
“En Lima no ves el cielo azul”, dice José, el conductor que nos está llevando al centro de la capital peruana. Esta mañana, cuando abrí las cortinas para apreciar la vista desde mi habitación de hotel, habría estado de acuerdo con él. Sin embargo, a las 10:19 a.m. el sol está radiante y en el cielo, que presenta su característico azul celeste, casi no hay nubes. Qué bienvenida tan agradable.
Supongo que ese buen clima, que al parecer es ocasional, es una pequeña parte del atractivo de una metrópoli que es mucho más que apodos jocosos como “La Gris”. Con un buen plan de acción, 12 horas son más que suficiente para descubrir que se trata de un interesante popurrí de ceviche gourmet, arte, rascacielos modernos, casonas de estilo colonial y restos de un largo e interesante pasado.
¿Dónde dormir en Lima?
Sé que no hablo por mí sola cuando digo que, después de un aterrizaje exitoso en un destino completamente nuevo, lo único que queremos hacer es dar un paseo por sus calles. El olor de la yuca frita que emana de los puestitos de comida callejera, los colores de las tiendas de conveniencia y los complejos sonidos de las conversaciones en quechua tienen ese encanto. Pero, primero lo primero: ¿cuáles son las mejores alternativas para sacudirse la modorra que producen los aeropuertos o, en mi caso, un viaje que inició a las cuatro de la madrugada?
En esta ocasión me hospedé en The Westin Lima. Basta con darle un vistazo rápido a la hoja de características del hotel para darse cuenta de que es ideal para viajes de negocios: está ubicado en el corazón del distrito financiero y alberga el centro de convenciones “más grande” de la ciudad. A pesar de ello, su propuesta también está enfocada en el bienestar de sus huéspedes. El circuito termal del Heavenly Spa, la comodidad de la Heavenly Bed y el bálsamo de lavanda que estaba en una de las mesitas de noche de mi habitación son algunos ejemplos de ello.


El Sheraton Lima es una elección adecuada para quienes desean estar cerca de puntos turísticos como el Centro Histórico, el centro comercial Real Plaza, el Museo de Arte de Lima, el Paseo de los Héroes Navales y el Parque Juana Alarco de Dammer. Tiene 437 habitaciones, restaurante con desayuno buffet, piscina y espacios de oficina con opciones de alquiler por hora, día o mes.
En las vacaciones en familia, la comodidad es una prioridad. El Iberostar Selection Miraflores cumple con ese requisito, ya que ofrece la posibilidad de reservar habitaciones contiguas. Además, dispone de una piscina en la azotea y un lounge bar para disfrutar de vistas panorámicas del Malecón de Miraflores, un conjunto de paseos marítimos que flanquean los acantilados de la costa, la Bajada Balta, un camino antiguo que conectaba el Centro Histórico con el mar, y las olas del Pacífico.
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¿Qué hacer en Lima?
Cuando me dirigía del aeropuerto al hotel, las casitas de ladrillo y los vendedores ambulantes le dieron paso a edificios residenciales y paradas del Metropolitano. Unos minutos después, esa escena fue reemplazada por cafés de moda y elegantes aparatos de vidrio. Esas postales son la razón por la cual considero a Lima como un sitio de contrastes.
Pero en este momento surge otra pregunta: ¿es posible apreciar esa dualidad en unas pocas horas? Bueno, creo que, para que el tiempo rinda, hay que mantener las cosas en orden y empezar por las raíces de la Ciudad de los Reyes. De hecho, eso era lo que estaba sucediendo cuando José hizo la observación sobre el clima limeño.
La belleza de la historia
Mi primera parada fue el Gran Hotel Bolívar (Jirón de la Unión 958). Fundado en 1924 para conmemorar el centenario de la Batalla de Ayacucho, fue uno de los primeros edificios modernos de la capital peruana. La simetría de la fachada, los faroles de bronce que están a cada lado de la puerta principal y la cúpula de vidrio que corona el lobby me recordaron a los palacios de estilo europeo de Buenos Aires. “Era el más chic de los años 20”, explica Rodrigo, un guía local con más de 15 años de experiencia.


Después de atravesar la plaza San Martín, me sumergí en el Jirón de la Unión, una arteria histórica que forma parte del Damero de Pizarro (es decir, la cuadrícula que los colonizadores españoles diseñaron para construir esta urbe). Eran las once de la mañana de un lunes y, como no había mucha gente alrededor, aproveché para caminar a paso lento y leer con detenimiento los nombres de las calles. Además de las designaciones modernas, los carteles también indican los nombres que fueron utilizados hasta el siglo XIX. De acuerdo con Rodrigo, muchos de ellos estaban relacionados con las características o labores de los habitantes de la zona, así que fue curioso dar con nombres tan pintorescos como “Calle Mujeres Divorciadas”, “Calle de la Mantequería” o la “Calle de las Tres Marías”.
Antes de llegar a la Plaza de Armas, entramos a la Iglesia de la Merced, cuya bóveda es una prueba de la influencia de los moros en España, y admiramos la fachada del estudio fotográfico Courret, que abrió sus puertas en 1863 de la mano de los hermanos Eugenio y Aquiles Courret. En el camino también nos cruzamos con la Casa O’Higgins, una de las pocas casas coloniales que quedan en Lima, así como algunos edificios que tienen el escudo blanco y negro de la Unesco que los señala como Patrimonio Cultural de la Humanidad.



