Entre sombras rosas y murmullos de cine: el encanto eterno del Polo Lounge en Beverly Hills Hotel
Foto: The Beverly Hills Hotel

Hay lugares que no necesitan anunciarse; basta cruzar la puerta para entender por qué son parte del imaginario del lujo mundial. Polo Lounge, en el corazón del Beverly Hills Hotel, es uno de ellos. Es ese espacio donde la historia de Hollywood no solo está en las fotos: se siente en cada mesa, en cada lámpara verde y en el murmullo perfecto que mezcla conversaciones importantes con copas que chocan con suavidad.

Pero este salón no está solo. Su prestigio forma parte de algo mucho más amplio: la historia del Beverly Hills Hotel, el palacio rosa que vio nacer a una ciudad y al glamour tal cual lo entendemos hoy.

Beverly Hills Hotel: el ícono rosa de Los Ángeles

Sentarse en Polo Lounge es un ejercicio suave de viajar en el tiempo. Todo aquí parece haber sido diseñado para sostener un estilo de vida que nunca pasa de moda. Antes de que Beverly Hills fuera un punto en el mapa del lujo, antes de las mansiones, de las tiendas y del desfile interminable de celebridades, había un hotel que se adelantó a la ciudad misma. Cuando abrió en 1912, el Beverly Hills Hotel era prácticamente el único edificio importante en la zona, un oasis rosa rodeado de tierra abierta y palmeras jóvenes que prometían crecer con él.

Lo que ocurrió después no fue casualidad: el hotel se convirtió en el centro social de quienes buscaban un refugio lejos del ruido de Los Ángeles, y más tarde, en el escondite preferido de actores que apenas descubrían la fama. Sus pasillos se llenaron de productores que soñaban en grande, músicos que buscaban inspiración y estrellas que encontraban en sus jardines algo más valioso que la privacidad: libertad.

El nacimiento de Polo Lounge: el lugar favorito de las celebrities

De esa energía nació el Polo Lounge. Cuando en los años cuarenta Hernando Courtright decidió renombrarlo en honor a sus amigos jugadores de polo, quizá no imaginó que ese gesto casual daría paso a uno de los comedores más influyentes de Hollywood. Lo que empezó como un punto de encuentro deportivo se transformó, casi sin proponérselo, en el escenario favorito donde agentes, actores y directores negociaban el futuro de la industria con la misma naturalidad con la que pedían otro café.

Las mesas, aquí, cuentan historias. La famosa Mesa 2, adoptada por Frank Sinatra como si fuera extensión de su sala, se convirtió en un símbolo de poder blando: donde él se sentaba, la conversación se alineaba. La Mesa 5 vio pasar decisiones que modificaron guiones, presupuestos y hasta carreras enteras. Y en los booths tapizados —esos rincones casi teatrales— más de un romance nació, terminó o se guardó con sigilo.

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Mariana García | Travel + Leisure en Español

Marilyn Monroe, que tenía una relación casi íntima con el Beverly Hills Hotel, prefería los booths del fondo, donde podía deslizarse con esa mezcla imposible de discreción y magnetismo. En sus temporadas más agitadas, el hotel entero funcionaba como un refugio emocional para ella, y el Polo Lounge era su sala de estar: pedía su Cobb salad, bromeaba con los meseros y encontraba entre la penumbra verde un respiro que pocas veces podía darse afuera.

La comida, más que un menú, funciona como ritual. El McCarthy Salad, creado aquí mismo, ha sido testigo mudo de reuniones que marcaron épocas. El soufflé de chocolate, clásico de clásicos, se convirtió en el cierre perfecto de almuerzos que empezaban tensos y terminaban en acuerdos. Incluso el simple gesto de servir un martini tiene ese ritmo pausado y coreografiado que parece heredado de otra época.

La magia del Polo Lounge nunca estuvo en la extravagancia, sino en la elegancia de lo que no hace ruido. La luz baja suaviza rostros; la acústica, casi misteriosa, permite hablar sin ser escuchado. Por eso durante décadas el salón funcionó como un laboratorio creativo: guiones revisados con prisa, ideas garabateadas en servilletas, proyectos enteros imaginados en el tiempo que tarda en llegar un plato.

El Beverly Hills Hotel, por su parte, reforzó esta narrativa con sus propias leyendas. Howard Hughes ordenaba comidas a horas improbables desde uno de sus bungalows. Escritores, músicos y magnates usaban el hotel como escondite o como cuartel general. Las fiestas secretas, las reuniones improvisadas y las escapadas nocturnas ayudaron a tejer una historia paralela que alimentó —y sigue alimentando— el aura del lugar.

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Dorchester Collection

Hoy, ese encanto permanece. El palacio rosa y su salón verde continúan como protagonistas silenciosos de Hollywood, ajenos a las modas pero sensibles a los nuevos ritmos. Puede que las celebridades cambien, que la fama se mida distinto o que los acuerdos ya no se firmen en servilletas, pero el Polo Lounge mantiene intacta su esencia: un refugio donde lo legendario y lo cotidiano conviven sin esfuerzo.

Y ahí está su magia. Entrar al Polo Lounge es sentir que te deslizadas a una película que aún se está filmando. Un lugar donde las tablas y los manteles guardan más secretos que las crónicas oficiales, y donde cada visita —sin importar quién seas— se suma de manera natural a una historia que lleva más de cien años escribiéndose.