Hacer el Camino de Santiago es una experiencia singular y transformadora, una metáfora de la vida misma: llena de sorpresas, desafíos, de momentos cuesta arriba y cuesta abajo, incertidumbre, cansancio, apoyo y superación. Hay tantos caminos como caminantes, cada uno solo puede hacer el propio.
¿Qué nos mueve a hacerlo? Originalmente era una peregrinación religiosa en la que los creyentes caminaban miles de kilómetros como ofrenda o sacrificio. El camino era además un instrumento político, de conexión de la península con el resto del continente. Hoy en día los motivos pueden ser infinitos, desde espirituales hasta deportivos, pero sea el que fuere, siempre recae en una experiencia movilizante, un encuentro con uno mismo, que requiere de todas las herramientas físicas y psicológicas para sobrellevarlo y dejar que lo atraviese.
Guía de viaje: 5 lugares imperdibles de Santiago de Compostela
Existen cuatro caminos delimitados oficialmente: el Francés, el Primitivo, el del Norte y el Inglés. Aunque no oficiales, también se reconocen el Mozárabe, el Portugués, el Portugués de la Costa, el de Invierno, el del Mar Arousa y Rio Ulla y el de Fisterria y Muxia. Yo elegí el primero, el Francés, por Galicia, el más transitado y documentado, considerado como la primera guía cultural e incluso turística de Europa en el Codex Calixtinus de 1.135 . Este camino entra en España para cruzar los Pirineos y desde allí restan 760 km hasta llegar a Compostela.

Para obtener la Compostela, el certificado que acredita que el viajero hizo el Camino, es necesario recorrer como mínimo 100 kilómetros caminando o 200 kilómetros en bicicleta. Yo lo logré saliendo desde Sarria, en Galicia; andando a pie un trayecto de 117 kilómetros en 5 días.
Antes de comenzar el Camino se debe obtener la credencial del peregrino en Santiago, Madrid u otros sitios fuera y dentro de España. Este documento debe ser sellado al menos dos veces al día durante el transcurso de la peregrinación para acreditar fehacientemente que uno ha realizado los kilómetros exigidos.
La buena noticia es que, más allá del esfuerzo físico que supone, el Camino de Santiago cada vez tiene más y mejores opciones de alojamiento para los caminantes, ya sea sitios de lujo donde dormir hasta lugares donde se paga el mínimo. También hay fondas para comer la exquisita cocina gallega casera, restaurantes con estrellas, hasta paradas con máquinas expendedoras de bebidas. Lo ideal es reservar hoteles u hostales de antemano, sobre todo si se quiere hacer el recorrido en verano que es la temporada más alta.
Madrid – Santiago – Sarria
Decidí hacer el Camino con una amiga. Las dos estábamos atravesando un momento de crisis y creíamos que era una gran idea tomar distancia y perspectiva de los asuntos que nos inquietaban para renovar la energía. Tomamos el tren de la estación Chamartín, directo de Madrid a Santiago de Compostela y nos aventuramos sin saber mucho de qué se trataba esta hazaña. Al llegar, tomamos un bus a Sarria y empezamos el camino desde el kilómetro 100 hasta Portomarín. Nos llevó unas 3 horas de caminata, bastante ligera e ideal para tomar el primer contacto con el Camino.
Sarria – Portomarín
Gracias a los consejos de la Xunta de Galicia, elegimos el hotel Portomarín Star, con unas vistas alucinantes al río Miño. La villa de Portomarín es muy pequeña y su belleza radica en que está en altura y construida en terrazas desde donde mirar el poblado, los puentes y el campo verde neón que se extiende por el paisaje como una alfombra.
En la cena, el restaurante O Mirador nos recibió con una mesa con vistas panorámicas y mariscos frescos, típicos de la gastronomía gallega: zamburiñas, vieiras, pesca de día y un Godello reconfortante.
Portomarín – Palas de Rei
El segundo día tuvimos que hacer dos sellos desde Portomarín a Palas de Rei, un tramo que atraviesa poblados muy pequeños y pintorescos como Gonzar, Castromaior y Ligonde. Tras pasar por ellos, llegamos a Palas de Rei. Al ser un municipio mucho más urbano brinda la posibilidad de conseguir en sus tiendas lo que haga falta para el camino. De hecho, este es el lugar para comprar queso, un hito del camino. Nos alojamos en una posada rural, Casa Roan, hecha de piedra y con un jardín lleno de rosas y camelias, que se da muy bien en esta zona de Galicia -de hecho árboles repletos de estas flores rosas y fucsias nos acompañan todo el camino-.

