Guía de Barrios: Villa Crespo y Chacarita
Actividad frenética junto a los hornos de piedra de Chuí, que basa su carta en comida vegetariana con inspiración asiática. Foto: Luis Meyer

“Los argentinos siempre estamos luchando contra los elementos, es nuestro sino”. Javier Cortese, mi guía, enuncia una de las frases más repetidas en este país del cono sur. Contrasta, sin embargo, con la deslumbrante postal que presenta hoy en día Buenos Aires. Me he encontrado una ciudad luminosa, segura, limpia, en la que sus habitantes recorren altivos la Avenida 9 de julio, la de Mayo, la Libertador, Rivadavia, o la peatonal Florida. Es justo la semana de antes de las elecciones presidenciales (cuando este artículo se publique, el candidato ganador llevará ya un mes gobernando el país), y no se habla de otra cosa. “Somos expertos en política económica, no nos queda otro remedio” añade Cortese. 

No estamos en ninguna de esas grandes avenidas que he mencionado antes. Le he pedido que me muestre el Buenos Aires soterrado, ese que bulle discretamente, en el que las nuevas tendencias están a punto de explotar. Por eso me propone recorrer Villa Crespo y Chacarita, dos barrios colindantes que triangulan con Palermo, que ya tuvo su ‘boom’ gentrificador hace años. Se encuentran en ese momento dulce en el que un barrio mantiene su tradición al tiempo que empieza a acoger nuevas propuestas, gastronómicas y culturales. En un goteo persistente, esta zona obrera atravesada de casas bajas empieza a llenarse de gente joven con nuevas ideas. 

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Luis Meyer

Empezamos nuestro recorrido a la hora de comer, por eso paramos en Chuí (Loyola 1250). Hasta hace pocos años, el terreno donde hoy se encuentra este restaurante, considerado una de las experiencias gastronómicas del momento -sirven hasta 300 cubiertos al día-, era tan solo un solar baldío junto a las vías del tren, en el límite entre Villa Crespo y Chacarita. Pero todo cambió cuando el Gobierno de la ciudad levantó un viaducto y liberó grandes superficies que pasaron a albergar restaurantes y bares, reconvirtiendo al barrio, históricamente residencial, en una zona culinaria de moda. 

La propuesta, basada en vegetales y hongos en un país donde la carne forma parte de su cultura, es audaz; y el espacio, abierto, es una suerte de vergel rodeado de estructuras fabriles. 

Saboreo una focaccia de masa madre ahumada, paté de hongos con crujientes rabanitos, y el tartar de remolacha con alioli cítrico y un punto de siracha, mientras converso con Kenyi Heanna, el chef, que tierne raíces hawaianas, asiáticas y argentinas. 

“No trabajamos con proteínas animales por una cuestión medioambiental, todos nuestros productos son orgánicos, vegetales y hongos, y por supuesto respetamos la estacionalidad”. Heanna constata que la zona está cambiando mucho. “Está en un gran momento gastronómico, se están abriendo muchísimos lugares por acá. El auge de Palermo ya está amortizado, y nuevos locales se están expandiendo a Villa Crespo y Chacarita”. 

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Luis Meyer

Javier me propone pasear por Villa Crespo, y en la Plaza Gurruchaga visitamos el mural del artista urbano Martin Ron, un retrato de Paquita Bernardo (la primera mujer que en estas tierras se animó a empuñar un bandoneón) compuesto por cientos de pequeñas fotografías enviadas por los vecinos del barrio. Cerca de allí, un antiguo convento de monjas clarisas ha sido reconvertido en modernas galerías de arte, tiendas y una cafetería de autor. Caminamos hasta el Mercado de Villa Crespo, y dentro, uno tiene la sensación de estar en los aledaños de alguna avenida tokiota. Recalamos en Revolver (Malabia 1150), la tienda de ropa convertida en epítome de la modernidad bonaerense. 

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El mural del artista urbano Martin Ron está compuesto por cientos de fotografías de los vecinos de Villa Crespo. / Crédito: Luis Meyer
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La tienda de ropa Revolver es el epítome de la modernidad en Buenos Aires. / Crédito: Luis Meyer

Al día siguiente, quedamos en Central Newbery (Jorge Newbery 3599), ya en Chacarita, la galería de arte más grande de la ciudad, liderada por el arquitecto y artista plástico Eugenio Ramírez. Durante años fue el propietario del bar El Taller, un icono de la bohemia de los 90. “Llevo aquí 11 años, y sin duda, el barrio está rejuveneciendo”, me dice en un amplio espacio invadido de pinturas, esculturas e instalaciones. “Ahora el Gobierno de la ciudad quiere levantar altos edificios acá, que nos dejarían sin luz y masificarían la zona; por suerte, la gente joven nos ayuda en la lucha para impedirlo”, me dice, combativo. 

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El artista Ladislao Magyar junto a una de sus obras en la galería Central Newbery. / Crédito: Luis Meyer

De allí vamos a Allegra (Olleros 3891), un restaurante y vinoteca. Hablo con una de sus fundadoras, Lorena, en este esquinazo que antes había sido un almacén. Tienen más de 250 etiquetas de tintos, blancos, rosados, naranjos y espumantes: “El barrio sigue creciendo como polo gastronómico.”

Decido sumergirme en la cara más tradicional de la zona. Recalamos en la Fábrica de churros Olleros (Olleros 4167), abierta desde 1963. Son crujientes por fuera y casi melosos por dentro, inmensamente dulces pero en el punto exacto para no empachar. “Agua, harina, aceite y sal”, me resume el obrador. “Eso es todo: la clave está en el tiempo de cocción”. 

La librería Falena (Charlone 201) se volvió viral por un video de TikTok: alrededor del patio de una antigua casonase se extienden amplias estanterías y zonas de recogimiento con confortables sillones para sentarse y leer. Marcela Giscafré, su propietaria, decidió dejarlo todo y montar la librería. Es licenciada en matemáticas. “Los números son también lenguaje”, aclara. Caminamos al Museo fotográfico Simik (Federico Lacroze 3901). Su fundador, Alejandro, me dice que antes era una sala de billares, “pero esto siempre atrae delincuencia”. Por eso decidió verter en el local su pasión por la fotografía, y convertirlo en una cafetería museo. Hoy expone cientos de cámaras antiguas, algunas de hace más de dos siglos, muchas donadas por los vecinos. “Mi siguiente proyecto es abrir un museo del cine el año próximo”, me adelanta. 

Atardece, y Javier me propone tomar un coctel. Vamos a Punto Mona (Fraga, 93), un elegante bar creado por la visionaria Mona Gallosi, una de las figuras más destacadas en la mixología argentina. Primero accedemos a un patio donde una dj pincha una electrónica reposada. Al fondo, corremos una cortina y se abre ante nosotros un impresionante speakeasy que me recuerda a los locales más exquisitos de Nueva York. La encargada, me aclara: “Ofrecemos comida y bebida, pero también a precios razonables; queremos que los vecinos de toda la vida también disfruten de la modernización del barrio”. Y ese es justo el espíritu de Villa Crespo Y Chacarita, y un reto ante la ola gentrificadora: abrazar los nuevos tiempos, sin dejarse por el camino su larga tradición vecinal.

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En el patio de Punto Mona siempre suena una relajada música electrónica. / Crédito: Luis Meyer