
Cada viaje que emprendo se convierte en una experiencia especial; siempre que tengo la oportunidad de descubrir un nuevo destino, lo hago sin expectativas pero con la disposición de dejarme llevar por la aventura y la sorpresa.
Recorrer en automóvil el desierto de Nevada y conocer su contraste con Las Vegas a través de su gente, los paisajes y la gastronomía fue sumamente enriquecedor.
La magia de Pahrump antes de Death Valley
Un día antes de adentrarnos en la ruta hacia Death Valley hicimos una parada en Pahrump. Más que solo un alto en el camino para descansar, buscábamos descubrir los rincones más destacados de esta ciudad. Pahrump, a apenas 97 kilómetros al oeste de Las Vegas, ha experimentado un notable crecimiento desde sus modestos inicios como una comunidad rural. Su proximidad a la bulliciosa metrópolis y su clima templado del desierto han contribuido a su florecimiento en las últimas décadas. Hoy en día, se erige como un crisol de residentes permanentes y visitantes temporales, quienes encuentran en sus paisajes áridos y su atmósfera serena un escape del ritmo acelerado de la vida urbana.
Durante nuestra breve parada, una de las experiencias destacadas fue la visita a Sanders Family Winery, una bodega acogedora que ofrece degustaciones gratuitas y permite a los visitantes disfrutar de algunos refrigerios mientras exploran sus instalaciones. Desde su fundación en 1988 por Jack Sanders, la familia ha mantenido un compromiso firme con la elaboración artesanal de vinos, buscando la excelencia en cada botella. Con casi tres décadas de experiencia, han cultivado uvas en varios viñedos, desde el original en Valencia Road (hoy conocido como Winery Road) hasta las nuevas plantaciones en el Banco Agrícola de Kellogg en Kellogg Road. Este legado continúa con la impresionante bodega de estilo renacentista toscano, su centro de visitantes y un anfiteatro de artes escénicas, que reflejan la dedicación y el cuidado que han caracterizado a la familia Sanders a lo largo de los años.



Nature Health Farms Petting Zoo: un santuario donde prevalece el amor por los animales
Después de probar algunos de los vinos más distintivos de la familia Sanders, nos dirigimos a Nature Health Farms Petting Zoo, un remanso de serenidad y curación, con una historia de amor por la naturaleza, los animales y el bienestar. En el año 2019, en medio de la vastedad del desierto, nació Nature Health Farms, una granja de cáñamo y un zoológico de mascotas de propiedad familiar. Su fundador, Alex D’Jon, buscaba un cambio de ritmo tras dirigir la empresa de conserjería Vegas Guy VIP en Las Vegas. Inspirado por el llamado de la tierra y la necesidad de encontrar un equilibrio más natural, Alex se aventuró hacia Pahrump, llevando consigo su visión de un santuario donde la naturaleza y la sanación se entrelazaran.


En el 2020, Alex encontró aliados en su misión. Formó una asociación de cofundadores con Helen Z y Tatiana M., quienes compartían su pasión por la vida al aire libre y el bienestar holístico. Juntos, transformaron Nature Health Farms en más que una granja; lo convirtieron en el Therapy Ranch, un lugar donde el amor por los animales, la conexión con la tierra y la búsqueda de la salud y la felicidad se fusionan en perfecta armonía. Inspirados por la legendaria Bonnie Springs y su espíritu de aventura, el Therapy Ranch pronto se hizo famoso en toda la región. Votado como el zoológico número 1 en Pahrump y reconocido como una de las 10 mejores atracciones de la zona, atrajo a visitantes de todas partes en busca de una experiencia única y enriquecedora.
A solo 55 minutos de Las Vegas, este oasis de calma y bienestar ofrece una escapada perfecta del bullicio de la ciudad, un santuario donde las almas cansadas pueden encontrar renovación y paz; este lugar se ha convertido en un destino imprescindible para aquellos que buscan aventura y conectarse con la naturaleza.
De camino a Death Valley
Después de una noche de merecido descanso y de desayunar en el hotel, tomamos camino hacia Death Valley aproximadamente a las 9:30 de la mañana. Según el mapa, tardaríamos una hora en llegar, así que decidimos detenernos a comprar algunos bocadillos.
Este destino había sido uno de mis mayores anhelos, alimentado por las historias cautivadoras que había leído sobre él. No podía contener mi emoción al pensar que pronto estaría explorando uno de los lugares más impresionantes, hermosos y emblemáticos del mundo, ansiosa por vivir mi propia aventura y tener mi propia historia que contar.
Mientras avanzábamos por la sinuosa carretera rumbo a nuestro destino, quedé asombrada por los paisajes que se desplegaban a nuestro alrededor. El desierto se mostraba en toda su grandeza; algo que llamó mi atención fueron las hermosas flores amarillas que salpicaban el paisaje. A pesar de la aridez y la dureza del entorno, estas flores parecían desafiar al desierto; eran como pequeños tesoros escondidos en medio de la vastedad del desierto, recordándome la belleza y la fuerza de la naturaleza.
A medida que seguíamos nuestro camino, llevaba conmigo el recuerdo de esas flores amarillas, una prueba de que la belleza puede surgir en los lugares más inesperados, incluso en medio del árido desierto.
Después de unos veinte minutos de viaje, nos recibió un colosal letrero que marcaba la entrada a Death Valley. Entre las majestuosas montañas rocosas y las vistas impresionantes, llegamos a nuestra primera parada: Zabriskie Point, un mirador que ofrecía una panorámica imponente de las formaciones rocosas ondulantes que se extendían hasta el horizonte.

