
En un mercado donde abundan los vinos correctos, encontrar uno que emocione genuinamente es un milagro. Sin embargo, Vilano 57, de Bodegas Vilano, es uno de esos «rara avis», una experiencia gastronómica que brilla con luz propia. Ha conquistado vinotecas, tiendas gourmet y grandes superficies como El Corte Inglés —que lo coronó como el mejor Ribera del Duero del mes de junio—, y ha logrado algo aún más difícil: dejar huella.
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Este vino es un homenaje a 1957, año en que nació la bodega en la pequeña localidad burgalesa de Pedrosa de Duero, y a las manos que plantaron los viñedos que lo producen. Se trata de una excelente añada que honra su origen con elegancia, equilibrio y profundidad.

En nariz se impone con naturalidad: fruta negra madura, notas balsámicas, un leve eco mineral que evoca la tierra áspera y luminosa donde nace. En boca es directo y largo, con taninos pulidos, frescura precisa y una acidez vibrante que invita a seguir. No abruma. No imposta. Acompaña y seduce. Como los grandes vinos, sabe retirarse en el momento justo, dejando un recuerdo limpio y persistente.
El coupage —Tempranillo, Cabernet Sauvignon y Merlot— está trabajado con la precisión de un orfebre. Cada variedad se recoge a mano, seleccionando racimos en su punto exacto, y se cría durante 14 meses en barricas de roble francés procedentes de pequeñas tonelerías. Pero lo que realmente distingue a Vilano 57 no es su ficha técnica, sino su capacidad para contar una historia. Y conmover con ella.
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Aplaudido por la crítica
La crítica ha sido rotunda. Miquel Hudin, una de las voces más respetadas del vino europeo, le ha otorgado 94 puntos, destacando su equilibrio, complejidad y capacidad de emocionar. El diario La Razón lo ha definido como “una leyenda nacida en Ribera del Duero”. Palabras mayores que Vilano 57 sostiene sin alardes, con la humildad de quien sabe que la excelencia está en los detalles.
Vilano 57 no es un vino para grandes gestos. Es para cenas íntimas, para conversaciones sin prisa, para una carne al punto o un queso curado que pide pausa. No necesita una ocasión especial: la crea. Y quien lo prueba, repite. No por inercia, sino porque ha encontrado en él algo que escasea: autenticidad. Te transporta, te envuelve, te dice al oído que el tiempo puede detenerse si hay una buena copa sobre la mesa.

Estas características, en un mercado saturado de etiquetas, premios y discursos vacíos, son el mayor elogio posible. Porque Vilano 57 no aspira a ser el mejor vino del mundo. Solo quiere ser el que no se te va de la memoria. Y lo consigue.