
A solo unos pasos de los templos del arte —el Rijksmuseum, el Van Gogh y el Stedelijk— se alza otro icono cultural de Ámsterdam, aunque de naturaleza distinta. El Conservatorium impone desde su fachada neogótica y, al mismo tiempo, invita a descubrir un universo donde las disciplinas creativas dialogan bajo una estética de sofisticado diseño contemporáneo.

Erigido a finales del siglo XIX como sede de la Rijkspostspaarbank y reconvertido más tarde en el Conservatorio de Música Sweelinck, el edificio ha sabido evolucionar sin renunciar a su alma. Fue el arquitecto italiano Piero Lissoni quien asumió el reto de reimaginar sus espacios: transformarlos en un santuario de lujo moderno sin silenciar la herencia histórica que emana de cada muro.
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Lissoni —maestro del diseño refinado y la funcionalidad precisa— enfrentó el desafío de reconciliar pasado y presente sin caer en el recurso fácil de la nostalgia. El resultado es un equilibrio exquisito entre sobriedad contemporánea y espíritu artístico local. Desde los pisos de piedra volcánica reciclada del lounge hasta las lámparas flotantes diseñadas por él mismo, cada elemento parece meditado, como parte de una partitura visual.
Las suites respiran amplitud y luz natural. Dominan los tonos neutros, salpicados con acentos de azul profundo, burdeos y amarillo mostaza, presentes en detalles como puertas o piezas de mobiliario. En las paredes, las obras del fotógrafo australiano Kevin Best rinden homenaje a la tradición visual neerlandesa. No es raro que en cada imagen aparezca un instrumento musical, eco visual del pasado sonoro del lugar.
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Lujo en compases
El Conservatorium es más que un hotel, es una experiencia multisensorial. Desde el restaurante Barbounia, enmarcado en un patio interior con ventanales de piso a techo que regalan una danza continua de luz, hasta la transición visual entre el Taiko Bar y el restaurante Taiko Cuisine, donde las fotografías de Claude Vanheye capturan a músicos y compositores famosos que alguna vez pisaron la capital neerlandesa.

La entrada principal acoge una instalación creada por Lissoni compuesta por múltiples violines suspendidos (creados por artesanos italianos) que parece resonar con los ecos de las melodías que alguna vez habitaron este lugar.
La Van Baerle Shopping Gallery, ubicada dentro del mismo hotel, ofrece una curaduría de tiendas que eleva aún más la experiencia. Mención aparte merece Bonebakker Jewellers, cuya historia se remonta a la creación de la corona del rey y la llave de los puertos de Ámsterdam. Situada en la antigua oficina del director del banco, esta boutique mezcla tradición y modernidad con la precisión de un orfebre.
El Conservatorium ha conseguido ser, al mismo tiempo, un punto de encuentro social, un refugio cultural y una joya de hospitalidad de alto diseño. Testimonio de ello es el bullicio elegante del lobby, la energía relajada de sus restaurantes, la vibrante sofisticación del bar, y la serenidad casi mística del Akasha Wellbeing Centre, un santuario de mil metros cuadrados dedicado al bienestar físico y mental.

Ahora parte del grupo Mandarin Oriental, este hotel es un manifiesto del presente y una declaración de admiración por el diseño. Una de las partituras mejor afinadas en el concierto del lujo moderno en Ámsterdam.