
Me tomó un poco de tiempo recorrer todos los pasillos del mercado de San Pedro. Quería encontrar algo que valiera los siete soles que tenía en mis manos. Pensé en comprar un imán con la imagen de Machu Picchu o cinco llaveros de llamas por cinco soles, pero no estaba del todo convencida. Después de distraerme con la bulliciosa energía del lugar, terminé adquiriendo un bolso de colores porque me pareció que me sería más útil cuando volviera a la rutina. Además, sería un bonito recuerdo de los vibrantes colores que decoran cada uno de los rincones de la ciudad de Cusco.
Explorar los puestos de artesanías, chocolates, frutas y verduras del mercado central fue, por lejos, mi actividad favorita de mi viaje a Cusco. El hecho de escuchar a personas como Edilberto (Edi para los amigos o clientes que están dispuestos a comprar más de un artículo) explicando qué es la sal de Maras (una sal 100% natural) es una de esas escasas oportunidades que uno tiene para interactuar con los lugareños y lograr una experiencia más enriquecedora. A pesar de ello, el resto del tiempo que pasé en esta localidad fue igual de entretenido y encantador.
Templos, azul cobalto y celebraciones: un paseo por la Cusco inca y colonial
Llegué a la ciudad de Cusco en la noche, así que, para mí, las 12 horas de turisteo empezaron a correr al día siguiente. Después de un desayuno sencillo, nos dirigimos hacia nuestra primera parada: el Qorikancha.
También conocido como el Templo del Sol, fue la construcción más importante del Imperio Inca, ya que era su centro político y religioso. José Aguilar, nuestro guía, nos contó que, antes de la llegada de Francisco Pizarro, albergaba un disco de oro que contenía los restos de dos de sus gobernantes. El oro, considerado las lágrimas del dios venerado en este templo, es el protagonista de muchas de las creaciones de ese pueblo. Hoy en día, el Convento de Santo Domingo se alza sobre las ruinas del Qorikancha, una característica muy común en este distrito.


A las 09:46 fuimos a pasear por San Blas, el vecindario de los artistas. Si bien era feriado (y viernes), casi no había gente en la plazoleta que tiene el mismo nombre. Ese definitivamente es el sueño de los viajeros que aman tomar fotografías y grabar cuantos videos les permita la memoria de su celular. Hice lo mejor que pude para capturar la esencia del espacio, pero, como es bastante amplio, no sé si lo logré. Lo que sí quedó como de postal fue la cruz “vestida” de la iglesia, una tradición que forma parte de la Fiesta de las Cruces.
Estando allí me enteré que Qosqo, el nombre en quechua de este destino, solía estar dividido en 13 distritos y este era uno de ellos. Al principio era una zona sagrada, pero uno de los arzobispos españoles que llegó en la época de la colonia decidió que era mejor dedicarlo a la cultura. Se ha mantenido así desde entonces. Otra de las huellas de la colonización son las puertas y balcones de color azul, marrón y verde. Las primeras son mis favoritas porque hacían juego con el azul del cielo despejado y contrastaban maravillosamente con el blanco de las paredes de las casas.
Muy cerca, están la calle Hatum Rumiyoq, la arteria mediante la cual los incas llevaban el oro de la montaña a ese poblado y el hogar del Museo del Palacio Arzobispal y la Piedra de los 12 Ángulos. José nos advirtió que este último es uno de los puntos más fotografiados de la ciudad. Cuando llegamos, me di cuenta de que tenía toda la razón. La vía es estrecha y hay que ser lo suficientemente rápido (y respetuoso) para lograr una instantánea al lado de una pieza tan particular. “El 12 es un número cabalístico que está presente en muchas culturas ancestrales”, nos dijo nuestro guía, quien también nos aclaró que los incas solían poner este tipo de piedras en edificios significativos para la sociedad.



