
Brasil y la Amazonia vuelven a estar en el ojo público con motivo de la COP30 celebrada en la región: el país ha anunciado medidas y fondos para impulsar la bioeconomía amazónica y reforzar la conservación, lo que sitúa al bioma en la agenda internacional. Ese contexto obliga a hacerse una pregunta sencilla y compleja a la vez: ¿es ético visitar la Amazonia? La respuesta no es binaria. Depende de cómo, dónde y con quién viajes. A continuación desglosamos las tensiones principales, la evidencia disponible y alternativas prácticas para quien quiera conocer este territorio sin dañar lo que lo hace valioso.
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Las tensiones éticas: turismo, desarrollo y daño potencial
La Amazonia afronta amenazas reales —deforestación, incendios y presión extractiva— que condicionan cualquier actividad humana en la región. Aunque en 2024-2025 los datos oficiales y de monitorización mostraron una caída de la deforestación en Brasil, los incendios y la presión sobre ecosistemas siguen siendo problemas significativos.

El turismo puede amplificar impactos: huella de carbono (vuelos), presión sobre infraestructuras frágiles, perturbación de fauna o sobrecarga de servicios locales si no está bien regulado. Además, existe la preocupación por la culturalización o explotación de comunidades indígenas y por prácticas turísticas que no devuelven beneficios claros a la población local.
Sin embargo, el turismo también puede ser herramienta de protección: proyectos bien diseñados generan ingresos ligados a conservar el bosque (guías, alojamientos locales, venta de productos) y pueden ser una alternativa a actividades destructivas. Un estudio reciente apunta incluso a una correlación inversa entre turismo y las tasas de deforestación en determinadas áreas amazónicas, sugiriendo que el desarrollo responsable del turismo puede contribuir a proteger la cubierta forestal.
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¿Cuándo el turismo se vuelve ético (o al menos menos dañino)?
Hay señales concretas que permiten evaluar si una actividad turística en la Amazonia es responsable:
- Beneficio local: los ingresos deben quedarse en la comunidad (empleo local, gestión comunitaria de alojamientos y guías). Un ejemplo de modelo comunitario es el del Mamirauá Sustainable Development Reserve y alojamientos como el Uakari Floating Lodge, gestionados en cooperación con comunidades locales e institutos de conservación. Es un modelo que prioriza conservación y autonomía local.
- Bajas emisiones y sentido del viaje: rutas que minimicen vuelos internos innecesarios, estancias más largas y viajes que compensen o reduzcan la huella con prácticas de bajo impacto.
- Respeto cultural y permisos: conocer y acatar las normas de las comunidades indígenas; no fotografiar rituales sin permiso; no comprar artefactos con materiales protegidos.
- Pequeña escala y control de aforos: alojamientos con límite de capacidad y regulaciones que eviten saturación en senderos, miradores y riberas.
- Transparencia y certificaciones: operadores que muestran cómo reparten ingresos y certificaciones de sostenibilidad (cuando existan) son preferibles.
Riesgos reales que conviene no subestimar
Organizaciones ambientales recuerdan que, si bien el turismo puede ayudar, no es una panacea: la Amazonia sigue amenazada por la conversión de tierras a agricultura, ganadería, minería y por proyectos energéticos. Los avances de políticas y financiación (por ejemplo, planes de apoyo a la bioeconomía e iniciativas de conservación a gran escala) son positivos, pero requieren acompañamiento social y vigilancia para que los beneficios lleguen a los territorios y no faciliten la «apariencia verde» de negocios extractivos.
Alternativas éticas si quieres “ver” la Amazonia

Infórmate y busca turismo comunitario. Opciones como la ya citada de Mamirauá, en Brasil, permiten que tu gasto vaya directamente a las comunidades y los proyectos de conservación. En Perú y Ecuador también hay opciones similares. Algunos proyectos turísticos están vinculados a reservas. Pregunta por las cuotas destinadas a la conservación.
Cuando viajes, intenta comprar productos amazónicos certificados que respeten prácticas sostenibles. Hay verdaderas joyas como el açaí o el cacao silvestre. Si no quieres viajar, también existe la posibilidad de hacer donaciones a proyectos en defensa de la biodiversidad o la vida indígena.
Algunos viajeros deciden hacer algún voluntariado en sus estancias. Es una opción muy recomendable, pero también lo es revisar con qué organizaciones lo haces. Las mejores son las que trabajan de forma permanente en la zona.
Un último matiz: viajar con criterio
Visitar la Amazonia no es intrínsecamente inmoral. Sí puede ser problemático si alimenta economías que dañan el bosque o si pasa por encima de la soberanía y cultura de las comunidades. Pero con criterios claros —apoyar iniciativas comunitarias, preferir proyectos con transparencia, minimizar la huella y priorizar estancias que inviertan en conservación— el turismo puede formar parte de un enfoque más amplio de protección y justicia ambiental.
Si se va a la Amazonia, conviene hacerlo sabiendo por qué se viaja, qué beneficios reales genera y cómo se puede devolver algo al lugar más allá de la foto: en ese tránsito la visita puede transformarse de consumo a colaboración con el mayor bosque tropical del planeta.







