Viajé a conocer Singapur y terminé conociendo el Mandarin Oriental. Las reprogramaciones de mis vuelos acortaron mi estadía y las pocas horas que tuve en la ciudad-estado más importante del Sudeste Asiático las disfruté en este hotel de lujo y aires retrofuturistas. Si bien se inauguró en 1987, acaba de reescribir su propia historia tras una renovación mayor en 2023, una transformación que lo reposiciona como uno de los hoteles más sofisticados de la región.
Aún recostada en la cama, el ventanal de piso a techo de mi suite me regala la vista más cotizada de la ciudad: la bahía, sus célebres jardines, la escultura del Merlion y el icónico complejo Marina Bay Sands. De noche, es prácticamente un palco preferencial desde donde admirar Spectra, el emblemático espectáculo de luz, agua y sonido que deslumbra a todo el que visita Singapur.
Una llegada suave y ceremonial a Singapur
Aterrizo un domingo por la tarde. Una anfitriona me espera en el aeropuerto con un cartel con el clásico abanico del Mandarin Oriental: sencillo y elegante. El traslado es silencioso, rápido, casi meditativo. Veinte minutos después, Marina Bay aparece como un espejismo entre palmeras, el Singapore Flyer y un cielo tropical que cambia minuto a minuto.
La bienvenida es cálida, eficiente, casi coreografiada. El lobby —una pieza central de la remodelación— combina luz natural, flores tropicales y detalles cerámicos creados por el artista singapurense Hans Tan, quien también diseñó el nuevo abanico insignia del hotel, reinterpretando patrones de batik y motivos florales en honor a la ciudad.



El hotel, obra original del arquitecto estadounidense John Portman, mantuvo su icónica estructura atrium style, pero renació por dentro: colores inspirados en lo peranakan, guiños a las black-and-white houses coloniales, murales florales que celebran el espíritu de “Garden City” y un nuevo diseño integral a cargo de Jeffrey Wilkes, responsable de convertir cada espacio en una interpretación contemporánea de Singapur.
La atmósfera se siente desde el ingreso: orquídeas reales, un mural tropical creado especialmente para el lobby y una paleta que transita del rosa al verde en homenaje a la estética peranakan, ese estilo cultivado en el archipiélago malayo por los descendientes de inmigrantes chinos.
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El Spa: una esencia oriental reinterpretada
Para relajar después de dos vuelos cansadores, me entrego a un masaje de Esencia Oriental en The Spa. La masajista, Bovy, me explica que el tratamiento está basado en la medicina tradicional china: presión fuerte, trabajo con codo y antebrazo, estiramientos y un foco especial en zonas de tensión. Sus movimientos lentos y firmes, y un aroma herbal a lavanda, hacen que el tiempo se suspenda y pierda la noción de dónde estoy.
El spa ocupa todo el nivel 5 y combina luz tenue, seis salas de tratamiento, un patio de yoga al aire libre y un fitness center con tecnología Technogym. Es tarde ya, pero salgo a la piscina de 25 metros que completa el circuito y que en este momento se despliega bajo un cielo azul oscuro. Frente a ella, una postal fascinante y moteada con luces neón provenientes de las múltiples y expresivas arquitecturas que interceptan este horizonte tropical.



embu: el buffet familiar donde comer en Singapur
Es domingo y, en las mesas de embu —el restaurante buffet del Mandarin Oriental—, advierto la presencia de muchos locales que vienen a cenar en familia. La calidad de la propuesta, la variedad de opciones y el ambiente amigable lo convierten en uno de sus destinos preferidos para cerrar el fin de semana. Y su rincón para niños, clave para que todos puedan disfrutar.
Este espacio —verde, luminoso, casi selvático— está inspirado en el árbol Tembusu, una especie nativa de Singapur, y fue concebido para emular la experiencia de “comer en un jardín”. Su propuesta gastronómica es un viaje internacional con foco en el sudeste asiático: laksa, chicken rice, cocina india, mariscos, ostras, pastas, postres delicados. La comida se siente honesta: sabores reconocibles, técnicas cuidadas, producto fresco.
Tan pronto como me levanto de la mesa para probar un nuevo sabor, Xin Yin, uno de los asistentes de embu, limpia y deja todo impecable para mi siguiente experiencia. Es alegre y entusiasta, y me anima a probar algunos de los dulces típicos: el nyonya kueh, que lleva coco rallado en el interior y una capa exterior de pandan; y el kui kui kaya, elaborado con pandan y crema de coco sobre una base de pastel de papa en láminas.

