Auroras boreales: los espíritus del bosque

Una vida entre montañas de nombres indescifrables; el día a día en tierra salvaje; una prueba continúa de resiliencia y el contacto más sublime con la naturaleza (el que te hace sentir escalofríos), esto ofrece el territorio de Yukón, en la frontera con Alaska, que atraviesa el Círculo Polar Ártico (y auroras boreales, por supuesto).

¿Quién estaría dispuesto a elegir este sitio, uno de los más fríos del planeta (que alguna vez llegó a -63°C), como su hogar? Alguien que busca oro, como cuando ocurrió el Gold Rush, o a los espíritus del bosque. Sandra Peña pertenece al segundo grupo. Hace 25 años dejó su natal Xalapa, para vivir en Whitehorse, donde habita casi el 75% de la población de Yukón, unas 23 mil personas. La acompañó el misticismo mexicano y se identificó con los pueblos indígenas del norte de Canadá, para quienes las luces en el cielo, lejos de tener una explicación científica, representan un reencuentro con los ancestros.  

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Sandra Peña

Conocí a la fundadora de Nomada Excursions un lunes en el Southern Lakes Resort, donde me estaba hospedando junto a un grupo de mexicanos a los que ya considero mis amigos; el frío extremo (los -24°C que llegamos a experimentar) te une, te hermana, te llena de anécdotas, en las que ahondaré más adelante, como una que incluye un coctel con un dedo de pie humano. 

Era casi medianoche y estábamos listos para salir a “cazar auroras”, no imaginé que realmente sería una experiencia del tipo “storm chasing” (al menos por lo que he visto en películas). Con una guía todoterreno que lleva en la cajuela repelente para osos, pero también café, té de canela y galletas de maple. 

“¿Qué escuchas cuando vas a cazar auroras?”, preguntó Arturo, que iba en el asiento del copiloto. “¿De verdad quieren saber, no les va a dar miedo?” Entonces comenzaron a sonar los cantos de garganta de la artista inuit Tanya Tagaq. Nuestra guía acompañó la música con leyendas indígenas sobre los “little people” y el hombre nutria o “Kushtaka”. 

Cazadores de auroras boreales

La ruta que seguimos no fue aleatoria, ni estaba establecida, nos guiamos por apps que muestran la actividad de las auroras, aunque no pueden predecirse con exactitud, y es verdad que verlas requiere un poco de suerte. Nos estacionamos en un antiguo cementerio indígena. Y el espectáculo comenzó. El cielo estaba repleto de estrellas, pasaron un par de fugaces, pedí un deseo y apunté mi cámara hacia donde comenzaba a distinguirse una sombra, los colores son más intensos a través del lente. Las luces verdes son las más comunes, debido a la parte de la atmósfera en la que se forman, pero también vimos rojas. 

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Foto: Stefan Wackerhagen

¡Las auroras “bailan”!, su danza duró unos minutos y fue de colores tenues, no “los que te dejan loca”, como dice Sandra. Así que esperamos. Tomamos bebidas calientes y dormitamos. Al primer grito salimos de la camioneta y, entonces, las auroras se veían con mayor intensidad y en forma de picos. Podíamos haber seguido persiguiéndolas hasta las seis de la mañana, pero regresamos a las cabañas un poco antes, para descansar un par de horas y continuar con las actividades que teníamos programadas al día siguiente. 

Si quieres vivir esta experiencia, contacta a Nomada Excursions, que ofrece tours en inglés y en español.