“Como experiencia no lo dudes, es una locura”, me dijo Gloria cuando le conté que probablemente visitaría el río más caudaloso del mundo, que ella había explorado durante la temporada de sequía o época de vaciante. Pocas semanas después de nuestra plática, a mediados de noviembre, ya me encontraba en el aeropuerto de Iquitos, la “Isla Bonita”, bebiendo un café con algarrobina y comiendo “chifles” (una botana de plátanos fritos).
Durante el trayecto de 20 minutos al centro de la ciudad, el conductor de la camioneta nos platicó (a un grupo de periodistas mexicanos), que Iquitos es uno de los destinos más costosos de Perú, pues, al estar rodeado de cuatro ríos, los insumos deben llegar por vía aérea o acuática. Es, probablemente, la urbe más grande del mundo sin acceso por carretera.
El ambiente me pareció muy caluroso (a 30°C) y húmedo; sin embargo, un local dijo que estaba “fresco”. “Nos encontramos en la época de creciente”, mencionó George, el guía que nos acompañaría durante el resto del viaje en el Aqua Nera, “puede llover todo el tiempo”.
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Una de las experiencias más impactantes que viví durante los días que permanecí en el crucero fue la excursión nocturna. La dinámica la teníamos aprendida, cuando se sale en lancha hay que ser puntuales y estar en el punto de reunión con chaleco salvavidas, repelente de insectos, bloqueador solar y un termo lleno de agua.
Esa vez navegamos rumbo a Yarapa, un río de aguas negras afluente del río Ucayali. Los guías nos repartieron lentes transparentes para proteger nuestros ojos de pequeños insectos y en cuanto la oscuridad fue casi absoluta, el silencio también. Solo se escuchaba el motor de la pequeña embarcación para 20 personas y el ruido de la fauna silvestre que prefiere la noche (ranas, murciélagos, reptiles).
El cielo estaba repleto de estrellas y los árboles de luciérnagas, los destellos de luz se mezclaban entre sí, una escena que parecía sacada de un sueño alucinante. George nos mostraba los “ojitos de caimán” que iba identificando durante el trayecto y yo me esforzaba por ver cualquier relieve en el agua.

A ese recorrido tan cercano a la naturaleza le siguió una cena contrastante en mesas de manteles largos, en las que se sirvió pechuga de pato con salsa de achiote y una guarnición de vegetales salteados; de maridaje: vino chileno.
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El bosque húmedo de la Amazonía
Al día siguiente, antes de las 16:00, nos encontramos con Efraín, un guía local que sostenía un machete y vestía una playera de algodón, quien nos llevaría a recorrer un tramo del bosque húmedo más extenso del mundo. Cayeron unas gotas y rápidamente estábamos en medio de la tormenta, con impermeables de color verde militar y botas altas. Agradecí la frescura, el sonido del agua y el olor de la tierra. “Hace rato aquí había un jaguar”, dijo nuestro anfitrión señalando un espacio vacío frente a un árbol de capinuri, una especie que llega a medir 50 metros de altura. Más adelante vimos un ejemplar de murciélago pescador y una tarántula, además de varias colmenas de abejas.
Nos topamos de frente con un lago y, como en las películas animadas, estaba repleto de la llamada “victoria regia”, el más grande de los lirios de agua, que llega a medir tres metros de diámetro, y cuya flor solo se abre al anochecer y cambia de color de blanco a rosado. La caminata continuó durante unos minutos más y al final del recorrido habitantes de una comunidad cercana habían montado un pequeño tianguis de artesanías. Compré una pulsera hecha con semillas de achira y recipientes tejidos con la fibra de chambira (una especie de palmera). Recomiendo evitar adquirir collares y otros artículos elaborados con huesos y otras partes de animales como la anaconda, pues lo más importante es la preservación de las especies.


Los contrastes continuaron cuando en pleno río y aún en las lanchas, la tripulación preparó una ronda de cocteles con vermouth y gin para beber ahí mismo.
La estadía en el Amazonas avanzó entre chapuzones y visitas a las comunidades. La señora Toyla me invitó a dar un recorrido en su canoa por el lago Clavero y me contó de sus cinco hijas -por alguna razón en esta región del mundo nacen más mujeres (conforme la creencia popular)- y hay quien atañe este hecho al consumo de aguaje, un fruto exótico que nace del “árbol de la vida”, relacionado con la belleza femenina (de la piel y el cabello) y el alivio de dolencias como el cólico menstrual.
La despedida fue más un “hasta luego”, como dice la letra de una canción que la tripulación interpretó a bordo del crucero. Esa última noche nos dimos un banquete de trucha al horno con mantequilla y acompañamientos como habas al mortero y tabule de quinoa. La comida siempre fue excelente, y regresé a México con cinco botellas de salsa de ají y camu camu en polvo.