La gran chimenea de nuestra habitación nos abrigará de la lluvia, esa compañera fiel que se volvió una parte inseparable del paisaje durante todo el camino. Aquí, en Palas de Rei, vale la pena visitar la Iglesia de Villar de Donas, del siglo XII, y mirar las pinturas góticas de la capilla mayor. Otro de los imprescindibles es el Castillo de Pambre, un ícono de la arquitectura militar medieval, perteneciente al siglo XIV y abierto al público.
Palas de Rei – Arzúa
El tercer día fue el más difícil, ya que las piernas estaban cansadas y nos quedaban por delante casi 30 kilómetros a pie. El día comenzó con una lluvia copiosa, que se intensificó cada vez más. Decidimos comprar vestimenta adecuada para estar protegidas durante las nueve horas que nos restaban por andar. En Palas del Rei hay varias tiendas deportivas super equipadas donde nos recomendaron pantalón de lluvia, medias térmicas y cubremochilas.

Luego de caminar toda la mañana bajo agua, atravesamos un puente precioso en Furelos y llegamos a Melide, en plena fiesta. Nos hicimos hueco entre la gente para entrar en A Garchanacha, una pulpería tradicional. Festejamos con pulpo gallego, que lo sirven hervido, con aceite de oliva y pimentón. Sumamos tortilla y tabla de fiambres y recién después estábamos listas para afrontar las cuatro horas más duras, en un camino repleto de bosques húmedos y oscuros, con lluvia intensa, pisando en suelo lleno de barro y movedizo. Con el último aliento llegamos al hotel y fuimos recompensadas con una comida en el restaurante Nene, la joya secreta de Arzúa, donde brindamos con emoción al reconocer que superamos lo peor.
Arzúa – Pedrouzo
Salimos a primera hora de Arzúa. Es la primera vez que arrancamos al alba porque amaneció y no queremos perder un minuto. Tomamos un café en el bar Praza de Arzúa y emprendimos las cuatro horas de caminata que nos esperaban -después del trajín del día anterior serán pan comido-. Eso sí, nos recomendaron como parada obligatoria el bar O Cedorio, por tener la mejor tortilla de patatas de España y, de hecho, luego de probarla confirmo que quedó en mi Top 3. Pasaremos la noche en A Pena de Augasantas, una fonda familiar tan cálida como sus dueños, quienes nos reciben con sonrisas, ánimo y una sopa calentita. Ellos viven en esta posada, se ocupan de cada detalle y cocinan comida casera. Aquí tomamos el mejor desayuno de todo el camino.
Pedrouzo – Santiago de Compostela
El último tramo, o mejor dicho el último esfuerzo. Estábamos destruidas, nos crujían los huesos y nos tiraban músculos que no sabíamos que teníamos. Andábamos en silencio (comparado con los días anteriores). Creo que incluso nos cansaba hablar. Pensaba en la fortuna que tenía de compartir el camino con una amiga, con quien podía hablar con miradas sin la necesidad de llenar el silencio.
Unas cuantas cuestas intensificaron el camino, pero a la mitad hicimos una parada en una capilla minúscula de piedra, la Santa Lucía, donde agradecimos la posibilidad de vivir este tránsito. Santa Lucía es la guardiana de la vista, y eso nos recordó la importancia de mirar todo desde la salud. Seguimos andando y empezamos a ver la silueta de la Catedral.
Santiago de Compostela
En Santiago llegamos a la Praza do Obradoiro, frente a la imponente fachada barroca de la catedral. La emoción de haber logrado el reto conmueve y al mismo tiempo tranquiliza y da paz, un sentimiento parecido al de terminar una carrera, cuando el cuerpo está desvastado pero la alegría es inmensa, aflora el agradecimiento y se limpia la mente. Un reset muy necesario.
¿Qué ver en Santiago de Compostela?
Si quedan fuerzas, vale la pena entrar a la Catedral y besar al santo -de ahí viene la expresión popular-. Se pueden recorrer sus tejados y pasar todo el día descubriendo las figuras del pórtico. Recorreremos el casco histórico de Santiago, sus calles oscuras y llenas de iglesias, sellos, simbología e historia. El mercado de Abastos es una joya para los amantes de los mariscos y las frutas y verduras frescas, que los productores acercan cada mañana. El lugar conserva su estructura histórica pero remodelado con tecnología actual.

El Hotel Paradores no solo tiene la mejor ubicación en el casco histórico, también una historia rica en usos: fue capilla, hospital, albergó a niños huérfanos y finalmente terminó siendo el hotel más lujoso de Santiago. Para comer, vale la pena probar la tortilla de Tita, cenar mariscos en O Dezaseis y tomar una estrella de Galicia helada en Casa Terraza.