Hice un hike en la madrugada para ver el amanecer en la cumbre más alta de la CDMX 
iStock/Eder Marcos Camacho Gomez

Estoy en ese momento de la vida en el que despiertas con casi 34 años y se te ocurre celebrarlo con un hike. Hace unas semanas decidí que quería hacer una ruta de senderismo y, después de explorar opciones en Google, elegí una que ocurre en la madrugada, para ver el amanecer en la Cruz del Marqués y el Pico del Águila en el Ajusco, las cumbres más altas de la Ciudad de México, la primera localizada a 3 mil 950 metros sobre el nivel del mar. 

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Amanecer en el Pico del Águila. Jaime Villagomez

Te comparto cómo me fue, por si tú también amaneces con la necesidad de tener un contacto cercano con la naturaleza. Para empezar contacté a guías independientes y agencias de ecoturismo que operan en la capital; decidí contratar a la empresa Ancestral Travel porque su programa de rutas coincidía con la fecha que yo tenía disponible y el costo me pareció justo, pagamos $900 pesos (por persona) por un paquete que incluye: guía, préstamo de equipo (casco y bastones), lunch y transporte desde puntos céntricos de la ciudad; no está de más decir que los guías me parecieron confiables (al menos por los comentarios que vi en redes sociales, mentiría si te digo que revisé algo más). 

Soy de tomar algunas decisiones importantes de último minuto, así que el día previo al que sería mi (primer) festejo de cumpleaños compré un par de botas de senderismo. No elegí las más baratas, pero tampoco las más costosas y profesionales. Pagué $750 pesos en Decathlon por un par de zapatos impermeables y con buen agarre para evitar resbalar (lo más posible). También llevé dos lámparas de cabeza ($100 pesos cada una) y me quedé con ganas de comprar una bolsa de hidratación, pero ese accesorio se salía de mi presupuesto y pensé que podría arreglármelas bien con un termo, así fue. 

Ya sea que deba tomar un vuelo en la madrugada o alistarme para una carrera, pocas veces logro dormir temprano la noche anterior; me pasa todo lo contrario, la emoción y el miedo a ignorar inconscientemente la alarma, espantan mi sueño. Esta vez no fue un problema, vi a Oscar —con quien haría la ruta y quien también sumó a su guardarropa un par de zapatos antiderrapantes— para cenar tacos, comprar snacks en el supermercado y retirar dinero en efectivo. Después de todo eso nos quedaron como dos horas de descanso, nos despedimos y minutos más tarde, pasó por mí para dirigirnos al punto de reunión con los guías y el resto de los asistentes. 

Estamos en marzo, pero cuando realizamos esta ruta, era enero. Con una temperatura estimada de -2°C con posibilidad de lluvia, la recomendación de los guías fue llevar ropa abrigadora y cómoda. Yo me vestí en capas: primero una playera deportiva (Dri-FIT), y después las prendas térmicas, además de calcetas de senderismo y una chamarra de plumas ligera. Aparte, en la mochila, llevaba una sudadera polar, por la que reemplacé parte de mi ropa cuando se humedeció por el sudor y un gorro; para mí, ante cualquier posibilidad de frío, es importante cubrir mis orejas, detesto que duelan y se adormezcan. También cargué con guantes y un buff, idealmente debí llevar un impermeable, pero se me olvidó. 

2:10am – el encuentro con el equipo

Llegamos al punto de reunión, cerca del Metro Barranca del Muerto, a la hora acordada; tuvimos unos minutos para llenar los termos de café y acomodarnos en el auto que compartimos con parte del equipo de Ancestral Travel. No hubo retrasos. 

Quienes no conocen la CDMX suelen sorprenderse porque es una ciudad verde, llena de árboles y espacios que te hacen sentir lejos del caos (aunque estés inmerso en el mismo). Uno de estos “pulmones naturales” es un volcán extinto, el Parque Nacional Cumbres del Ajusco. 

3:45am – risa en la montaña

La preparación para el ascenso, que nos llevaría tres horas aproximadamente hasta la Cruz del Marqués, comenzó con la presentación de los guías y del grupo; el miembro más joven tenía unos 15 años. Había senderistas experimentados y otros que, como yo, subían un cerro por primera vez. Alguien dijo que la noche anterior había llegado desde Cuernavaca a la capital para realizar esta actividad y que viajaba sola. 

