
Guillermo Rojas, amigo de Ale Arango, una de mis mejores amigas de la universidad, ha encontrado su hogar en la bulliciosa metrópoli de Nueva York desde agosto de 2021. Su mirada sobre la ciudad es fascinante y llena de matices.
Cuando le pregunté sobre su experiencia en la ciudad, me respondió: «Nunca hay un momento a blanco y negro, todo es color. Creo que es una ciudad llena de vida, de gente que está creando, que está viviendo». Esta frase, como un eco de sus pensamientos, encapsula la esencia de su vida en este lugar lleno de posibilidades.
Al profundizar en su percepción, le pedí que definiera Nueva York en una sola palabra. Su respuesta fue tan directa como el ritmo frenético de la ciudad: «Ruda». No podría haber sido más acertado. En cada esquina, en cada interacción, se respira una crudeza que se entrelaza con la magia de los sueños que se forjan entre los imponentes rascacielos.

La llegada de Memo a Nueva York no fue solo una búsqueda académica. Inicialmente llegó para cursar una maestría, buscó trabajo y decidió quedarse, abrazando con entusiasmo el sueño neoyorquino. Hoy en día, trabaja como Project Finance Associate en un banco de la ciudad y, además, forma parte de un club de corredores.
Guillermo, al igual que muchos de los personajes de series y películas icónicas como Friends, Mad Men, Sex and the City, Gossip Girl y El Padrino, ha encontrado su lugar en esta ciudad magnética, donde cada día es una nueva historia por contar.
La electrizante Gran Manzanza
Nunca me ha gustado tener expectativas sobre los viajes, siempre terminan siendo mejor que cómo los imagino en mi cabeza. Este en particular estuvo rodeado de sorpresas e incluso me atrevería a decir que también tuvo su toque mágico.
Pisar el Aeropuerto Internacional John F. Kennedy, uno de los más grandes del mundo, me dejó impresionada. Finalmente estaba a punto de conocer uno de los lugares que había soñado visitar desde mi adolescencia. Era emocionante, sí, pero también intimidante sentir el peso de enfrentarme a algo tan inmenso y desconocido por primera vez.
El Aeropuerto John F. Kennedy (JFK) se encuentra a unos 26 kilómetros al sureste de Manhattan, un trayecto cuyo tiempo puede variar según el tráfico y el medio de transporte elegido. Generalmente, el viaje toma entre 40 minutos y una hora y media. En nuestro caso, tuvimos suerte: el recorrido hasta The Surrey, que sería nuestro hogar por un par de días antes de trasladarnos a Brooklyn, nos tomó apenas 50 minutos.
Este aeropuerto de EEUU fue nombrado el más transitado del mundo
Llegamos a The Surrey, un hotel clásico pero excepcional. La ubicación de The Surrey es inmejorable; se encuenta a poca distancia de icónicos museos como el Museo Metropolitano de Arte y Central Park, así como de tiendas de lujo y encantadoras calles arboladas.

Durante sus primeros años, The Surrey atrajo a una clientela exclusiva que buscaba un refugio de lujo y tranquilidad en una ciudad que comenzaba a consolidarse como una de las capitales culturales y financieras del mundo. La elegancia de sus instalaciones y la meticulosa atención al detalle lo convirtieron en un destino muy solicitado por la alta sociedad neoyorquina.
A lo largo de las décadas, el hotel ha experimentado varias renovaciones, pero siempre ha logrado mantener su aura de sofisticación y su carácter exclusivo. Adaptándose a las nuevas tendencias del diseño y la hospitalidad, The Surrey continúa siendo un símbolo de elegancia y exclusividad en el corazón de Nueva York.
Después de instalarnos rápidamente en nuestro hotel, nos dirigimos a ver Chicago en Broadway. Seria la primera vez que tomaría el Metro de Nueva York y mi primera vez en Broadway. Utilizar el Metro de la ciudad puede resultar un poco confuso ya que no funciona normalmente de extremo a extremo como en otros transportes públicos del mundo. Aquí las rutas se identifican y conectan por letras y números como A,B,C,1,2 y 3.



