresionan: el año pasado, más de once millones de visitantes llegaron a la isla , casi igualando la cantidad de personas que la habitan. Este rincón del Caribe tiene vuelos directos desde más de 40 países en América y Europa, sin contar con la variada flota de cruceros y embarcaciones privadas que atracan en este pedacito de paraíso. 

“República Dominicana supo acoger el modelo de ‘all inclusive’ de lujo”, me dice Luis Fernando Tirado, vicepresidente regional de Operaciones de Inclusive Collection by Hyatt, con la convicción de quien ha visto crecer la industria desde dentro. La hospitalidad se ha convertido en el motor del país, y los dominicanos han sabido capitalizar la belleza de su tierra, complementando con una oferta de bienes y servicios diseñada para conquistar al viajero. En cada detalle, se percibe ese compromiso: que quien llega, se quede con ganas de volver.

En la pequeña isla se ve la presencia de marcas de hospitalidad como Marriott, Hilton, Four Seasons y nuestro anfitrión: Hyatt. La marca inició su formato de todo incluido de lujo vacacional en el pequeño país, hoy ya cuenta con 140 propiedades en el mundo, de las cuales 26 están en República Dominicana -y se prepara la apertura de otros dos hoteles en Playa Esmeralda-, un alto porcentaje para un terreno pequeño, pero merecedor de un lugar privilegiado en el mapa del turismo de alto nivel.

Orgullo dominicano de exportación

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Foto: Hyatt

El sabor del Caribe embotellado: así podría describirse el ron dominicano. Reconocido en el mundo por su calidad excepcional, este ron se distingue por notas dulces de vainilla y caramelo, tan características que los expertos aseguran que no pueden replicarse fuera de esta región. Su éxito es la mezcla perfecta entre el clima tropical, el añejado en barricas de roble americano o francés y el conocimiento ancestral de los maestros roneros dominicanos. 

“El local lo puede tomar con coca, agua mineral, Sprite… o simplemente ‘derecho’”, me dijo el chef mexicano Carlos Quijano Pérez, llegó a República Dominicana hace once años y desde entonces ha aprendido que el ron aquí no es solo una bebida: es una declaración de identidad.

Más allá de ser un producto de alta calidad que se exporta a más de 70 países, el ron es parte del ADN dominicano. Es el cómplice perfecto del merengue, la bachata y el dembow que resuena en cada esquina de Santo Domingo, y también es el ingrediente principal de la ‘Mamajuana’, esa mezcla ancestral y potente que los locales beben con orgullo en festividades, celebraciones o simplemente para brindar por la vida. Aquí, el ron no solo se bebe; se vive.

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Los placeres del paladar 

Aunque las playas son un sueño y el hotel es reconfortante, hay algo que, sin duda, será la razón por la que volveré: la gastronomía. Empecé los días apostando por lo conocido en el buffet: un desayuno de huevos revueltos y tocino al estilo americano, pero terminé mi estancia inmersa en el sabor local. Fue gracias a una colega de Santo Domingo, que también se alojaba en el resort, que probé el mangú: un majado suave de plátano verde acompañado de queso frito, salami dominicano y huevos estrellados. 

Los almuerzos y las cenas fueron un desfile de sabores, texturas y aromas que hacían fiesta en el paladar. Deje la culpa por haber dejado el gimnasio como una de las pocas zonas que no visité, y me propuse probar tantos restaurantes como fuera posible dentro del complejo que comparten Secrets y Dreams, dos hoteles hermanos de la misma cadena que, aunque diseñados para públicos distintos, ofrecen una experiencia gastronómica igual de completa.  Sin salir del resort, viajé de Francia a Italia, de México al Mediterráneo, con paradas sabrosas en la cocina caribeña y más allá.

Cada menú era una invitación a descubrir, pero si hay un plato que merece mención especial es el chillo, un pez local de carne blanca que los dominicanos suelen preparar frito o bañado en una salsa de coco. Su sabor, fresco y contundente, resume en un solo bocado todo lo que este viaje representó: el placer de dejarse sorprender.

Punta Cana es una parada obligada para quienes recorren el continente de norte a sur. La oferta turística de la isla está diseñada para recibir a todos: desde el viajero que busca lujo sin límites hasta el que prefiere una escapada más sencilla, pero igual de rica en experiencias. Y lo mismo ocurre con la gastronomía: aquí hay un sabor para cada paladar.

En el aeropuerto, lista para regresar a casa, converso con mis compañeros de viaje sobre a quién nos gustaría traer la próxima vez, mientras el agente de la aerolínea me pregunta si llevo algo inflamable en el equipaje de bodega. “Una botella de ron… bueno, dos”, admito, su mirada me lo dice todo: no estoy llevando suficiente y hace falta allí una botella de ‘Mamajuana’.

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