Para nuestro pesar, la Plaza Mayor estaba cerrada y rodeada de vallas y un bullicio de preparativos para lo que creímos que sería la celebración de Santa Rosa de Lima. Nos vimos obligados a hacer un desvío hacia la Casa Arteaga, donde han vivido 17 generaciones de la misma familia. Solo pudimos ver el patio frontal y la gran escalera, pues hay que hacer una reserva para entrar. A pesar de ello, me quedo con la exposición de Rodrigo, quien apunta que la escalera está alineada con la puerta para indicar que su habitante original fue un conquistador y parte de la nobleza de la época colonial.
La Iglesia de Santo Domingo, también conocida como Basílica de Nuestra Señora del Rosario, fue la última parada de aquella mañana soleada. Su fachada blanca con detalles en azul se parece a la de otros templos religiosos que están en el centro de la ciudad. Sin embargo, hay una cosa que la hace especial: alberga los cráneos de Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres y San Juan Macías. Un lugar con un ambiente solemne que da cuenta de cómo la religión católica es un componente clave de la cultura peruana.
El lado contemporáneo de la ciudad
Si bien las nubes habían vuelto a cubrir el cielo a las 15:45, me emocionaba la idea de conocer Miraflores y Barranco, dos de los barrios más vibrantes y exclusivos de Lima. Como dirían muchas personas: dejamos a un lado lo antiguo y le damos espacio a lo nuevo.



Esta vez, comenzamos con el Parque del Amor, que fue inaugurado el 14 de febrero de 1993 (muy apropiado, ¿no?) y está inspirado en los mosaicos del Parque Güell de Barcelona. Su autor, Víctor Delfín, eligió uno de los tantos acantilados que caracterizan a esta zona para construirlo porque “debemos celebrar el amor”. Desde aquí se pueden ver el Océano Pacífico y algunos aventureros haciendo parasailing. Alexandra, nuestra guía, ve este paraje como un “símbolo de resistencia” porque apareció en un momento en el que el país “aún era muy conservador”.
Nos subimos de nuevo a la camioneta y nos dirigimos a Barranco. Los murales que ví por aquí me indicaron que esta es una zona más artística. Mi parte favorita fue el Puente de los Suspiros. Se dice que los deseos de quienes logran cruzarlo mientras contienen la respiración se vuelven realidad. Por supuesto, tuve que intentarlo y déjame decirte que… ¡Parece sencillo, pero no lo es!
Terminamos en el Parque Municipal de Barranco, que es un buen lugar para sentarse y descansar un rato. Si te animas, te recomiendo caminar por sus calles y dejarte sorprender por sus callejones coloridos y, como dije antes, por sus murales. Eso es lo que habría hecho yo si hubiese tenido unos minutos adicionales.
¿Dónde comer en Lima?
Después de una sesión de turisteo tan intensa como la que acabo de narrar, el hambre se hará sentir en cualquier estómago. La buena noticia es que la gastronomía peruana está entre las más celebradas del mundo y, por eso, creo que es el elemento ideal para cerrar la jornada.
Soy una fiel creyente de que cuanto más estemos dispuestos a probar, mejor. No obstante, el ceviche, un clásico de clásicos, es un punto de partida inmejorable para cualquier almuerzo o cena. Según David, chef de Market770, uno de los restaurantes de The Westin Lima, puede ser personalizado con toppings como canchita serrana (maíz tostado), camote en cubos, cebolla morada, chifles a base de plátano y salsas picantes como la de rocoto.
Mis mejores descubrimientos de este viaje fueron la causa limeña, compuesta por capas de puré de papa amarilla, aguacate, atún (o pollo), zanahoria y judías verdes, y el lomo saltado, hecho con carne de res y acompañado con arroz. ¡Ah! y no puede faltar la chicha morada, cuya base es el maíz.


Lima dispone de un extenso catálogo de restaurantes. Los foodies seguramente conocen Maido y Central, dos joyas culinarias que han sido reconocidas a nivel mundial. Si esos nombres no te suenan, debes saber que la carta de Maido está centrada en la fusión japo-peruana. La de Central, por su parte, recorre los diferentes ecosistemas de Perú y resalta la calidad de los productos locales.
Aquellos que buscan una opción con más historia, pueden optar por la Rosa Náutica. “Antes de que aparecieran los establecimientos de moda, este era el boom”, recuerda Guillermo, que me llevó del aeropuerto al hotel. Conocido como uno de los restaurantes “más antiguos” de Lima, está ubicado en un espigón de la Costa Verde. Su especialidad son los platos a base de pescado y mariscos, así como las vistas panorámicas al Pacífico.
Quizás sea una buena idea elegir el restaurante para cenar con antelación, ya que las opciones que mencioné son bastante populares. Y, hablando de otras cosas, ¡ya se acabó el tiempo! Después de doce horas emocionantes, coloridas y sabrosas, puedo decir que Lima es un destino memorable que no decepciona.
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