Para los viajeros habituales y locales, estas líneas son rutas familiares, con colores que facilitan su identificación. Se dividen en locales, que hacen paradas en cada estación, y expresas, que acortan el tiempo de viaje al omitir algunas paradas. Este sistema no solo transporta personas, sino que refleja la vida urbana de la ciudad.
Finalmente llegamos a nuestro destino: 219 W 49th St. Un enorme letrero con letras gigantes iluminaban la calle que se encontraba a unos metros de Time Square. Entramos al teatro y me dirgí a la taquilla a recoger nuestros accesos. Llegamos a nuestros asientos y nos sentamos (grandes lugares por cierto) y comenzó la función.
Después de casi dos horas y media de función salimos del teatro. Chicago es una de esas obras de teatro que tienes que ver al menos una vez en la vida; está llena de seducción teatral, música majestuosa y grandes actuaciones.
Estábamos hambrientos, después de un largo viaje lo único que queríamos hacer era llegar a nuestro hotel y descansar. De camino al Metro paramos en uno de esos carritos que hay por todo Time Square donde venden pretzels y banderillas. Pedí un pretzel, hubiera sido un error no probar la comida callejera de Nueva York, al final estaba en la ciudad que nunca duerme.
Un tour gastronómico por la Gran Manzana
Siempre he creído que una de las mejores maneras de conocer una ciudad o un país es a través de su gastronomía. Caminar por las calles de Nueva York es como adentrarse en un festín global, donde cada esquina ofrece un nuevo aroma y una promesa de sabores únicos. Desde un clásico bagel en un local de Manhattan hasta un matcha en unca cafetería en Brooklyn, la comida aquí no solo sacia, sino que también cuenta historias, como la de Zucker’s Bagels & Smoked Fish.
Zucker’s Bagels & Smoked Fish: Una joya culinaria
Este emblemático lugar cuenta con más de tres sucursales en Nueva York y es reconocido por especializarse en pescado ahumado y bagels. La historia de Zucker’s Bagels & Smoked Fish se remonta a 2006, cuando Matt Pomerantz se inspiró en las tradicionales tiendas de bagels y delis judíos que alguna vez proliferaron en Nueva York. Decidió recrear esa experiencia clásica con un toque moderno, utilizando ingredientes de alta calidad y técnicas tradicionales de preparación.
La técnica clásica es la clave para lograr la textura perfecta: un exterior crujiente y un interior suave con rellenos espectaculares. Nosotros probamos “Reuben”, uno de sus clásicos que fue una verdadera delicia. Tenía pastrami, cebollas caramelizadas y queso.
Una parada en Devoción: El arte del café colombiano
Antes de dirigirnos a Brooklyn, hicimos una parada en Devoción, una cafetería fundada por Steven Sutton, un empresario colombiano apasionado por el café. La misión de la marca es ofrecer una experiencia única para los amantes de esta bebida, al conectar a los clientes con la rica cultura cafetera colombiana.
Algo que me llamó particularmente la atención de este lugar fue no solo el diseño acogedor del interior, en contraste con el bullicio de Nueva York, sino también la meticulosa forma de llevar los granos colombianos a una taza aromática de café.
Los granos son cultivados en Colombia, donde las condiciones climáticas y el suelo son ideales para producir café de alta calidad. Devoción mantiene una relación directa con los agricultores, apoyando la producción local y garantizando un pago justo.
Una vez cosechados, los granos son procesados cuidadosamente para preservar sus aromas y sabores. El siguiente paso y uno de los más importantes y que hace única a su producción de café es la transportación. Los granos tardan aproximadamente 10 días en llegar a Nueva York donde son llevados a Brooklyn para llevar a cabo el tueste.
