Pasé 20 días en la Antártida y aprendí lecciones de vida épicas
Pinguinos en la Antártida. iStock/Andrew Peacock

He viajado por el mundo como asesora de viajes de lujo, pero después de pasar 20 días en la Antártida, cruzando glaciares y durmiendo bajo el sol de medianoche, regresé a casa con una serie de profundas lecciones de vida, más valiosas que cualquier sello en el pasaporte. Aquí te comparto cinco de ellas —y cómo puedes vivirlas tú también.


1. Saborea el momento

Un viaje a la Antártida es la máxima invitación a desacelerar. Me desconecté completamente una vez que llegué, y solo tomé fotos con una cámara profesional. Quería ver de verdad lo que tenía enfrente: el azul impactante de un iceberg, una ballena jorobada saltando, o el simple placer de una ducha caliente tras dormir sobre el hielo. Haz lo mismo. Desconéctate, escribe un diario y celebra los pequeños lujos, como brindar con champaña en tu último paseo en zodiac. Estudios muestran que disfrutar conscientemente de una experiencia intensifica la felicidad.

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Explorando cuevas de hielo con White Desert Antarctica.

2. Tus problemas son más pequeños de lo que crees

No hay nada como estar de pie sobre el hielo, en un campamento de lujo, rodeada de miles de kilómetros de naturaleza intacta. Esa inmensidad hace que el estrés diario parezca insignificante. La Antártida ha existido por más de 35 millones de años… tu bandeja de entrada puede esperar. Ya sea que llegues volando, cruzando el Pasaje de Drake o con una ruta híbrida, el simple hecho de estar ahí cambia tu perspectiva.


3. La felicidad no siempre es ruidosa — a veces es flow

Parte de mi itinerario incluyó la Isla Georgia del Sur, donde desembarqué en un mundo que no parecía mío. Los pingüinos saltaban desde el mar, el viento aullaba, y sentí que yo era la novedad que los animales venían a ver. Estaba completamente presente: sin pasado ni futuro, solo ahora. Ese estado, conocido como flow, genera una felicidad serena que permanece después del viaje. No te saltes Georgia del Sur. Tiene una riqueza emocional irrepetible.

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Pingüinos rey en Gold Harbor, Isla Georgia del Sur.

4. Eres más capaz de lo que crees

Un año después de una lesión grave, volé desde Ciudad del Cabo a la Antártida para una expedición de montañismo. Estaba nerviosa, pero aprendí a usar crampones, rapelar y cruzar glaciares con seguridad. Esa experiencia reconstruyó mi sentido de autoeficacia —la creencia de que podemos hacer cosas difíciles. Desde entonces, he escalado el Grand Teton, obtuve una maestría en psicología positiva, y transformé mi negocio para usar los viajes como herramienta de bienestar. Si quieres ir más allá de tus límites, el campamento Echo de White Desert combina confort y desafío en partes iguales.

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Martin Ruegner/Getty Images. Un barco cruza el Pasaje de Drake en la Antártida.

5. La perspectiva lo es todo

En la Antártida, la naturaleza tiene el control. El clima cambia hasta los mejores planes. Vivir con esa incertidumbre me recordó cuán poco controlamos… y qué liberador puede ser eso. Aceptar que no tienes el control total es una sensación poderosa que puedes llevar a tu vida diaria —y a tu carrera.


Si estás buscando un viaje que te transforme tanto como te emocione, la Antártida cumple. Ve con intención y volverás con lecciones que durarán mucho más que el viaje mismo.

Sarah Groen es parte de la A-List de Travel + Leisure y se especializa en viajes a regiones polares. Puedes crear un itinerario a medida con ella escribiendo a [email protected].