Una escapada de fin de semana (extra largo) a Mar del Plata
Simón Mayer / Istock

La nostalgia nos hace viajar. Y para muchos, Mar del Plata es justamente eso: una ciudad nostálgica. El recuerdo de vacaciones familiares, aroma a medialunas recién horneadas, el sabor de una fritura de mar -algo aceitosa- cerca del agua, los gritos y peleas en medio de un partido de tejo. La Feliz es el destino veraniego por excelencia de los argentinos.

Bueno… este no fue el caso. Mis veranos pasaron del otro lado del charco, en la paz de un Este fuera de temporada. Visité nuestra ciudad costera algún invierno, hace siglos, pero debe haber pasado desapercibida, porque no la recordaba en absoluto.

Fue su rebrote gastronómico el que me llamó a volver. Los comentarios de colegas con paladares que no perdonan o las visitas constantes de cocineros porteños, maravillados con el producto marplatense y su tratamiento. Así que lo decidí. No podía pasar un día más sin volver a Mar del Plata. Tenía que descubrir por mi cuenta lo que todos ya habían encontrado. 

Día 1

Salimos un viernes laborable, vísperas de fin de semana largo. Una reunión a la mañana y directo a la ruta. Estábamos preparados para lo peor, el famoso -e infame- caos en el camino a la costa cuando llegan los feriados. Para nuestra sorpresa, el trayecto fue rápido y fluido. Llegar a Mar del Plata es bastante sencillo, cuatro o cinco horas en auto, un par más en bus o varias extra en tren, si es que consiguen boletos.

Hay paradas clásicas en el medio, como La Atalaya con sus medialunas, y otras más modernas, como un cafecito de especialidad a la altura de Castelli. Las obviamos, sólo nos detuvimos por unos minutos en una estación de servicio, porque a veces la biología gana y te cobra los termos de mate que bebiste en el trayecto.

Entramos a La Feliz por una avenida gigante, mareados entre tanta rotonda. A medida que nos acercábamos a la costa, aumentaba la emoción. Ya se escuchaban las olas rompiendo, por la ventana se colaba el aire fresco con olor a sal. Llegamos al Airbnb a la hora estimada, dejamos los petates desparramados por ahí y salimos rápido a comer algo.

Mar del Plata nos recibió con un clásico de clásicos: Parrilla Perales. Una esquina icónica que se mantiene inmutable desde 1960: su entrada -impoluta- con azulejos de la época, su salón típico de bodegón argentino y los cuadros en las paredes que muestran hitos de los casi setenta años del restaurante. La especialidad de la casa es el lechón a la parrilla, así que por eso fuimos. Cuero crocante, carne jugosa, grasa que se deshace en la boca. Lo acompañamos con otra institución argenta, un Etchart Privado torrontés. Flan mixto para terminar y salir, corriendo nuevamente, a la próxima parada.

En Cava Federal nos esperaba Juan Rodríguez, uno de sus dueños y compañero de la carrera de sommelier. Nos sorprendió la cantidad de gente que había en el bar de vinos (en especial porque, ese viernes, todo se veía bastante vacío) pero Juan nos aseguró que “eso no era nada”. Claro, a medida que pasaba el tiempo, entraban más y más seres. Pronto las mesas del patio desaparecieron, como por arte de magia, y la música aumentó en volumen.

Probamos un Inseparable de Perse, Malbec fantástico de Monasterio, en Valle de Uco; y el vino de la casa, un blend de Malbec y Cabernet Franc, hecho por Pablo Ricciardi, también excelente (y más apto para todo público). La selección de Cava es bien interesante para quien quiera aprender de la historia del vino argentino. Hay etiquetas icónicas y otras menos conocidas, algunas verticales y añadas especiales.

Ya con tres botellas de vino encima deberíamos haber parado, pero Juan es un anfitrión muy generoso, y teníamos que probar algo de la coctelería. Bueno… algo. Tragos de la casa, como para evaluar la creatividad de los bartenders y un par de clásicos, Dirty Martini y Boulevardier, para no perder la costumbre. Terminamos con Fernet y Cognac, porque por qué no. 

Día 2

Amanecimos sorprendentemente íntegros, aunque tarde. Salimos a caminar, a empaparnos de la ciudad. Tuvimos suerte nuevamente, el día estaba precioso. Recorrimos un par de plazas hasta llegar a la costa, café y medialuna por medio. Inevitable el NH Gran Hotel Provincial, en uno de los edificios más importantes de la ciudad. Dentro, escaleras caracol que parecieran no tener fin y los murales de César Bustillo, en los que personajes míticos reciben a huéspedes y curiosos que entran a chusmear. 

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Simon Mayer / Istock

Siguió la caminata por la rambla, llena de gente paseando o haciendo ejercicio. A pesar del fresco, la playa estaba llena y hasta había gente metida en el agua. Pasamos por muelles, vendedores ambulantes, músicos callejeros, lobos marinos y hasta una estatua de Lupa, Rómulo y Remo. Claro que los ojos se iban al mar, de un azul intenso y poco usual en nuestras cosas, pero también a las casas que lo lindan. Una más alucinante que la otra, históricas y bien mantenidas. 

Se empezó a notar que era sábado cuando llegamos al centro. Las plazas estaban repletas de niños jugando, las calles inundadas de gente circulando, entrando y saliendo de tiendas variopintas. Pasamos por los teatros y vimos en sus carteleras inmensas el portfolio de espectáculos que la ciudad -aún fuera de temporada- tiene para ofrecer.

