
Cuando piensas en Panamá seguramente llega a tu mente el canal, la vía que conecta al Mar Caribe con el Océano Atlántico, sin embargo, este destino tiene mucho más que ofrecer, y no me refiero a las conexiones entre vuelos internacionales. Hace unos meses viajé a este país de América Central para pasar días entre leyendas de piratas, rascacielos y la vida a lo “hakuna matata” en la comunidad emberá.
Escapé del frío en México para aterrizar a 30°C. En Panamá las estaciones se sienten de forma distinta, si no acostumbras contemplar la naturaleza con detenimiento, lo más probable es que solo identifiques la temporada húmeda (de mayo a noviembre) y la seca (de diciembre a abril). Para los panameños lo constante son las altas temperaturas, así que ya ni siquiera preguntan por el clima, hace calor, se sabe y eso es suficiente.

En mi primera noche en Panamá elegí cenar en la terraza del restaurante MASI, en el JW Marriott, que se encuentra en Punta Pacífica, uno de los barrios más exclusivos, entre rascacielos y con vista al mar. Ahí probé una versión de autor del tradicional arroz con pollo, un plato muy típico de la región, y un «ceviche rompe colchón» de la provincia de Colón, cuyo significado efectivamente se refiere a lo que estás imaginando, sus ingredientes se consideran afrodisíacos.
Me hospedé ahí mismo y, por un momento, frente a la ventana de techo a piso de mi habitación, me sentí en una urbe como Miami, miré hacia abajo para encontrar la alberca del complejo y la zona de entretenimiento con una cancha de fútbol; mientras que de frente podía ver edificios de departamentos y oficinas. El océano estaba oculto por la oscuridad de la noche, así como la bahía de Panamá.
El edificio donde se encuentra el JW Marriott Panama City —originalmente construido como el Trump Ocean Club International Hotel and Tower— es el rascacielos más imponente de la ciudad, con 284 metros de altura y 70 pisos. El interior de la suite en la que me hospedé me pareció igual de fascinante, un espacio abierto con tina frente a un ventanal, cama king size y una estancia con sofá, comedor con cuatro sillas y escritorio.


Entre historias de piratas
Seguramente has escuchado hablar de Sir Henry Morgan, la definición de pirata. “Fue el más célebre de los corsarios del Caribe de la segunda mitad del siglo XVII”, se lee en su ficha de descripción en el Patronato Panamá Viejo. Lo que no sabía es que estuvo al frente del saqueo histórico de la ciudad antigua. En el Sitio Arqueológico aún se observan los vestigios de las que fueron las primeras construcciones, como las casas reales, los conventos, el Hospital de San Juan de Dios y la Catedral y mirador de la torre, al que aún se puede subir.
Después del recorrido por el también museo, vimos el atardecer. Como dato de sobremesa: Panamá es el único país del mundo donde el sol sale por el Océano Pacífico y se oculta en el Atlántico.
Duerme en las casas de árbol más lujosas de Panamá

Comida que habla de Panamá
«Comida que habla de Panamá» es la primicia de “Fonda Lo que hay”, el restaurante reconocido por los Latin America’s 50 Best Restaurants, que nació como una opción local de comida casera para todos los días, con un menú cambiante que se prepara con los insumos de cada temporada.
Te recomiendo que pruebes la yuca tostada con carpaccio de atún, el plato insignia que se elabora de forma meticulosa, su color, que podría confundirse con el del salmón, se debe a que lleva achiote. También pide las Almejitas Sexys con zapallo, ajillo, pepita de marañón y chili crunch; y el pollo frito acompañado con puré con gravy y vegetales fermentados. El postre te lo tienes que preparar, se trata de un tradicional raspado al que se le agrega malteada (leche en polvo), leche condensada, miel de maple y el sabor a elegir entre maracuyá, mora y frambuesa.
El ambiente en este restaurante es informal. Hace calor, pero no importa, los tragos son refrescantes. Se antoja para hablar fuerte, disfrutar de la música y acercarse a la barra.
El café más costoso del mundo
Si estás en Panamá, prueba el café Geisha, el más costoso del mundo. En Geisha Experience, ubicado en el Casco Antiguo, la cata incluye también una explicación sobre el origen y características de este grano originario de Etiopía.
El molido se realiza de forma manual, mientras que para la extracción se utiliza una cafetera Chemex. Finalmente, el líquido se ofrece en copa para apreciar mejor sus características, que al gusto son similares a las del té negro, y puede beberse con maridaje de bocadillos, principalmente dulces como bombones de chocolate y un flan. En una pizarra se muestra el precio del café al día, el cual era de 10 mil dólares por kilo, pero puede llegar a costar más, especialmente en subastas.

Un hospedaje que vibra como la ciudad
A mitad de mi viaje cambié de hospedaje. Yamal me recibió en el lobby de W Panama, un hotel en el que cada espacio está intervenido de forma artística y cuya decoración se inspira en la ciudad, desde el uso de estructuras metálicas que representan los contenedores del canal hasta los murales de lo cotidiano, incluso de un lomito sin raza, pues el lugar es pet friendly. Durante el recorrido me contó cosas interesantísimas del país, como la forma en la que solía ser la vida de los zonians, los ciudadanos estadounidenses que residían en la zona del Canal de Panamá y disfrutaban de sus propios servicios, aunque en un espacio limitado de 5 millas a la redonda.

La vida en la comunidad Emberá
En el Puerto de Corotú ya nos esperaba Aquiles, quien nos llevaría a conocer su comunidad. Navegamos unos 20 minutos en piragua con motor, que es similar a una canoa, pero más larga y estrecha, hasta la cascada del cañón del Chagres para nadar antes de la llegada de un grupo de turistas. El agua estaba cristalina y a temperatura agradable, sin llegar a ser fría. Floté sobre la superficie y experimenté uno de esos momentos de gratitud por el lujo que es el encuentro cercano con la naturaleza.
En Parará Purú son pioneros en los programas de turismo comunitario y cuentan con una cooperativa formada inicialmente por cinco hermanos para mostrar sus usos y costumbres a los visitantes.
Fue hasta mi último día de viaje que conocí el canal, antes fui a los archivos de su construcción y visité la biblioteca de memoria histórica. No podía irme sin ver las esclusas, así que tres horas antes de abordar el transporte al aeropuerto, hice una parada para ver cruzar un barco japonés, uno de los más grandes que utilizan la ruta de tránsito. Y sí, valió la pena perderme una sesión de spa y correr para llegar a documentar mi equipaje.
