
Cuando los sabores ancestrales de Quito se transforman en experiencias de autor.
No es solo una bebida, es un elixir de temporada que aparece una vez al año durante el Día de los Difuntos.

La capital ecuatoriana transforma este rito ancestral en una experiencia gastronómica de autor que invita a saborear la memoria de una ciudad. La colada morada es patrimonio cultural, pero también una carta de presentación de la alta cocina quiteña, que se atreve a reinterpretar sabores antiguos con técnicas contemporáneas. Lo efímero se convierte en lujo: quien viaja a Quito en noviembre descubre una tradición que conquista sentidos y que empieza a abrirse al mundo.
Sabores de autor con herencia andina
Los chefs quiteños han encontrado en la colada morada un territorio creativo. Nuema, parte de la lista de los Latin America’s 50 Best Restaurants, y Quitu, reconocido por su cocina de proximidad, elevan esta receta a la categoría de arte culinario. Lo que en los hogares quiteños se sirve en jarros de barro, en estos restaurantes se convierte en una reducción para carnes de caza, en una salsa vibrante para postres de chocolate, o en coctelería de autor que sorprende por su elegancia.

En Casa Gangotena, un hotel boutique junto a la Plaza San Francisco, la colada morada se convierte en un ritual patrimonial: se sirve en vajilla fina, con guaguas de pan decoradas como pequeñas esculturas comestibles. Y las panaderías Cyrano y Cyrill reinterpretan las tradicionales guaguas de pan con técnicas francesas. Así es como logran piezas de repostería que unen la infancia quiteña con la sofisticación europea.
Cada espacio mantiene viva la tradición, pero la empuja hacia un escenario internacional donde Quito se proyecta como capital de sabores únicos.
Ingredientes exclusivos, notas de altura
La colada morada es una bebida de terroir andino. Como un buen vino o un café de especialidad, su riqueza se explica en los ingredientes que la conforman. La mayoría son cultivados en ecosistemas únicos que le dan ese sabor y personalidad tan peculiar.
- Mortiño: una baya silvestre de los páramos, intensa y misteriosa. Su color azul profundo tiñe la colada de violeta y aporta notas ácidas, como un recuerdo de niebla en las montañas.
- Babaco: fruta alargada, fresca y ligera. Su sabor mezcla piña, papaya y limón en un mismo bocado, una chispa cítrica que ilumina el dulzor de la mezcla.
- Mora de castilla: jugo vibrante, acidez juguetona, un estallido rojo que recuerda a los mercados quiteños en su máximo esplendor.
- Canela y clavo: aromas envolventes, notas dulces y especiadas que remiten al calor de una cocina familiar, a la intimidad de lo compartido.
- Ishpingo: la joya escondida de los Andes. Sus notas florales y cítricas son herencia prehispánica, un eco de rituales ancestrales que aún resuenan en cada sorbo.

Cada ingrediente es un viaje: del páramo frío al valle fértil, del mercado popular a la mesa de autor. Juntos crean una experiencia multisensorial, tan efímera como un eclipse: solo se puede vivir en Quito y solo en noviembre.
Un lujo que dura lo que dura la temporada
La colada morada no está disponible todo el año. Esa temporalidad limitada la convierte en una experiencia exclusiva. Como los vinos de cosecha especial o el café de microlotes, beberla es participar de un instante único e irrepetible.
Esa exclusividad es su mayor fuerza: impulsa a viajeros y foodies internacionales a programar su visita para estas fechas. Buscan un sabor que no existe en ningún otro lugar del mundo. Quito ofrece un lujo gastronómico que no se mide en etiquetas de lujo, sino en la autenticidad de un ritual ancestral reinterpretado con creatividad contemporánea.
Una tradición con vocación global
La colada morada es la expresión más sofisticada de lo que significa Quito: una ciudad que funde lo indígena, lo mestizo y lo moderno en un solo trazo. Igual que el Día de Muertos en México trascendió fronteras y se convirtió en ícono cultural, Quito tiene en esta bebida un símbolo con potencial universal.

Los chefs quiteños lo saben. Con cada reinterpretación de la colada morada, la presentan al mundo como una joya gastronómica comparable a los mejores postres, vinos de terroir o a los cafés de especialidad más premiados. La diferencia está en la autenticidad: sabores que nacen de una geografía única y que todavía conservan la intimidad de lo local.
Quito, un destino para saborear la memoria
Viajar a Quito en noviembre es asistir a un hechizo colectivo. En los mercados, el aroma de frutas y especias inunda los pasillos. En las casas quiteñas, las familias se reúnen para compartir colada y guaguas de pan y en los restaurantes de autor, los ingredientes se transforman en piezas de alta gastronomía.