Escondido a plena vista entre oficinas, sedanes empresariales y multitudes de traje, se encuentra el Four Seasons at Embarcadero, la segunda propiedad que la famosa firma hotelera posee en San Francisco.
Abierto hace unos pocos años, el hotel se encuentra en medio del Downtown de la ciudad, un área que solía estar dedicada casi exclusivamente a los negocios, pero que ha mutado desde la pandemia, con ofertas culturales y gastronómicas de lo más interesantes. Este cambio también se dio en los huéspedes de la residencia: en sus comienzos recibían solo a empresarios que visitaban por trabajo; hoy sus habitaciones se llenan de parejas y familias que disfrutan de sus vacaciones.
72 horas comiendo en San Francisco



Four Seasons at Embarcadero se encuentra en los pisos superiores del 345 California Center. Y cuando decimos superiores, no lo hacemos a la ligera: la ubicación privilegiada se combina con la altura de las habitaciones para dar las mejores vistas de toda la bahía, mires hacia donde mires. Desde mi cama -y cuando la niebla típica de la ciudad lo permitía- se veía el Golden Gate Bridge en todo su esplendor. Desde el baño, en cambio, tenía una primera plana de la Pirámide Transamérica, casi al alcance de la mano.
No hace falta explicar demasiado el nivel del servicio en el hotel: la firma Four Seasons asegura lujo en todas sus residencias. Una cama que te atrapa, batas de baño sedosas, una bañera gigante para sumergirse en burbujas perdiendo la mirada en las luces de la ciudad durante la noche. El compromiso y la amabilidad de absolutamente todo el equipo también es destacable y termina de elevar la experiencia.

No hay piscina pero sí un centro de fitness con todo lo que uno podría desear para entrenar. O al menos así lucía porque, si soy sincero, sólo pasé a mirarlo. Sí puedo hablar de otra de las ofertas de Embarcadero: Orafo, el restaurante del hotel.
Comencé en la barra, como corresponde. Los bares de hotel tienen una magia especial y este no es la excepción. Orafo toma inspiración en platos clásicos italianos utilizando los productos increíbles que ofrece la bahía. En la coctelería, eso se traduce a una cosa: amaros. Hay una sección de la carta especialmente dedicada al Negroni, con opciones clásicas y otras más osadas, que podrían llegar a convencer hasta a los puristas. Para quienes el amargor no sea el camino, ofrecen cócteles de autor de todos los estilos, con todas las bases alcohólicas.


En las mesas sigue el lujo y el respecto al producto. Pulpo tiernísimo, sopas con mariscos, cangrejo local, pastas amasadas in house y carne aprobada por un paladar argentino. En los platos hay detalles y vueltas de tuerca, pero siempre gana la simpleza. Como debe ser, cuando la inspiración es italiana. La carta de vinos es otro hit, con clásicos de las apelaciones más famosas de Italia, pero también joyas poco comunes, como un naranjo del Friuli con crianza biológica. Otra vez, el servicio es impecable: está presente cuando se lo necesita, sin apariciones redundantes que terminan empalagando.
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El desayuno del hotel también se disfruta en Orafo. No hay un buffet interminable, se pide a la carta. Una alternativa menos vistosa pero mejor para quienes veníamos explotados de comida los últimos días.