De paseo por Giverny, el pueblo favorito de Monet
Los jardines de Monet están inspirados en los principios del diseño de exteriores de países como Japón. Créditos: Unspalsh/Baptiste Riffard

La magia de El estanque de los nenúfares quizás reside en las delicadas flores de loto que adornan la superficie del río o tal vez en las pinceladas relajadas que ilustran las hojas de los juncos y los  sauces llorones. Sin duda alguna, esta es una de las obras más espectaculares de la serie Nenúfares de Claude Monet y, por si fuera poco, uno de los rincones más idílicos de los jardines que diseñó en su residencia de Giverny

Giverny es uno de esos lugares que parecen salidos de un cuento de hadas. Ubicado a una hora en tren desde París, fue allí donde Monet decidió establecer su hogar y, junto a él, unos jardines que se convertirían en la musa e inspiración de su período más prolífico y creativo. Este legado aún florece todos los años y atrae a viajeros de todo el mundo que buscan sumergirse en la magia de la vida real creada por este artista. 

La casa, los jardines y la fantasía de lo ordinario

Un típico paseo dominical en Giverny empieza con una visita a la maison en la que Monet vivió desde 1883 hasta 1926 con Alice Hoschedé, sus seis hijastros y sus dos hijos biológicos. La fachada rosa y las puertas verdes del edificio principal son un pequeño abrebocas del estilo colorido y peculiar que impregna el interior. 

De acuerdo con la Fundación Monet, el paseo empieza en el “salón azul”, un espacio donde la familia solía reunirse para leer y pasar el rato. El verdadero tesoro de este primer piso se encuentra a solo unos pasos de allí. Se trata de uno de los estudios, que alberga imágenes de 60 de las obras más populares de Monet, así como parte del mobiliario original. 

Para llegar a las habitaciones privadas hay que subir por un estrecho conjunto de escaleras. Con fotos de los padres de Monet, cuadros de sus amigos y cómodos sillones, esta zona nos invita a espiar el lado más íntimo y cotidiano del maestro impresionista. Además, las amplias ventanas permiten echarle un vistazo a los frondosos jardines desde una perspectiva diferente. 

Naturalmente, los jardines son la parte más esperada del recorrido. El puente inspirado en los hachis japoneses, los estanques y las glicinas moradas son algunos de los elementos que dan cuenta de cómo Monet tomó inspiración del estilo asiático para crear esta pintura de la vida real. Con razón esta es la segunda atracción turística más visitada en la región de Normandía.

Al salir de la maison, quienes van andando pueden seguir la carretera hasta llegar al cartel que indica que hay que subir una colina. Al final del camino de grama aplastada por los pasos de otros transeúntes, hay un banco que es perfecto para apreciar el paisaje. 

Siguiendo la pista de Monet

Quienes aún no se animan a concluir esta aventura, hay otros lugares de Giverny que vale la pena conocer. Para empezar, el restaurante Baudy, que está a cinco minutos de la maison de Monet, ofrece platos de la gastronomía tradicional francesa. ¿Qué tal suena un almuerzo de tres pasos que inicia con una mousse de crema de remolacha y queso de cabra, continúa con un plato de langostinos a la parrilla con mantequilla de ajo y termina con un poco de queso blanco acompañado con un coulis de frutos rojos?

Otros lugares recomendados para tener una experiencia gastronómica memorable son La Guinguette de Giverny, cuya terraza flanquea el río Epte; La Parenthese, que deleita con un menú casero que cambia según la estación; y Aux Gourmandises de Giverny, un salón de té atendido por sus dueños.

El Museo de los Impresionismos es una buena opción para continuar con la temática artística y, además, celebrar los 150 años de la “exposición fundacional” de ese “movimiento pictórico”. Su colección incluye más de 250 obras de los principales exponentes del impresionismo y postimpresionismo antiguo y contemporáneo como Alfred Sisley, Maurice Denis y Hiramatsu Reiji. 

Hablando de museos, el de Mecánica Natural es un pequeño nicho para quienes aman estudiar cómo funcionan las cosas. Dispone de una colección de máquinas hidráulicas que provienen de distintas partes del mundo. 

Casi todos los parajes de Giverny están profundamente conectados con el arte. Tal  es el caso de la Iglesia de Sainte-Radegonde, en cuyo jardín descansan los restos del protagonista de este pueblo. En el interior hay una plétora de elementos decorativos que son casi tan antiguos como este edificio del siglo XI. 

A un viaje en tren de la capital

La manera más sencilla de visitar Giverny desde París es usando el transporte público. Primero, hay que tomar el tren en la estación Saint-Lazare, ubicada en 13 Rue d’Amsterdam. El recorrido dura aproximadamente una hora y diez minutos y es una buena oportunidad para admirar el encanto de las campiñas francesas. Una vez en Vernon, se puede hacer una caminata de 45 minutos hasta el pueblo, o bien tomar un autobús por unos 18 dólares. 

Si bien en el verano, con sus días largos y soleados, invita a disfrutar de caminatas al aire libre y lucir un outfit colorido para las fotos, también implica la temporada alta en Giverny. En otras palabras, los jardines de Monet se llenan de curiosos, lo que hace más difícil apreciar su belleza y conectarse con ese ambiente pacífico imaginado por el pintor. Para evitar las multitudes, es recomendable planear este viaje durante abril u octubre. En esos meses, la mayoría de los adultos se encuentran en sus trabajos y los niños, en las escuelas. 

A sus 83 años, Monet podía decir que tuvo una larga vida llena de experiencias memorables como, por ejemplo, sus viajes por el Mediterráneo. Aunque el nuevo siglo vino acompañado de pérdidas familiares y el desarrollo de cataratas en sus ojos, no dejó de pintar esas flores de loto o nenúfares rosados que tanto amaba. Teniendo una escena tan pintoresca justo afuera del alféizar de la ventana de la cocina, ¿quién no intentaría recrearla una y otra vez?