Nos repartieron un bastón de senderismo y cascos; colocamos y encendimos nuestras lámparas personales y guardamos en las mochilas un paquete con dulces, chocolates, un jugo, una fruta y dos sándwiches de pan blanco. Sin más preámbulo comenzamos a caminar. Primero por un puente colgante, le siguió un tramo empinado en el que tuvimos que ayudarnos con las manos y después un tronco caído. 

A los 60 minutos de actividad tuvimos el primer descanso. Desde el punto en el que nos encontrábamos se veía la ciudad iluminada por luces artificiales. Los cielos oscuros son un atractivo para viajeros, especialmente para los que vivimos en las grandes urbes, donde es difícil alejarse de la contaminación lumínica. El cielo se veía lleno de estrellas y constelaciones; y un mal entendido (que dejaré en secreto) nos hizo reír a carcajadas por varios (muchos) minutos. Eso, al menos a mí, me alentó para continuar con la incomodidad que forma parte de este tipo de experiencias. 

6:30am – amanecer en el Ajusco

Llegamos a la Cruz del Marqués que, por cierto, se había caído, unos minutos antes del amanecer, a tiempo para encontrar un espacio y sentarnos en primera fila a presenciar el espectáculo natural en el que el sol aparece de entre las nubes y el horizonte se pinta de colores cálidos. Algunas personas pusieron música y otras estaban platicando, yo hubiera preferido el silencio, pero no se puede ser huraño, no siempre. Oscar y yo nos tomamos fotos sobre las piedras con el cielo naranja de fondo y después, cuando se puso azul, y se veía el bosque, además del Popocatépetl, el Iztaccíhuatl y el Nevado de Toluca. Esta vez sí me gustan los adjetivos: fue muy bello, un regalo de cumpleaños que me adjudiqué. 

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Amanecer en el Ajusco, México. Liliana Ortiz

Después de la emoción, me dio mucho frío y agradecí haber cargado con la sudadera polar en la mochila, me cambié y se calmó el temblor de brazos y piernas. 

Caminamos por una pendiente y elegimos el que nos dijeron que era “el camino difícil” para llegar al Pico del Águila; fue más complicado, pero también divertido, subir entre las rocas más empinadas con ayuda de todas las extremidades. Me dieron ganas de aprender a escalar, por alguna razón (quizá solo sea confianza) pienso que lo haría bien, pero te lo contaré en otro artículo. 

8:30am – el Espinazo del Diablo

La vista del bosque de pinos, encinos y oyameles fue parcial debido a la neblina. Ahí nos acomodamos por unos minutos en una posición no apta para el vértigo a comer un sándwich, la fruta (creo que era un durazno) y el jugo de naranja. Podría haber permanecido así por varios minutos más, pero el grupo nos hizo regresar. 

Contrario a lo que imaginé al principio, disfruté más la subida que el regreso. El paso por el llamado “Espinazo del Diablo”, compuesto por rocas que hay que pasar sin ver el barranco, fue muy… ¿dinámico? Pero los kilómetros en picada que siguieron, a pie sobre la superficie resbaladiza, fueron más bien un reto de persistencia y para no caer, esto último no lo logré, me resbalé en un par de ocasiones o más, mismas en las que hice uso de mis muñecas súper flexibles. 

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Amanecer en la cumbre más alta de CDMX. Oscar Manjarrez
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Espinazo del Diablo en el Ajusco. Oscar Manjarrez

La entrada al bosque es la parte final; ahí vimos, ya con la luz del día, lo empinado del terreno que habíamos recorrido en la madrugada. Llegamos al Albergue Alpino para lavarnos las manos y la cara. Nos detuvimos en la carretera para desayunar. Yo pedí una sopa de tortilla y un taco de carne. 

Sentí que ese día se fusionó con el anterior. Llegué a mi casa como a las 4:00pm (quizá más temprano) y dormí 14 horas seguidas. Para despertarme a pensar cuál sería mi siguiente ruta de senderismo. 

Puedes contactar a Ancestral Travel por redes sociales; pregunta también por las otras expediciones que realizan.