The Inn at Newport Ranch: un mágico hotel en Mendocino, California
Cortesía The Inn At Newport Ranch

Queda muy mal decirlo, pero en esta industria perdemos un poco la capacidad de sorprendernos. Vivimos experiencias fantásticas con una regularidad envidiable y eso genera que uno se (mal)acostumbre. Pero también significa otra cosa: cuando algo nos sorprende de verdad, es porque es mágico. Exactamente eso me sucedió con The Inn at Newport Ranch en Mendocino, California.

Llegar a Newport no fue rápido, pero sí muy bello: desde Anderson Valley tomé la ruta de montaña que atraviesa el Navarro River Redwoods State Park, un bosque frondoso de secuoyas centenarias, altísimas. El camino es sinuoso, con curvas cerradas que se repiten in aeternum y te hacen sentir como Colapinto. Puede llegar a ser estresante para conductores más novatos, pero las vistas durante toda la ruta son impresionantes y valen la pena. 

Hice dos paradas que recomiendo. Russian Gulch State Park, con senderitos hermosos por el medio del bosque y unas vistas imponentes de la costa californiana; y los jardines botánicos de Mendocino, un espacio con sectores bien variados, para todos los gustos: a mí me encantó la huerta de vegetales.

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cortesía the inn at newport Ranch

Unos minutos de ruta más tarde, llegué a mi destino. Sin GPS, probablemente lo hubiera pasado por alto. Es que The Inn se encuentra en una finca de casi 900 hectáreas, con campos de pastoreo, kilómetros de costa y un bosque gigante, donde se conservan especies nativas. De hecho, una de las experiencias más interesantes para hacer en la propiedad es un recorrido en todoterreno -con picnic incluído- para descubrir sus mejores rincones. Es difícil elegir un favorito.

En comparación, el hotel parece pequeño. Es cálido, sobrio, y no perturba a la visual natural tan fantástica. En el restaurante, donde se desayuna, almuerza y cena, reinan las vistas al Pacífico y la chimenea, encendida los días más frescos. Algunas habitaciones se encuentran en el mismo edificio; otras, por fuera, a unos pocos pasos de distancia.

Allí estaba la mía: la Groove Suite. Y decirle habitación es un poco ofensivo porque, por dimensiones y comodidad, se asemeja más a una mansión. Aloja hasta cuatro personas, en dos cuartos grandes con baño propio y ventanas por doquier. Tiene cocina completa, por si alguien quisiera cocinar y un estar bien amplio, con sillones que dan a una pequeña chimenea. Afuera, el deck de madera tiene vistas al Océano Pacífico y un jacuzzi amplio desde donde ver el atardecer caer. 

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cortesía the inn at newport Ranch

Ya con el sol puesto, volví caminando al edificio principal, donde me esperaba un banquete opíparo. Cinco pasos donde ingredientes locales brillaban sin modificaciones excesivas, con aportes sutiles y un aire técnico japonés que recorría la carta entera. Vegetales de la huerta, pescados, carnes varias; todo manejado con mano maestra. El premio se lo llevó el postre -incluso para mí, detractor de los dulces-, una crème brûlée de candy cap, un hongo salvaje con gusto a caramelo especiado. Una delicia.

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cortesía the inn at newport Ranch

La vara estaba alta y el desayuno no decepcionó. Frutas, yogurt, huevos, panceta casera, panificados y hasta un plato de polenta soberbia, con hongos asados; una bomba de umami. Con una taza de café volví a mis aposentos a cerrar las valijas. Sí, al día siguiente. Sí, pude quedarme una sola noche. Sí, fue demasiado poco. Pero la despedida, con la propiedad perdiéndose en el retrovisor, fue menos triste de lo que pensaba: en algún momento volveré a aquel pedazo soñado de tierra.