Four Seasons Hotel Tokyo at Marunouchi: poesía viva
Four Seasons Hotel Tokyo at Marunouchi: poesía viva. Cortesía

El deseo de salir y perderse en las calles para descubrir los mil rostros de Tokio resulta inevitable. Cada escena deja una huella con la fuerza de un haiku: breve, intensa, imposible de olvidar. En medio de ese vaivén de tiempos, el Four Seasons Hotel Tokyo at Marunouchi aparece como el punto de partida ideal. Su concierge —un verdadero artesano de aventuras— se convierte en el cómplice perfecto para diseñar experiencias a la medida. 

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La única duda es cómo explorar esta urbe: ¿a bordo de una bicicleta ligera o al ritmo contemplativo de una caminata? Tokio ofrece ambas versiones de sí misma. En primavera, la ciudad se transforma en un lienzo de tonos pastel. El sakura, con su ritual de floración, ofrece desde animados picnics bajo cerezos hasta silenciosos paseos entre senderos teñidos de rosa. La ciudad se viste de poesía, y cada instante se vuelve contemplación. En verano, el verde hipnotiza.

Tokio es una obra de arte viva. Cuando el koyo (el cambio de color en las hojas) empieza a insinuar su melancolía, el hotel propone una ruta ciclista de nueve kilómetros, mapa de las hojas de otoño en mano. El recorrido inicia en una avenida flanqueada por árboles majestuosos que conducen hacia los jardines del Palacio Imperial. Allí, el tiempo se disuelve y el bullicio se aquieta. En otoño, el oro de los ginkgos roba el aliento.

Después de explorar el Jardín Este, el Santuario de Yasukuni aguarda en silencio como homenaje a quienes ofrecieron su vida por Japón. Por sugerencia del concierge, la ruta continúa hacia el Museo Yushukan, el Parque Hibiya —el primer jardín occidental del país— y el Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio (MOMAT). Como cierre perfecto, Chidorigafuchi ofrece una vista inolvidable del foso del Palacio Imperial, donde el reflejo de los árboles parece contener secretos.

Versos gustativos

Andar en bicicleta no es una aventura que arrebate los deseos de todos los visitantes. Para quienes prefieren otro ritmo, el hotel sugiere caminatas sensoriales que revelan, en cada rincón, la fusión entre gastronomía, arte, tradición y belleza que define a esta ciudad.

Sin salir del Four Seasons Hotel Tokyo at Marunouchi, el paladar se rinde ante joyas locales como sushi, soba, tempura o unagi, además de propuestas internacionales que sorprenden por su elegancia.

En su interior se encuentra Sézanne, el restaurante que ha conquistado la cima de la gastronomía: en 2024 recibió su tercera estrella Michelin y fue reconocido como el mejor de Japón, así como el número uno en la lista de los 50 mejores de Asia.

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Bajo la dirección del chef Daniel Calvert y del pastelero Patrick Thibaud, el menú rinde homenaje a las técnicas francesas reinterpretadas con ingredientes japoneses de temporada. A esta sinfonía se sumó recientemente el chef Quique Dacosta, cuya cocina —inspirada en la tradición mediterránea, levantina y española— también ostenta tres estrellas Michelin y una posición destacada entre los grandes nombres del mundo culinario.

Sea cual sea el camino —una bicicleta, un paseo, una cena, o un trayecto por la historia—, el concierge del hotel siempre parece tener la llave para abrir esa versión de Tokio que no aparece en los mapas, pero sí permanece viva en la memoria.

Quienes desean llevarse un fragmento de historia entre las manos, descubrirán cerca del hotel verdaderas joyas de la artesanía local: kimonos Edo Komon, abanicos sensus o cuchillos uchihamono, forjados a mano con siglos de tradición.

Y si la nostalgia del Japón antiguo llama, el barrio de Kagurazaka responde con calles que aún conservan el eco de la era Edo. Allí sobreviven las artes tradicionales, la elegancia discreta de las geishas, la intensidad del kabuki y la picardía del rakugo, esa narrativa cómica tan japonesa que, aunque milenaria, no ha perdido su filo.