Tenerife: la tradición como bandera
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La historia vitivinícola de Tenerife se remonta a un pasado bien pasado, aquel de navegantes, piratas y grandes embarcaciones. Ya las Cortes de Madrid conocían, en el siglo XVI, las bondades del vino canario y su popularidad creció entre los aficionados de la bebida. Tal fue la expansión que, no mucho después, escritores y poetas plasmaban en su prosa las bondades de la embriagante Malvasía desde sus aposentos londinenses.

Cientos de años más tarde, la locura por los vinos de las islas resurge. No es casualidad, la tendencia mundial de consumo se vuelca hacia la búsqueda de estilos ancestrales, aquellos que tienen una identidad propia y única. Encontrar joyas quedadas en el tiempo y volverlas objetos de culto, etiquetas codiciadas en nichos enófilos.

Y para esto Tenerife es el lugar ideal. La isla más grande del archipiélago canario supera los 2 mil kilómetros cuadrados, en los que se encuentran los biomas más diversos que puedan cruzarse por la imaginación. ¿Playas? Sí. ¿Bosques? También. ¿Montañas nevadas? Por qué no. Más allá del atractivo turístico que esto representa, permite la elaboración de vinos bien diversos. Blancos frescos y bebibles en las regiones cálidas, tintos con mayor complejidad en las alturas.

La geografía variada suma una arista más: sus suelos volcánicos. La isla es hogar del Volcán Teide, el punto más alto de toda España. Siglos de geología imprimieron en los suelos de Tenerife una impronta volcánica inconfundible. Rocas, cenizas y minerales que dan carácter a sus vinos y los diferencian de cualquier otra región.

La producción de vinos tinerfeña (ese es el gentilicio, sí) tiene otra particularidad: quedan pocos lugares en el mundo con tantos varietales ancianos. Europa sufrió en el siglo XIX una atroz destrucción de viñedos a causa de la filoxera, un insecto voraz que carcome las raíces, destruyendo las plantas. Cientos de viñedos perdidos y con ellos, varietales regionales. Las Canarias se encuentran alejadas del continente, firmes y estoicas perdidas por el Atlántico, por lo que sus vides ni se enteraron de la existencia de la plaga temible. 

Los varietales

Las uvas canarias son bastante particulares. En las islas, las clásicas españolas -tempranillo, garnacha, airén o albariño- quedan de lado, opacadas por varietales autóctonos. Quizás el ejemplo más importante sea la Listán Negro (o listán prieto, como deseen llamarla), una uva mediana, bien oscura y carnosa, que da tintos ligeros, con mucha fruta y algo de especias. La listán viajó a América de la mano de colonizadores españoles, instalándose de maravilla al sur del continente. Hoy es conocida como país en Chile o criolla chica en Argentina, donde además dio origen a la variedad de bandera: la torrontés.

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parrales en tenerife, islas canarias. istock

Las blancas isleñas son aromáticas, expresivas y minerales. Dependiendo de la zona en la que sean plantadas darán vinos frescos y simples o corpulentos y complejos. La Listán Blanco reina en toda la superficie de Tenerife, pero otras cepas como la Malvasía o Marmajuelo son vedettes importantísimas.

Las denominaciones

Fiel al estilo Español, la geografía vinícola de Tenerife se divide en cinco denominaciones de orígen -DO-, que regulan la calidad de sus vinos a través de reglamentaciones sobre varietales y formas de producción.

DO Abona es la más mediterránea de las denominaciones. Recorre la costa meridional de la isla, con altitudes que van desde los 300 hasta los 1700 m.s.n.m. Producen mayoritariamente blancos de listán, algo de rosados y algún que otro tinto.

Siguiendo para el este, aún por la costa sur, se encuentra la DO Valle del Güimar. Las alturas también varían y las vides son besadas constantemente por los vientos salinos del océano. Producen todo tipo de vinos blancos (secos, dulces, semisecos, espumosos) y buenos tintos de maceración carbónica, frescos y mega frutados, para consumo rápido. 

DO Ycoden-Daute-Isora, la punta noroccidental de Tenerife, está formada por nueve municipios de vasta tradición vitivinícola. Sus suelos de roca volcánica y cenizas ídem imparten una personalidad única a los vinos de la región. Los blancos de marmajuelo y malvasía son deliciosos, complejos y salinos; pero no dejaría de probar los tintos de listán negro, tal vez la expresión más interesante del varietal.

Parrales que bajan hasta el mar en parrales infinitos, un paisaje soñado que exhibe la DO Valle de la Orotava. Sus vinos son típicos de climas marítimos, blancos frescos, de buena acidez, para beber jóvenes. La listán y malvasía comparten protagonismo con otras menos conocidas, como la gual, verdello y vijariego.

Cerramos el quinteto de la mano de la DO Tacoronte-Acentejo, la más viejita de todas en Canarias. Es la zona más plantada del archipiélago y es común que realicen blends para sus vinos blancos y tintos. Dato curioso, las botellas de esta denominación salen con un escudo grabado en los hombros. Inconfundible. 

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Con la tradición y el orgullo por la tierra como bandera, Tenerife ha resistido añares sin modificar sus prácticas vitivinícolas. Describir el fruto de este trabajo, tan particular, tan único, resulta casi imposible. Por eso tomo prestado un renglón de una de las mejores plumas de la historia, William Shakespeare, que escribió en una de sus obras “Canarias, vino maravillosamente penetrante y que perfuma la sangre”.