Cuando nos dimos cuenta, ya era hora de salir a cenar. Llegamos a Sarasanegro, el restaurante de Patricio Negro y Fernanda Sarasa, pioneros de la nueva gastronomía marplatense. Comenzaron hace veinte años a mostrar técnica y producto a un público con poco interés. Dos décadas más tarde -y mucho esfuerzo mediante- son un nuevo clásico de la ciudad, referentes de la cocina de Mar del Plata. Nos recibió Fernanda, y nos hizo el tour completo: la cava imponente, con joyas que han sabido guardar durante los años; el patio, con una barra y mesas, donde hacer sobremesa; la panadería del frente y la cocina, a todo vapor. 

Ya en la mesa, el servicio fue impecable. Pescado de todo tipo, en toda presentación: charcutería, crudos y cocidos. Un maridaje preciso y poco esperado, que incluyó unas copas de Federico López de la añada en que nací, emocionante. Uno de los obligados de la casa es el carro de quesos y dulces, que llega a la mesa para elegir in-situ. Díficil escoger cuando todo está tan bien.

De Sarasanegro a Tikibar, otro nuevo clásico marplatense. El bar de Matías Merlo se convirtió en referencia de la coctelería argentina por fuera de la ciudad de Buenos Aires. Y quien no lo conozca por su barra, seguro lo haga por sus vasos: íconos de La Feliz hechos vajilla. Probamos varios cocteles, todas creaciones o reversiones de la casa, una mejor que la otra. ¿Favorito? Un negroni de perfil floral, con vermut bianco y manzanilla.

Día 3

Otra vez empezamos tarde pero… bueno, las vacaciones llevan a eso. Agarramos el auto, pasamos a buscar unas medialunas (a Sao, muy buenas) y salimos para Chapadmalal, un pueblito costero muy pintoresco a unos minutos de la ciudad. Paseamos por sus calles, repletas de casas de campo con varios años encima, intercaladas por construcciones modernas impresionantes. 

Intentamos almorzar en Luna Roja, un parador recomendadísimo sobre la playa, pero no teníamos reserva y, con el día increíble que hacía, estaba estallado. Terminamos en Baibai, un cafecito cercano. Comimos rico, con buen servicio y hasta música en vivo. 

De vuelta en Mardel, visitamos Villa Victoria, la mítica residencia de la aún más mítica Victoria Ocampo, escritora, editora, filántropa y mecenas (la lista continúa ad infinitum) argentina. La entrada es accesible y la casa está muy bien mantenida: hay una exposición permanente que relata la historia de Victoria y otras que van cambiando. Nos tocó una muestra de fotografía de Eduardo Comesaña, que me encantó.

Cayó el sol y apareció el hambre. Por suerte, a la noche sí teníamos reserva, y en qué lugar. Mar Cocina Suratlántica es el nuevo restaurante del Hotel Costa Galana, ideado por el gran Pedro Bargero. La experiencia de Mar es imperdible: desde la ambientación imponente, hasta la coctelería y los platos, atinadísimos. Tuvimos el privilegio de coincidir con Pedro, que normalmente está en Buenos Aires. Nos contó sobre su visión y nos diseñó un menú para que probáramos un poco de todo. Snacks, entradas, principales y postres. La identidad bonaerense -no sólo marplatense- se ve clara y orgullosa en cada plato. Recomendar alguno es una tarea compleja, pero el tartare, las aletas y las vieiras (¡con guanciale de pesca!) estuvieron gloriosos.

Día 4

Feriado con sol y fresco. El día pedía a gritos un brunch y a eso fuimos. Dinette es una esquina chic de cocina francesa. Te recibe un mostrador soñado de ítems pasteleros, uno más lindo que el otro. Comimos algunos platos salados y contundentes, un flan parisino excelso y un par de cafés, muy ricos. 

Quería ir al Museo Municipal de Ciencias Naturales, pero cerraba temprano y no llegamos. Así que decidimos hacer lo que se debe en cualquier viaje: descansar por un rato. Juego de mate listo, un par de libros, abrigo para la caída del sol y directo a la playa. Encontramos unas piedras divinas para tirarse y allí pasamos un buen rato, hasta que el frío y el hambre nos ganaron.

La última comida nocturna de Mar del Plata fue en Lo de Fran, el restaurante de puerto de Francisco Rosat. Cocina de mar sencilla y sabrosa, con productos que no podrían ser más frescos si lo intentaran. Nuestra comanda incluyó un tiradito de pesca blanca -formidable-, chipirones a la plancha con pimentón y un arroz con socarrat y frutos de mar. Para maridar, un Cadus Naranjo, que se lleva bien con todo.

Día 5

El día del regreso. Pero antes, un poco de trabajo remoto. Reuniones por Zoom, Whatsapps que van y vienen, alguito de estrés. Para salir a la ruta contentos, hicimos despedida en Furia Puro Fuego, otro restaurante de la dupla Sarasa-Negro. En el rooftop de un edificio céntrico, con vistas a toda la ciudad. Claro que comimos pescado, crudo y cocido, y alguna otra cosita más, como un flan de dulce de leche hiper cremoso. 

La retirada de Mar del Plata no fue tan entusiasmante como la entrada, naturalmente. Fue dejar atrás las olas, el aire puro, las plazas verdes; cambiarlo por rutas grises, llenas de niebla y una llovizna hartante. Quedaron miles de pendientes, ítems que no llegamos a tachar de la lista y otros tantos que ni siquiera habíamos anotados. Finalmente entendí lo que le pasa a todos con La Feliz: seduce, convoca, enamora. Habrá regreso, y más pronto que tarde.