Al llegar a nuestro destino, me encontré con un espectáculo que me dejó maravillada. Frente a mí tenía un paisaje majestuoso; las montañas multicolores se erguían como testigos del poder del tiempo y la naturaleza, moldeadas por milenios de erosión. Estas formaciones rocosas narraban la historia de nuestro planeta en capas de colores y texturas; en ese instante de asombro, me percaté de lo diminutos que somos en comparación con la inmensidad del mundo que nos rodea, y de la infinita sabiduría que la naturaleza tiene para ofrecernos. Cada detalle del paisaje constituía una lección sobre la humildad y la grandeza del universo, recordándonos que siempre hay algo nuevo por descubrir y aprender.
Nuestra siguiente parada nos llevó a Badwater Basin, el punto más bajo de América del Norte. Frente a mí se extendía un inmenso mar de sal, creando un espectáculo deslumbrante bajo el ardiente sol del desierto. La cuenca estaba cubierta por una gruesa capa de sal, formada por la evaporación de antiguos cuerpos de agua que alguna vez llenaron la región. Cada paso sobre la superficie crujiente y blanca evocaba la sensación de caminar sobre un lienzo lunar, sumergiéndome en la fascinante idea de habitar un universo paralelo.

Mientras exploraba este lugar único, me sorprendió la tranquilidad que reinaba en medio de la inmensidad del paisaje. El silencio era casi palpable, solo interrumpido por el suave crujido de la sal bajo mis pies y el ocasional susurro de los visitantes que se encontraban en el lugar. Me detuve en varios momentos para admirar la vastedad de Badwater Basin y capturar su belleza en fotografías, pero ninguna imagen podía captar por completo la magia que se respiraba en el aire. Badwater Basin no solo era un punto geográfico, sino un lugar de asombro y contemplación, donde la naturaleza revelaba su grandeza en cada detalle.
Nuestra última parada en Death Valley fueron las Mesquite Sand Dunes. Kilómetros antes de llegar ya las podía ver asomarse dentro del paisaje rocoso, grandes y majestuosas como sacadas de una película de ciencia ficción.
La textura de la arena era tan fina y sedosa que podía sentir su suavidad incluso con mis tenis puestos. Cada duna poseía su propia personalidad, al igual que nosotros; con crestas y valles que se moldeaban constantemente bajo la influencia del viento.
Las formas fluctuantes de las crestas conforman un laberinto que invita a la exploración. Mientras más caminaba entre la arena, la panorámica del desierto se extendía a nuevos horizontes.
El aire impregnado con el olor a tierra caliente y el calor del sol que abraza la piel crea una sensación de conexión íntima con la naturaleza; explorarlas es sumergirse en un mundo de tranquilidad y belleza natural.
Con el corazón lleno de experiencias y la mente colmada de recuerdos imborrables, me despedí de las dunas de Mesquite, cada paso en ese vasto desierto había sido un encuentro con la grandeza de la naturaleza y con la propia esencia de la aventura.
Mientras el sol se alzaba en el horizonte, pintando el cielo con tonos dorados y anaranjados, me di cuenta de que no era solo el paisaje lo que había dejado una huella imborrable en mí, sino la sensación de conexión con el universo mismo.

Cerrando con broche de oro el día en el desierto en The Ranch 1849
Antes de continuar nuestro viaje hacia el próximo destino, decidimos hacer una parada estratégica en The Ranch 1849, un oasis emergente en medio del abrasador desierto, rodeado de las vastas extensiones de arena y las imponentes formaciones rocosas que caracterizan esta región. El buffet que ofrece este lugar es simple pero sustancioso, una experiencia culinaria que fusiona la esencia del viejo oeste con los sabores contemporáneos. Una vez que terminamos nuestros alimentos decidimos continuar nuestra travesía por el desierto de Nevada.
Death Valley se despidió de nosotros con la promesa de seguir allí, inmutable y majestuoso, esperando el regreso de quienes se aventuraran a explorarlo. Y nosotros partíamos con el corazón lleno de gratitud por haber sido testigos de tanta belleza y con la certeza de que, aunque dejáramos atrás aquel lugar, su magia permanecería con nosotros para siempre, como un tesoro guardado en lo más profundo de nuestro ser.