Un paraguas para el Merlion y un paseo en bicicleta por Gardens By The Bay
Al reservar una Suite Club Marina Bay, se incluye el acceso al exclusivo salón HAUS 65. Para desayunar podía elegir entre este club lounge o embu, y opté por conocer este espacio de luz natural, reservado para mayores de 12 años, con diseño que recuerda al departamento de un coleccionista y servicio sereno y atento.
Muchos huéspedes pasan horas leyendo o trabajando aquí. A lo largo del día, HAUS 65 ofrece distintos momentos gastronómicos que hacen que siempre valga la pena volver: desayuno con champán; té de la tarde con bocados dulces y salados; y cócteles con aperitivos al atardecer.

Me dejé llevar por la sugerencia de la carta que me dieron los curadores y probé la kaya toast, un desayuno muy popular en Singapur compuesto por pan tostado relleno de una mermelada de coco y huevo llamada kaya, y una rodaja de manteca fría; se sirve —y se moja— con huevos pasados por agua, condimentados con salsa de soja y pimienta. Grave error: hoy mi paladar recuerda esa conjunción de sabores a la que desea volver, pero que no tengo forma de replicar para complacer.
Mientras desayuno, miro por los ventanales un aguacero de noviembre que se empeña en arruinar mis planes matutinos. Pero no lo logra: dos préstamos del Mandarin Oriental salvan el día. Salgo a pasear por la bahía con un coqueto paraguas verde y rosa de casi metro y medio de circunferencia y llego hasta el Merlion, la escultura con cabeza de león y cuerpo de pez que simboliza a Singapur, donde un grupo de turistas chinos se tomaba fotos. Regreso al hotel media hora después, cuando la lluvia empieza a menguar, y decido tomar prestada una de las bicicletas que ponen a disposición de los huéspedes. Salgo rumbo a Gardens by the Bay, cruzo el puente Bayfront y, si bien hay muchos circuitos internos a los que solo está permitido ingresar a pie, recorro todo el contorno y subo a la terraza del Marina Barrage, desde donde tengo una vista sobrecogedora del embalse por un lado y del skyline futurista de Singapur por el otro.
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Habitaciones y suites del Mandarin Oriental, Singapore: cada vista, un color
El hotel cuenta con 510 habitaciones y suites rediseñadas para integrarse con lo que se ve desde la ventana: azul, para los cuartos que miran hacia Marina Bay; y verde botánico, para los que miran hacia la ciudad. La mía es una Club Marina Bay Room.
Las obras de arte que decoran los muros cambian en cada piso, y las suites de larga estadía —de una, dos, tres o cuatro habitaciones— funcionan como verdaderos departamentos: cocina completa, lavarropas, espacios amplios. Hay seis con temáticas para familias: jungla, océano, espacio. Son coloridas, lúdicas, pensadas para viajes con niños, un diferencial que pocos hoteles de lujo en Singapur ofrecen. Algunos huéspedes incluso llegan a vivir aquí durante meses.
La pieza maestra es la Royal Marina Bay Penthouse, un penthouse de cuatro dormitorios y 393 m² que ofrece una vista panorámica de 180° sobre Marina Bay, el Esplanade, el Merlion, el Anderson Bridge, la National Gallery y, en octubre —cuando generalmente se lleva a cabo—, la pista donde se corre el campeonato mundial de Fórmula 1. Es un departamento que flota sobre lo mejor de la ciudad, con ventanas completas, comedor privado, cocina del chef, terraza y un diseño que oscila entre tonos arcilla y pequeñas referencias peranakan.