Eventualmente llegamos a la Plaza Mayor y, para nuestra sorpresa, nos encontramos con la celebración del día de Santa Rosa de Lima. Estoy segura de que si lo hubiéramos planeado no nos habría salido tan bien; llegamos justo a tiempo para ver cómo sacaban su imagen de la Catedral y se izaban las banderas de Cusco y del Perú al ritmo de una canción solemne (supongo que era el himno nacional). Hasta nos cruzamos con el alcalde Luis Pantoja y algunos periodistas que estaban cubriendo el evento.
Los vendedores ambulantes ni se inmutaron. Más bien aprovecharon la multitud de personas; no faltaron ofertas de bufandas, chándales y joyería hecha a mano. No me acuerdo de los precios exactos, pero eran bastante accesibles y quienes tienen dotes para la negociación pueden conseguir un mejor trato (siempre y cuando sea realizado de manera respetuosa, por supuesto).
De la plaza mayor a las ruinas de piedra: Saqsaywaman y Q’enqo
Me gusta caminar, pero creo que alquilar un auto o contratar un tour guiado que incluya un servicio de movilidad es una buena opción cuando no hay tiempo que perder. Aunque Saqsaywaman (a la que, curiosamente, los angloparlantes llaman «Sexy Woman» para poder recordarla) está a solo dos kilómetros de la Plaza Mayor, el camino es cuesta arriba y el sol no daba tregua… No está de más decir que me sentí agradecida por el aire acondicionado de la van.
Para entrar a la fortaleza de Saqsaywaman hay que comprar un boleto que cuesta alrededor de 20 dolares. Tiene vigencia de un día y también permite acceder a Q’enqo, un complejo arqueológico dedicado al culto de la madre tierra, Puka Pukara, una antigua construcción militar, y Tambomachay, una estructura que está relacionada con el agua. Ese día tuvimos la oportunidad de visitar los dos primeros.
Saqsaywaman, particularmente, presenta rocas enormes que fueron talladas y pulidas a mano por los incas. Las del primer piso conforman un muro de más de 7 metros de alto que está posicionado en forma de zigzag. Aquí es necesario usar un calzado cómodo e ir despacio porque, al subir las escaleras, pude sentir el efecto de la altura (3.400 metros sobre el nivel del mar, para ser exacta). El esfuerzo vale la pena. Vi algunas alpacas pastando tranquilas y tuve una vista panorámica de la ciudad del Cusco con sus casas de techo naranja y, al fondo, una serie de formaciones montañosas donde se aprecia la leyenda “VIVA EL PERÚ GLORIOSO”.

Q’enqo, por su parte, es un poco más pequeño. Lo más resaltante es la grieta de la formación natural que se encuentra allí. Adentro hay una mesa ritual, conocida como “huaca”, en la que los incas hacían sacrificios con llamas para conectarse con la Pachamama o a modo de ofrenda para las deidades de las montañas. En esta atracción también había una multitud, principalmente niños que estaban en una excursión escolar. Supongo que es común aprovechar los feriados para aprender un poco sobre el pasado.
La última parada del día fue el mercado de San Pedro. Ya dije que fue mi parte favorita de la ciudad de Cusco. No solo porque me recordó un poco a cuando, de niña, iba de compras con mi mamá al mercado de mi vecindario, sino también por su ambiente animado. Aquí encontrarás todos los souvenirs que te puedas imaginar (incluyendo paquetes con los elementos necesarios para hacer el ritual de la Pachamama), exhibidores con papas de todas las formas y tamaños, puestitos para degustar la comida típica… Y uno que otro perrito callejero.
Comer, dormir, repetir


Machu Picchu: una guía para disfrutar del misticismo de los incas
Algo que me parece muy emocionante de viajar es la posibilidad de probar platos y descubrir sabores y texturas que no están disponibles en los supermercados y sitios que frecuento. El restaurante Inti Raymi, ubicado dentro del hotel Palacio del Inka, me sorprendió con su alpaca y cuy confitado. Este último combina elementos andinos como la oca con ingredientes como el queso parmesano y la nuez moscada. Organika y Yaku Restaurant también se han convertido en favoritos del público y son ideales para una cita casual. Quienes prefieren un menú vegetariano pueden dirigirse a Chia Vegan Kitchen o a El Jardín.
Después de horas de turisteo intenso, es crucial encontrar un lugar adecuado para descansar. En la ciudad de Cusco hay muchas opciones para elegir, la decisión final depende de los objetivos de cada viajero. Un hostel como el de Selina es una buena alternativa para mochileros y personas que están solas, mientras que un sitio como el JW Marriott es ideal para una experiencia de lujo.
En otro orden de ideas, creo que Machu Picchu es la razón principal por la que tanta gente va a Cusco. El enigma de sus piedras cuidadosamente apiladas es lo suficientemente fuerte como para crear esas ganas de verlo en persona. No obstante, desearía haber tenido un poco más de tiempo para recorrer las callecitas de la ciudad de Cusco porque estoy segura de que hay mucho más de lo que ví. Creo que es una señal para no olvidarme de ella y planear una visita futura.