Hay lugares que parecen nacer una y otra vez, como si la tierra misma se empeñara en recordar que la belleza puede sobrevivir a todo. Galicia, ese territorio suspendido entre la niebla y el mar, es uno de ellos. Tras un verano marcado por los incendios, la comunidad gallega vuelve a desplegar sus tonos verdes y su espíritu indómito con una nueva campaña que mira hacia adelante: “¿Y si calidade fuese un lugar?”. Una invitación poética que transforma la resiliencia en una forma de viaje, y la naturaleza, en promesa de futuro.
El mensaje no es casual. Esta iniciativa de Turismo de Galicia busca reivindicar la esencia de una tierra que, pese a las cicatrices del fuego, conserva intacta su capacidad de emocionar. Con una inversión de 2,6 millones de euros, la campaña pone en valor la autenticidad gallega: sus bosques autóctonos, su arquitectura señorial, su gastronomía que huele a mar y a madera húmeda, y ese carácter hospitalario que no se improvisa, sino que se hereda. La calidad (calidade) se convierte aquí en un principio vital, una forma de mirar el mundo y cuidarlo.
Belleza que resiste
El recorrido visual de la campaña lleva al viajero por paisajes que resumen el alma de Galicia. En la Ribeira Sacra, los viñedos se aferran a las laderas imposibles del Sil, donde los monjes dejaron monasterios románicos como Santa Cristina de Ribas de Sil o el barroco Santuario das Ermidas. En la Sierra de O Courel, los bosques autóctonos -como el mágico dos Grobos- guardan una biodiversidad que respira en cada sendero, refugio de caminantes y amantes del silencio.

Más al oeste, el Cabo Silleiro muestra la dualidad de la costa gallega: allí donde el océano golpea con fuerza, los faros siguen encendidos como guardianes del horizonte. Uno de ellos, el Faro Pequeno, hoy convertido en taberna atlántica; el otro, el Faro Silleiro, reconvertido en hotel, mira desde lo alto con la serenidad de quien ha visto pasar siglos de tormentas.

El patrimonio gallego también cobra protagonismo en esta narrativa. Los pazos, con sus jardines de camelias y muros de granito, evocan la elegancia pausada del tiempo. La Ruta dos Pazos o la Ruta da Camelia, impulsadas por Turismo de Galicia, permiten recorrer esta arquitectura viva, donde cada piedra guarda un relato familiar. Y cómo no, el Camino de Santiago, que sigue latiendo como una arteria espiritual que une culturas, con joyas menos conocidas como la catedral de Mondoñedo, testigo silencioso del paso de peregrinos desde hace más de ocho siglos.

Galicia se reinventa
La campaña forma parte de un plan más amplio para reactivar el turismo tras los incendios, con medidas que van desde ayudas a establecimientos afectados hasta programas de estancias subvencionadas en zonas rurales. No se trata solo de recuperar visitantes, sino de reconstruir una narrativa: la de un territorio que convierte la adversidad en oportunidad, que encuentra en la sostenibilidad y la hospitalidad sus nuevas rutas hacia el mañana.
En paralelo, programas como Outono Gastronómico y el Bono Turístico invitan a explorar un otoño gallego que no se conforma con mostrar su paisaje, sino que lo comparte: estancias rurales, cocina local, vino y tradición. Todo bajo una idea transversal: viajar por Galicia es adentrarse en una cultura que mide la calidad en experiencias humanas, no en cifras.
Galicia ha aprendido a contar su historia sin estridencias, con la calma del agua que vuelve a su cauce. Su nuevo relato se construye sobre la permanencia: la del verde que renace, la del fuego que no vence al bosque, la del viajero que vuelve una y otra vez buscando algo que no sabe nombrar.