Devoción debutó en Brooklyn en 2014, estableciendo rápidamente su reputación por la calidad excepcional de su café y el diseño impresionante de su espacio. Más tarde, la marca expandió su presencia a Manhattan con la apertura de su tienda en el área de Flatiron, ofreciendo a los habitantes de la ciudad una nueva oportunidad para deleitarse con su distintivo café.
La misión de Devoción es simple: brindar a los clientes una experiencia de café que es tan fresca y auténtica como las tierras de donde proviene.
De camino a Brooklyn
No voy a negarlo: de mi visita a Nueva York, lo que más anhelaba era llegar a Brooklyn. Probablemente, esto se deba a la influencia de las series que marcaron mi adolescencia, como lo fue Gossip Girl. Amé estar en Manhattan y disfrutar de esa ubicación tan privilegiada; sin embargo, creo que Brooklyn posee un encanto que enamora incluso antes de conocer el distrito.
Nos transportamos de Manhattan a Brooklyn en Metro como unos verdaderos neoyorquinos. Si hay algo que realmente envidie ahora es el Metro de la ciudad. Este sistema de transporte te permite llegar a cualquier rincón y lo mejor es que está abierto las 24 horas del día, algo que por desgracia no ocurre en México.
Durante nuestra estancia en la ciudad, el Wythe Hotel en el vecindario de Williamsburg, Brooklyn, se convirtió en nuestra segunda casa. Este hotel, que anteriormente fue una fábrica, es un testigo viviente de la rica historia de Nueva York. Su encanto único y su ubicación en una zona tan dinámica hicieron que nuestra visita fuera inolvidable. Llegar y reconocerlo fue fácil.
Al llegar, te recibe un imponente letrero con letras iluminadas que exhibe el nombre del hotel. Al ingresar, lo primero que capturas es un elegante marco que resalta una estrella Michelin, lo cual significa solo una cosa: este hotel está entre los mejores del mundo.
El diseño del hotel, al igual que el barrio en el que se encuentra, tiene un aire marcadamente hipster. Desde el momento en que cruzas sus puertas, percibes un ambiente que combina lo moderno con lo industrial, creando un espacio tanto acogedor como innovador. Las paredes están adornadas con arte local que refleja el espíritu creativo y vibrante de la comunidad circundante.
Originalmente construido en 1901, el edificio que hoy alberga el Wythe Hotel fue en sus inicios una vibrante fábrica textil, reflejando la robusta actividad industrial de Nueva York a principios del siglo XX. Durante varias décadas, esta estructura fue el hogar de una próspera industria que simbolizaba el espíritu trabajador y el dinamismo de la ciudad.
En 2012, el edificio experimentó una impresionante renovación y fue transformado en el Wythe Hotel, marcando el renacimiento tanto de la estructura como del barrio que lo rodea. Esta transformación no solo devolvió la vida al edificio, sino que también revitalizó la comunidad, convirtiendo al hotel en un símbolo de regeneración y nueva esperanza para la zona.
Disfruté enormemente caminar por las calles de Brooklyn. A diferencia de Manhattan, que suele estar repleta de tiendas de diseñador, las calles de Williamsburg están rodeadas de escaparates mucho más locales y auténticos. Para mi sorpresa, y sin haberlo planeado, llegamos a Joe’s Pizza, una de las pizzerías más famosas del barrio, conocida por su aparición en la película de Spiderman. Créeme, ¡las pizzas son toda una delicia!
Esa noche, mientras regresábamos al Wythe Hotel, me di cuenta de que Nueva York no era solo un lugar en el mapa; era una experiencia, una sensación que permanece contigo mucho después de haberla dejado atrás. Guillermo tenía razón: Nueva York es ruda, pero también mágica. Es un lugar donde los sueños se entrelazan con la realidad en un baile interminable. Y aunque nuestro tiempo allí fue limitado, las memorias que creamos serán eternas.