¿Has escuchado esa frase que sugiere que «el verdadero viaje es el camino»? Nunca me había parecido tan literal como en mi último roadtrip por Oaxaca. Nancy, quien es fotógrafa, me acompañó en esta travesía, en la que evitamos la recién inaugurada autopista que conecta a la ciudad con la costa y elegimos el camino largo (y hermoso) por la sierra. Una de las paradas fue: San José del Pacífico.
Podíamos haber hecho el recorrido en autobús, pero la libertad que te da rentar un auto es incomparable y se valora cuando puedes detenerte a ver una puesta de sol o para desayunar una quesadilla de tasajo a medio camino. Aunque me quedan algunos aprendizajes que planeo compartir contigo para que planifiques la mejor experiencia.
Si quieres que las cosas salgan bien (y gastar menos) hazlas con anticipación. Nancy y yo rentamos un auto con Rentcars, una plataforma que te permite comparar precios y elegir un vehículo que se adapte a tus necesidades en más de 160 países y 20 mil puntos de servicio. Además, el proceso es práctico porque todo se hace en línea. En cuanto aterrizamos en el aeropuerto de Oaxaca, pasamos por las llaves del Kia Rio que habíamos alquilado, sin embargo, resultó no ser la mejor elección, para replicar esta ruta, escoge mejor un SUV (algo más todoterreno).
Pueblos Mágicos de Oaxaca: dónde están ubicados y cómo visitarlos
El primer día de viaje en carretera comenzó a las 6:00 de la mañana. Pasamos por café y dinero en efectivo, esto es importante porque en la sierra es difícil que encuentres un cajero. Manejamos con rumbo a San José del Pacífico y vimos el amanecer en San Martín Tilcajete, un pueblo reconocido por sus artesanías de madera y alebrijes. A la orilla de la carretera hay puestos, algunos más establecidos que otros, que ofrecen estas figuras de seres fantásticos.
Durante el camino había sembradíos de agave, lo que significa: mezcal. La noche anterior nos habían recomendado parar en Miahuatlán, de donde provienen los espirituosos de restaurantes de manteles largos de la capital del estado y también de la CDMX. De ahí y de otras comunidades más pequeñas, como Logoche, que cuenta con poco más de 100 habitantes y 13 familias de maestros mezcaleros.
Nos detuvimos a unos metros de una construcción de albarradas con un letrero de “Cuish». Mezcales tradicionales”. Estacionamos el carro frente a una tienda y continuamos a pie. Recorrimos la destilería que cuenta con una tahona expuesta, que es un tipo de molino en el que se utiliza la fuerza de un animal. No eran ni las 8:00 de la mañana, pero salieron a recibirnos. Dos mujeres acomodaron ocho garrafas sobre una barra, medio llenas de: tobalá, espadín, arroqueño, madrecuishe, papalometl, tepetazte, cuishe y belato, todos agaves silvestres. Cuentan que en Oaxaca se toma el mezcal con café, si es así puede beberse antes del desayuno. Probé un sorbo de tres variedades y compré un litro de madrecuishe, de carácter vegetal, seco en boca y con un amargor persistente. Pagué $400 pesos, la tercera parte o menos de lo que costaría etiquetado.
Nancy tomó el volante para seguir por la ruta con señalización a Pochutla y Puerto Ángel. íbamos de subida, entre curvas cerradas. Nos topamos con un par de camiones imposibles de rebasar por la estrechez del camino, así que bajamos la velocidad al mínimo permitido. Entre la vegetación vimos puestos de artesanías elaboradas con barro negro. Paramos en el Mirador del Pacífico para desayunar chocolate de agua y una quesadilla de tasajo. Ahí mismo nos dieron unos folletos con actividades para realizar en el destino, desde paseos en moto y senderismo hasta experiencias con hongos “mágicos”, “los niños santos” de María Sabina, que en esta época del año, una de las más secas, llegan al final de su ciclo de conservación. La maleta para este viaje debe incluir un suéter y, al mismo tiempo, traje de baño. El primero me hizo falta, pero lo resolví comprando un abrigo de lana en el restaurante.

La casa del árbol
Nos quedamos en “La casa del árbol”, de Laberinto del Pacífico, que es un rancho con dos cabañas y una tercera en construcción, ubicado en una zona aislada que hasta hace un par de años no contaba con electricidad. A unos 20 minutos en mototaxi del pueblo.

Este hospedaje está en la cima de una loma, con vistas al bosque nuboso. Para llegar hay que manejar por subidas empinadas de terracería, la recompensa es una panorámica insuperable. Desde el sofá, con la chimenea de frente, o al filo del piso de madera, se observan las colinas llenas de vegetación: pinos, encinos, oyameles… Y, durante el amanecer o a medida que se acerca la tarde, puede apreciarse una danza de nubes que quedan a una altura por debajo de la construcción, este espectáculo es más notable en la temporada de lluvias. Hay dos habitaciones, ambas con ventanales, en lugar de paredes y con una apertura en el techo para dejar entrar los rayos del sol.



Por recomendación de la gente local, fuimos primero a un puente colgante que se extiende de una colina a otra y el cual puedes cruzar a pie o en bicicleta. Comimos unas memelas en “La Morenita”, uno de los restaurantes más clásicos del centro, decorado con imágenes de la virgen de Guadalupe. Y caminamos por las calles estrechas, en las que encontramos puestos de artesanías, principalmente tejidos en forma de hongos rojos con puntos blancos.


Dieron las 5:00 de la tarde y nos encontramos con Vicente en un temazcal que él y su hermano construyeron con sus propias manos y del que son socios. Esta es una iniciativa de Laberinto del Pacífico para apoyar a la comunidad y a que la gente local genere su propio ingreso, más allá de las actividades en el campo. Vicente iba acompañado de su sobrina Tere, para llegar debieron caminar 1.5 horas cuesta arriba desde el rancho de su familia, y el mismo trayecto de regreso.
El temazcal es un baño de vapor que se realiza en un espacio cerrado donde se calientan piedras y se vierte una infusión de hierbas medicinales (hojas de mango, de níspero, de guayaba, de limón, además de vaporub, alfalfa, hinojo y canela). Para los locales esta práctica es común y la utilizan con fines curativos. La ceremonia, que dura un par de horas, comienza con una limpia y concluye con un baño con agua tibia infusionada. Dentro del temazcal puedes recostarte y beber té.
Las noches en la montaña están llenas de estrellas, neblina y ruidos de insectos. Pedimos vino y comida estilo thai, que llegó en mototaxi. Pasamos horas leyendo, observando, hablando, tomando fotografías. Para la gente local, la calma es cosa de todos los días, para nosotras, que vivimos en la CDMX, resultó extraño y algo a lo que me podría acostumbrar.