Al final, la renovación del hotel no es solo estética: es conceptual. Una manera de actualizar la hospitalidad asiática para una nueva generación de viajeros que buscan diseño, narrativa, cultura y autenticidad. Y muchas veces, también estadías largas.
Dolce Vita: Italia junto al agua
Además de embu, el hotel cuenta con otros cuatro restaurantes, cinco bares y una pastelería. Cherry Garden sirve cocina cantonesa clásica con un brunch dim sum de fin de semana y salones privados. Dolce Vita ofrece platos italianos modernos con vistas a la ciudad. Bay@5, junto a la piscina, destaca por sus cócteles y su ambiente relajado. The Mandarin Cake Shop invita a disfrutar pastelería, chocolates y productos gourmet. Lobby Lounge es ideal para un té de la tarde elegante. MO BAR, premiado por Asia’s 50 Best Bars, sorprende con cócteles creativos y vistas panorámicas. Zuicho propone una experiencia japonesa kappo de autor. Y para los amantes de los cortes premium, Morton’s The Steakhouse brinda un ambiente refinado, complementado por The Bar at Morton’s, especializado en cócteles y licores de alta gama.
Antes de irme, almuerzo en Dolce Vita, el restaurante italiano del hotel con vistas a la piscina y al skyline. El menú combina platos italianos contemporáneos con ingredientes asiáticos de temporada. Como plato principal, pedí unos memorables casarecce alla norcina: una pasta corta y retorcida, acompañada de salchicha, crema de porcini y un perfume intenso de trufa negra. Un plato reconfortante, profundo y perfectamente equilibrado, de esos que se quedan en la memoria.
Desde el mural floral del lobby hasta el penthouse que domina Marina Bay, el hotel logra algo poco común: contarte la historia de una ciudad entera sin decir una palabra. Basta recorrerlo, paso a paso, para entender cómo cada ambiente suma un capítulo más a ese relato. Al despedirme, siento que no solo conocí un hotel: conocí una versión posible de Singapur, sutil, contemporánea y atenta al detalle, capaz de revelar —con delicadeza— su espíritu bajo cada luz, cada aroma y cada textura. Un renacimiento que, más que imponerse, invita a volver.
Mejor época para viajar a Singapur: Febrero, durante las celebraciones del año nuevo chino.
A Tale of Festive Wonders en el Mandarin Oriental, Singapore
Esta temporada festiva, el Mandarin Oriental, Singapore presenta A Tale of Festive Wonders, una propuesta que combina lujo, gastronomía y experiencias inmersivas. La celebración comienza el 25 de noviembre con un árbol de Navidad y una suite temática creados en colaboración con Diptyque, además de un Holiday Reverie Afternoon Tea inspirado en los aromas emblemáticos de la maison francesa, con sabores como higo, pistacho y especias navideñas.
La oferta gastronómica continúa en embu, donde se sirve un festivo buffet con clásicos como pavo con stuffing de castañas, jamón glaseado con ananá y una colección de postres tradicionales, desde Bûche de Noël hasta panettone. Para Año Nuevo, Dolce Vita presenta su primer Night Brunch, con platos como costillas de Wagyu, bacalao chileno o milhojas de papa, acompañados de una mesa de antipasti y postres italianos.
En The Mandarin Cake Shop, una colección de tortas inspiradas en el invierno —incluyendo la Enchanted Pinecone y los Santa Cakes— se suma a hampers festivos, asados para llevar y sets de spa ideales para regalar. El hotel también ofrece el paquete Festive Wonders Stay, que incluye desayuno, amenities temáticos y acceso al Christmas Train Show de Gardens by the Bay. Disponible para estadías del 1 de diciembre al 1 de enero.








