“Conocí la ciudad a través de Google Maps y no la terminaba de entender”, cuenta Pilar Fernández, que llegó a Monterrey, en México, desde Buenos Aires hace casi tres años por el trabajo de su marido, sin un viaje de exploración previo a la expatriación. En ese entonces, salió del aeropuerto, se subió con su familia a una combi y empezó a atravesar las diferentes autopistas de esta ciudad industrial hasta llegar al barrio privado en el que irían a vivir los próximos años. “La primera visual que tengo y retengo -y que hasta me emociona- es llegar a mi casa, levantar la mirada y ver la montaña, el cerro Mitras, al que tengo salida desde mi barrio. Me di cuenta que esa era una gran oportunidad para mí”.

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Vivir en un lugar con la naturaleza tan próxima le abrió un mundo nuevo de acciones y emociones. Después de cerrar su consultorio particular en Buenos Aires y con algunos pocos pacientes en supervisión online, se abocó durante el primer año a acompañar la adaptación de su familia a un nuevo país y una nueva cultura. A la par, tratar de inventarse una vida como pudiera, “porque soy muy inquieta y eso de quedarme en casa no se me hacía fácil”.
Como ocurre con toda migración, comenzó un proceso de reconversión personal y profesional. Empezó por estudiar coaching como una herramienta laboral que la ayudara a esclarecer su horizonte profesional y dos años después surgió de manera casual la posibilidad de trabajar y ser becaria de una maestría en Desarrollo Organizacional en la Universidad de Monterrey (UDEM).
Mientras tanto, exploró los recursos que tenía a mano para conocer gente: lo primero que hizo fue anotarse en unas clases de paddle y ahí se armó un grupo de amigas. Pero las montañas seguían llamándole la atención y empezó a subir cerros sola. Como no era lo más prudente le recomendaron un guía, Jorge Luis Rodriguez, que casualmente es papá del colegio donde van sus hijos, y fue ahí cuando comenzó su verdadero idilio con Monterrey: “las experiencias en la montaña hicieron que me enamore y viva la ciudad de una forma completamente distinta. Verla desde arriba cambió todo”.
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Monterrey es una ciudad a 800 metros sobre el nivel del mar rodeada de montañas más bien áridas, pero que tiene también toda una coordenada con mucha vegetación. A través del hike y trail running, Pilar descubrió algunos de sus lugares favoritos:
Parque La Huasteca
Es un corredor de montañas donde hay muchos picos para hacer. Los caminos son bastante técnicos porque existen chorreaderos (con piedra suelta) y hay momentos en los que es necesario trepar con las manos o escalar algunas piedras, por eso usamos casco. En la zona también se puede hacer rappel. Mi pico favorito se llama Nido de Aguiluchos. El recorrido total, con subida y bajada, es de tres a cuatro horas. “Tenemos muchos rituales de bienvenida, de agradecimiento. Solemos llevar cuarzos que dejamos en la montaña. Tenemos muy lindas charlas en las caminatas y tomamos café”, cuenta Pilar.


Parque Chipinque
Es una montaña metida en la ciudad, mis hijos lo ven desde el patio del colegio. Acoge una cumbre icónica que se llama La M, por su forma. Ahí es donde entreno trail running. Para el acceso a cumbre se necesita una entrada especial y subir con guía certificado, pero para recorrer las otras partes del parque no. El recorrido completo, entre subir y bajar, puede durar de cinco o seis horas.


Cerro de la Silla
Es la postal más conocida e icónica de Monterrey porque el pico de la montaña forma una silla de montar. Es mi visual preferida, la vista más linda, pero no está entre mis hikes favoritos porque es de asfalto. Al llegar a la cumbre hay un mirador súper popular desde donde vi el amanecer más lindo de mi vida: tenés una vista de 360 grados de la ciudad y vos estás en la punta.
Arteaga: está a una hora de Monterrey. Tiene el pico de 3.710 metros, el más alto de toda la zona. Es mucho más verde y ahí fue mi primera carrera de trail running en altura, una muy conocida en México que se llama Ultra Coahuila. Además, tiene un barrio muy lindo que se llama Bosque de Monterreal, donde hay cabañas alpinas que lo hacen merecedor del mote “Alpes suizos mexicanos”. En invierno, incluso, puede nevar bastante. Mis hijos conocieron la nieve ahí.

Chipitín
El verano en Monterrey es muy lindo porque es temporada de hikes de agua. Los ríos se llenan y cuando vas a la montaña hay muchos lugares para meterse. Conocí una cascada que se llama Chipitín, que es una joya muy metida en la montaña y a la que se accede solo con jeep, en un recorrido de dos horas. Es mágico, te hace sentir en Avatar.

San Pedro de Pinta
La avenida principal del barrio más lindo de Monterrey, que se llama San Pedro, sobre Calzada San Pedro y Calzada del Valle, se cierra y se hace peatonal todos los domingos. Se puede andar en rollers, bicicleta; hay puestos de artesanías, actividades para los chicos de pintura, de mecatrónica, de tecnología. También hay diferentes stands gastronómicos, agroecológicos y de comida saludable.
La Arboleda
Es un paseo de restaurante que queda en el corazón de San Pedro con propuestas gastronómicas muy buenas, como Sonora, Sonora Prime, La Cabrera y Tigre.
Museo de Historia Mexicana y Museo de Arte Contemporáneo (Marco)
Monterrey es una ciudad que con escasa vida cultural, por ser más nueva e industrial, pero tiene estos dos museos que son muy lindos. Además de la Macroplaza, una plaza moderna de 40 hectáreas en el centro que es la más grande de México y la quinta más grande del mundo.
LOCAL ADOPTIVO
Pilar Fernández es argentina, terapista ocupacional especializada en salud mental y mamá de dos varones. Llegó junto con su familia a Monterrey, en México, hace casi tres años. Actualmente es becaria de la Universidad de Monterrey y pasa los fines de semana explorando las montañas que rodean la ciudad, haciendo hiking y trail running.