Hotel de la Ville: duerme en un palacio del siglo XVII
Cortesía Hotel de la Ville

La Piazza di Spagna es uno de los puntos turísticos más transitados de la capital italiana. Una bella fuente, tiendas de lujo, una -de las no tantas- estaciones de subterráneo y una de las escalinatas más despampanantes del mundo. Subiéndolas, la iglesia Trinità dei Monti mira la ciudad desde las alturas. A apenas unos pasos, sobre la icónica Vía Sistina, uno de los hoteles más especiales de Roma: Hotel de la Ville.

El palazzo del siglo XVIII ya albergaba figuras importantes y nobiliarias en sus visitas a Italia, pero recién en la década del ‘20 fue catalogado oficialmente como un hotel. El éxito estaba asegurado: la ubicación, céntrica pero no caótica, permite llegar a cualquier punto de la ciudad a pie en pocos minutos. En 2019 se sumó al portfolio de la firma Rocco Forte Hotels, que colecciona propiedades excepcionales a lo largo y ancho de Europa.

Tras una reforma respetuosa a cargo del arquitecto Tommaso Ziffer y la diseñadora Olga Polizzi, el Hotel de la Ville mantiene la identidad centenaria del edificio, trayéndola al presente con toques contemporáneos. En el diseño de las habitaciones y suites -104 en total-, pasillos y salones, hay osadía, espíritu lúdico, una explosión de color. La sutileza no abunda, pero sí el buen gusto.

 - Hotel de la Ville: duerme en un palacio del siglo XVII
cortesía Hotel de la Ville

En el quinto piso, un portón de rojo eléctrico me separa de mi habitación. La cama, enorme, ocupa gran parte de ella. Adentro también hay color: verdes, celestes y violetas. Son más calmos, no chillan. Un ventanal ofrece vistas panorámicas de la ciudad, los edificios icónicos saludan desde lo -no tan- lejos. En una mesita hay una carta de bienvenida, un par de botellas de agua mineral y un plato con las uvas más dulces que probé. No duraron mucho.

En el baño se pierde el color, gobierna el mármol por doquier. Pisos, paredes, ducha y bañera. Las amenidades de Irene Forte (mismo nombre del spa, del que ya hablaré) son una delicia y las batas, parte esencial de cualquier estadía que se precie, comodísimas.

La experiencia Hotel de la Ville no se limita a las habitaciones, aunque después de un día largo de caminata romana, esa cama se vuelve aún más atractiva. El spa Irene Forte es una visita obligada para quien se hospede en la propiedad. Grande, completo, relajante. Cuenta con un cuarto de sal (que me hizo descubrir la haloterapia), sauna seco y húmedo, duchas, tratamiento de hielo y una habitación con sillones calefaccionados para terminar el recorrido. Hay un menú de masajes y otros tratamientos, para el que quiera sumar algo especial. También cuentan con gimnasio muy completo, por si a alguien le parece poco recorrer a pie todo el día. No fue mi caso. 

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cortesía irene forte spa

La oferta se completa con una propuesta gastronómica sólida. Cielo, un imponente bar en la terraza, cuenta con vistas panorámicas imperdibles. Con Spritz o Negroni en mano, es el lugar ideal para presenciar los atardeceres romanos. Para cenar, me gustó mucho Café Ginori, un espacio ecléctico creado en colaboración con la marca de porcelana italiana Ginori 1735. Abren todo el día y ofrecen platos frescos, sin complicaciones innecesarias ni tampoco obviedades aburridas. Disfruté especialmente una ensalada de alcauciles (o alcachofas, como prefieran llamarle) en láminas crudas, con mucho limón y aceite de oliva. Al final del día, de eso se trata la cocina italiana, del producto.

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cortesía cielo terrace bar – hotel de la ville

Probablemente, la parte más importante del Hotel de la Ville -como siempre en la hospitalidad- sea el recurso humano. Cálido, profesional pero cercano, determinado a ofrecer el mejor servicio posible. A veces, incluso más.