El aeropuerto La Joya es pequeño, no hay blancura ni metal, no tiene mangas para desembarcar ni cintas transportadoras para el equipaje. Al bajar del avión leo la frase “Bienvenidos a Uyuni” en un letrero rojo pintado a mano.
A la salida nos espera Milder, un guía oriundo de Uyuni que trabaja hace 14 años en Hidalgo Tours y conoce el territorio como la palma de la mano. Ya equipó su Grandcruiser con aguas y gaseosas para el viaje y anuncia que el almuerzo lo haremos en el pueblo, donde viven 35 mil personas.
Nos pregunta cómo llevamos la altura y lamento responderle que no tan bien. Los 3 mil 660 metros sobre el nivel del mar se sienten como una gran borrachera, o mejor dicho como una resaca. Dolor de cabeza, náuseas, mareo, sensación de estar flotando en el aire. Milder advierte que ascenderemos a cinco mil metros de altura conforme comience la expedición.
La primera impresión que me brinda el Altiplano boliviano es la de entrar por una ventana al pasado. El sur de la provincia de Potosí, en el sur de América Latina, sobrevivió a la falta de tecnología, la pavimentación de rutas, las franquicias de café; todo eso que hace que las ciudades modernas se parezcan entre sí.
Durante el viaje en 4×4 por el altiplano pasamos por lugares donde no hay red telefónica. Los caminos de ripio son acompañados por el silencio del desierto.

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El primer destino al que llegamos es Villamar, un pueblo construido al lado de una corriente de lava con manantiales cercanos. Un pequeño oasis en el desierto de Lípez. En el camino a nuestro hotel cueva, construido dentro de una roca, atravesamos el poblado de San Cristóbal; los pueblos de Culpina K y Alota, el Valle de Las Rocas y la formación rocosa de Italia Perdida. Los poblados no se extienden más allá de cinco calles. Las rocas, el polvo cobrizo, las llamas y vicuñas configuran un paisaje ininterrumpido. Las distancias son largas, de esas que conducen inevitablemente a momentos de introspección.
“Para evitar el mal de altura o esperar a que el cuerpo se acostumbre es imprescindible tomar mucha agua, no caminar demasiado de prisa, no tomar alcohol los días previos”, recomienda Milder. Spoilea que se puede sufrir insomnio, mareos y dolores de cabeza. Al llegar al hotel luego de seis horas por el desierto experimento cada uno de los síntomas del mal de altura.
El segundo día visitamos la Laguna Colorada. Antes de subir al automóvil que nos llevará, nos ofrecen mate de coca, esa infusión de hojas de coca que todo lo cura para los andinos. Estoy con Miriam, una amiga que viajó catorce horas desde España para hacer esta travesía, y ya no siente ni el jet lag. Bebemos con más fe que voluntad. El ánimo y el soroche son una lotería.

La primera parada del camino es el Fuerte Necrópolis de Tomas Lakhas, donde observamos pinturas rupestres que tienen casi 200 años, y los géiseres del volcán activo Sol de Mañana. Todo este paisaje lunar, para llegar a la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa, a cinco mil metros de altura, y avistar la impactante Laguna Colorada. Este es el hogar de tres tipos de flamencos de las seis especies que existen en el mundo, incluido el flamenco andino (el único de patas amarillas) que está en peligro de extinción. En la época pico de apareamiento, aquí se pueden ver hasta 23 mil aves.
La belleza natural de esta laguna se combina con su dureza: un desierto completamente seco, azotado por fuertes vientos, temperaturas extremas e intensa radiación solar. Tres vuelos y un trayecto en camioneta 4×4 de día completo para llegar.
Este lago salado de un metro de profundidad es famoso por su impactante color rojizo, creado de sedimentos y algas. Cada tanto, en sus 15 mil hectáreas aparecen pequeñas islas blancas y brillantes de un mineral llamado bórax, que le dan brillo al austero paisaje andino. El día concluye y nos preparamos para la última y majestuosa parada.
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El Salar de Uyuni, el más grande del mundo
Como los metales preciosos, detrás de tanto polvo se escondía una pepita de oro, pero aquí es de una blancura impoluta: el Salar de Uyuni, el más grande del mundo, con su superficie de 10 mil 582 kilómetros cuadrados de sal. Encandila. Es preciso exhalar luego de estar en su presencia. Tiene tanto espacio como mitos e historias, lo que más preocupa a Milder es aclarar que no se debe visitar sin un guía nativo. “Cientos de personas se pierden dentro del salar por ir solas en su coche. Los sherpas locales saben guiarse por el sol: es un desierto tan blanco y tan extenso que sería imposible salir con vida de él sin ayuda. A la noche puede alcanzar los -20 grados de temperatura, imposibles para el cuerpo humano”.

Para visitarlo, lo mejor es tomar un guía especializado y disfrutarlo en distintos momentos del día: de mañana para el cielo reflejado en los espejos de agua, al atardecer para ver la puesta del sol con su gama de naranja y rosa: y por la noche, para admirar todo el firmamento, estrellas, cometas, y sentir el aire helado en la cara.
Delia, otra guía de Hidalgo Tours, cuenta que el Salar de Uyuni ofrece una experiencia energética y espiritual que trasciende a todo aquel que visita este inmenso desierto de sal en cualquier época del año.


“En la época de lluvias, cuando se aprecia el “efecto espejo”, da la sensación de que el cielo se une con la tierra. Esto, para culturas asiáticas,se materializa como un destino mágico que representa el compromiso eterno”. Para completar el espectáculo, se ofrece una ceremonia de lujo de Apthapi, un ritual donde las comunidades andinas comparten la mesa y el alimento. Entre mantas de vivos coloridos y bowls de cerámica, envuelta en paños para mantener la temperatura están la carne de llama, algunas de las mil variedades de papas que ofrece Bolivia, granos, arroces y abundante llajua picante para untar e intercambiar.
En la orilla del salar y a 25 km del poblado de Uyuni visitamos otro gran espectáculo: el Palacio de Sal, el primer hotel hecho con ladrillos, techos, paredes, pisos, muebles y esculturas del mismo mineral. “Para hacer algo grandioso se necesitan dos cosas: tener una idea loca y ser valiente”, reza la biografía de Don Juan Quesada Valda, pionero en el turismo del sur de Bolivia, quien en 1994, tras llegar en bicicleta al salar, decidió darle vida a ese sueño atípico y crear este hotel único a los pies del salar. Una travesía atípica, dura, pero que al final ofrece la recompensa de su belleza y la paz que solo que nos brindan los mejores espectáculos de la naturaleza al mirarlos.
Datos para recorrer el altiplano y salar de Uyuni
- Guias y traslados: Hidalgo Tours
- Hoteles para hospedarse en el Salar: Palacio de Sal, Uyuni.
- Hoteles en el desierto de Lípez: Hotel Mallku Cueva
- Hotel y restaurante en Uyuni: Hotel Jardines de Uyuni
Para llegar a Bolivia: la aerolínea oficial es BOA; los vuelos internacionales llegan a Santa Cruz de la Sierra y allí se realizan las conexiones, en este caso a Uyuni.