
Ejercicio rápido: pensemos en países productores de vino en Sudamérica. Lo primero que se venga a la mente. Chile, Argentina… tal vez Uruguay salga como respuesta. Si alguno gritara “¡Bolivia!” todos quedaríamos con las bocas abiertas. Pero ese ser iluminado tendría razón, los bolivianos producen vino. Y es cada vez más interesante.
“Bolivia está viviendo un despertar en el vino, está empezando a ver hacia adentro y eso nos está poniendo en la mirada del mundo”, comenta Andrea Moscoso Weise, sommelière de Gustu, el mejor restaurante del país.
Cómo leer la etiqueta de un vino (natural, orgánico o biodinámico)
El despertar del altiplano
La vitis es una planta bien “gauchita”: adaptable, resiliente, poco mañosa. Es por eso que crece en los lugares más insólitos. Un buen ejemplo es Chuquisaca, en el Valle del Cinti. Entre montañas yerguen molles y chañares -árboles autóctonos- de más de seis metros. Por sus troncos leñosos se enrollan las vides trepadoras, dejando a la voluntad de la gravedad racimos perfectos. Una forma de conducción milenaria, pero poco usual en tiempos de espaldero, vaso o parral. Se dice que las plantas llegan a los 200 años y aún hoy dan fruta de gran calidad.
Bolivia se hace conocer por sus vinos de uvas criollas, aquellas que acarreaban los misioneros. “Nuestra herencia nos ha dado viñas bicentenarias, parras arbóreas trepadas a árboles nativos y familias productoras con más de cinco generaciones de tradición”, continúa Andrea, “las bodegas están empezando a cultivar identidad usando su historia y condiciones únicas para producir un abanico extraordinario”.
No todo queda en las uvas de antaño, también se elaboran etiquetan con varietales tradicionales, con perfiles innovadores por su adaptación a la altura y las cualidades de los suelos. Pero siempre lo más interesante es conocer las uvas endémicas, aquellas que surgen por cruce entre cepas, resultando en una identidad 100% nueva. En Bolivia tienen una, la vischoqueña, hija de la criolla negra y la moscatel. Prima hermana de la más conocida torrontés, aunque tinta y bolvianísima.

El futuro de la viticultura es boliviano
Los productores bolivianos respetan mucho su tradición vitícola, pero también se permiten innovar. Muchos de ellos trabajan sus viñedos de forma natural o biodinámica y prueban, sin miedo al éxito o al fracaso, estilos novedosos para la región.
Naranjos, vinos con crianza biológica, pétillant naturel son cada vez más fáciles de encontrar en el mercado, elaborados por productores pequeños e inquietos. Y así como surgen novedades, los estilos clásicos se afinan, pulen y corrigen, volviéndose mejores con el pasar de los años. “Estamos en un momento emocionante para la industria, es un privilegio poder estar junto a los productores en este viaje”, concluye Moscoso Weise. Parece que el futuro de la Bolivia vitivinícola será brillante.