
Durante el invierno el desierto de Carcross, en el Yukón, Canadá, se cubre de nieve, que en algunas zonas se ve amarillenta, pues debajo de todo hay arena.
Estaba caminando sobre las dunas del desierto más pequeño del mundo y uno de los fenómenos geológicos más singulares del planeta. Me costó creer que se tratara de un ecosistema de este tipo, por su extensión de apenas 2.6 kilómetros cuadrados y su apariencia nevada. Para nada se compara con los desiertos famosos. Me confundió aún más su origen y es que, conforme expertos, este fenómeno natural antes era parte de un glaciar.
Teníamos el tiempo contado, pero en pocos minutos aprendimos sobre la flora y fauna local y recorrimos el territorio a pie. Durante el invierno es común que la gente realice actividades de esquí y en trineo; mientras que en el verano, las dunas expuestas permiten realizar otro tipo de caminatas, así como descubrir la historia de las Primeras Naciones de Canadá en el centro de aprendizaje que está junto al lago.
Auroras boreales: los espíritus del bosque
El pueblo queda a pocos minutos y es igual de desértico, sin embargo, en la época de la fiebre del oro, fue uno de los principales asentamientos para los cazafortunas, que llegaron en estampida a finales del siglo XIX, después de un golpe de suerte de hombres que encontraron el preciado metal cerca de la confluencia de los ríos Yukón y Klondike.

Tuve la sensación de que el tiempo se detuvo alrededor del lago Bennett. Durante nuestra caminata solo vimos a un par de personas pescando. El resto del entorno permaneció inalterable, sin ruido y sin más movimiento que el de la naturaleza. E incluso el Caribou Hotel, que es uno de los principales, o el único, busca verse como hace 100 años.







